En un pueblo diminuto de la sierra ecuatoriana, vivía Julieta, una niña de nueve años con voz dulce y una imaginación sin frenos.
Vivía con su abuelo Mauro, un campesino jubilado, pasaba los días en su silla de mimbre, frente a la ventana, escuchando el sonido del molino y los pasos de su nieta.
—Abuelo, ¿te leo algo hoy?
—Claro, Juli. ¿Qué toca hoy?
La verdad es que en casa no había libros. Solo uno: un catecismo viejo, con las páginas amarillentas. Pero Julieta no se lo dijo nunca.
En lugar ... (ver texto completo)
Vivía con su abuelo Mauro, un campesino jubilado, pasaba los días en su silla de mimbre, frente a la ventana, escuchando el sonido del molino y los pasos de su nieta.
—Abuelo, ¿te leo algo hoy?
—Claro, Juli. ¿Qué toca hoy?
La verdad es que en casa no había libros. Solo uno: un catecismo viejo, con las páginas amarillentas. Pero Julieta no se lo dijo nunca.
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