ivía una vez, a orillas de un gran río, un pescador con su familia. En otros tiempos el agua era generosa: los peces saltaban solos a las redes y el trabajo alcanzaba para todos. Pero esos días habían quedado atrás. La pesca era cada vez más pobre, las redes estaban viejas y el bote, remendado una y otra vez, pedía descanso. No había dinero para uno nuevo.
Una tarde, mientras el sol caía, pasó frente a su casa un anciano viajero. Le pidió al pescador pasar la noche ahí. La familia lo recibió con gusto, le ofrecieron la poca comida que tenían y le dieron el mejor rincón de la casa para descansar. A la mañana siguiente, antes de irse, el viejo preguntó:
— ¿Cómo puedo agradecerles por su hospitalidad?
El pescador se rió y dijo:
—Veo que usted es un hombre sabio. No necesito nada, solo un consejo: ¿cómo puedo salir de la pobreza?
El anciano pensó un momento y le respondió:
—Si de verdad quieres cambiar tu vida… hunde tu bote.
Y se fue.
El pescador se quedó rascándose la cabeza. “ ¡Qué tontería! Si pierdo el bote, nos morimos de hambre.” Así que siguió viviendo igual. Pero con los años las cosas empeoraron: cada vez pescaba menos y las noches sin cena eran más frecuentes.
Hasta que un día llegó una tormenta terrible. Las olas destruyeron su viejo bote y apenas logró salvar la vida. Lloraron su desgracia, pero no tenían otra opción: empacaron sus cosas y siguieron la corriente, buscando un lugar donde empezar de nuevo.
El camino los llevó hasta un gran pueblo de pescadores. Había barcos enormes, lanchas pequeñas, canoas… de todo. Pero él no tenía ya ningún bote, así que se sentaba en la orilla a mirar cómo trabajaban los demás.
Con el tiempo empezó a notar que muchos botes necesitaban reparación: uno tenía una grieta, otro se estaba desarmando, otro más pedía pintura. Entonces recordó cuánto sabía de eso, porque había pasado media vida arreglando el suyo. Comenzó a ofrecer su ayuda. Y lo hacía tan bien, con tanta dedicación, que pronto todos hablaban de él. Sus reparaciones quedaban mejor que los botes nuevos.
Poco a poco la gente de otros pueblos también empezó a buscarlo. Años después, aquel pobre pescador tenía su propio taller, una casa amplia con jardín y a su familia viviendo sin carencias.
Fue entonces cuando entendió las palabras del viajero:
—A veces, para encontrar un nuevo camino, hay que dejar ir lo viejo. La mayoría de la gente se aferra al pasado por miedo al cambio, aunque viva en la escasez. Pero son justamente los cambios los que abren las puertas a una nueva vida. ????
Una tarde, mientras el sol caía, pasó frente a su casa un anciano viajero. Le pidió al pescador pasar la noche ahí. La familia lo recibió con gusto, le ofrecieron la poca comida que tenían y le dieron el mejor rincón de la casa para descansar. A la mañana siguiente, antes de irse, el viejo preguntó:
— ¿Cómo puedo agradecerles por su hospitalidad?
El pescador se rió y dijo:
—Veo que usted es un hombre sabio. No necesito nada, solo un consejo: ¿cómo puedo salir de la pobreza?
El anciano pensó un momento y le respondió:
—Si de verdad quieres cambiar tu vida… hunde tu bote.
Y se fue.
El pescador se quedó rascándose la cabeza. “ ¡Qué tontería! Si pierdo el bote, nos morimos de hambre.” Así que siguió viviendo igual. Pero con los años las cosas empeoraron: cada vez pescaba menos y las noches sin cena eran más frecuentes.
Hasta que un día llegó una tormenta terrible. Las olas destruyeron su viejo bote y apenas logró salvar la vida. Lloraron su desgracia, pero no tenían otra opción: empacaron sus cosas y siguieron la corriente, buscando un lugar donde empezar de nuevo.
El camino los llevó hasta un gran pueblo de pescadores. Había barcos enormes, lanchas pequeñas, canoas… de todo. Pero él no tenía ya ningún bote, así que se sentaba en la orilla a mirar cómo trabajaban los demás.
Con el tiempo empezó a notar que muchos botes necesitaban reparación: uno tenía una grieta, otro se estaba desarmando, otro más pedía pintura. Entonces recordó cuánto sabía de eso, porque había pasado media vida arreglando el suyo. Comenzó a ofrecer su ayuda. Y lo hacía tan bien, con tanta dedicación, que pronto todos hablaban de él. Sus reparaciones quedaban mejor que los botes nuevos.
Poco a poco la gente de otros pueblos también empezó a buscarlo. Años después, aquel pobre pescador tenía su propio taller, una casa amplia con jardín y a su familia viviendo sin carencias.
Fue entonces cuando entendió las palabras del viajero:
—A veces, para encontrar un nuevo camino, hay que dejar ir lo viejo. La mayoría de la gente se aferra al pasado por miedo al cambio, aunque viva en la escasez. Pero son justamente los cambios los que abren las puertas a una nueva vida. ????