LLEGA LA SIEGA: SEGADORES DEL TAJO Y “NIÑO DEL AGUA”
El término municipal de Torredonjimeno y el de muchos puebos del Valle del Guadalquivir estáN ocupados hoy al 100& por el olivar infinito que cubre sus lomas, llanos y vaguadas, pero a mediados del siglo XIX todavía era nuestra comarca predominantemente cerealista, con amplias parcelas y tercios (partes del total de una finca) de viñedo y olivar).
El viñedo era extenso y se producía mucho vino, pero fue atacado duramente por la plaga o epidemia de la filoxera, enfermedad que se extendió de sur a norte en España en la década de 1870, lo que dejó hacia 1880 más parcelas de viñedo libres para sembrar cereales y leguminosa, con descanso de la tierra cada tres años (barbecho). En consecuencia, el trabajo abundaba a partir del 20 de junio, fechas en las que acudían jornaleros sin empleo desde comarcas en las que apenas se cultivaba el cereal, sobre todo en las parcelas de sierra o en las de riego, dedicadas a huertas y árboles frutales. Era éstos trabajadores que llegaban y al alba estaban ya en las plazas de los pueblos a la espera de que llegase algún propietario o encargado de un cortijo con parte de la finca dedicada al trigo, la cebada, las lentejas, habas, etc., y lo contratara. Había trabajo para un mes o más en la siega y las eras hasta que se quedaba la cosecha recogida y en las parcelas el rastrojo esperaba a que llegar septiembre para ser quemado y arado.
En Torredonjimeno, el espacio tradicional al que acudían los desempleados del campo al amanecer era el rincón nordeste de la Plaza, lugar en el que están el monumento con el medallón de Augusto y el bar “El Rincón”. Conforme eran contratados los parados del pueblo y los legados de otras localidades, se iban incorporando a las cuadrillas formadas o en proceso de formación en los cortijos, preparaban sus hoces y demás utensilios y aperos, con el fin de ponerse a segar las cebadas de inmediato, y los trigos a continuación, para esquivar el daño que puede producir la lluvia abundante en una tarde de tormenta, que tumba las plantas y las pudre por exceso de humedad en poco tiempo. Los segadores se instalaban normalmente en los cortijos, en las cámaras, como en la aceituna, aunque muchas noches preferían dormir en las eras, al fresco, para evitar el “calor de horno” que conservaban las cámaras sometidas al “soletazo” durante todo el día.
Eran jornadas muy penosas los de la siega, doblados bajo un sol de justicia, que obligaba a cada cuadrilla a buscar a un niño –como el de la fotografía adjunta- que estuviera todo el día yendo y viniendo a cortijo para traer agua a los segadores que sudaban copiosamente en parcelas extensas y sin sombras. A mediodía, la casera o el encargado, hacían un buen gazpacho, que reponía los líquidos y sales perdidas por los sufridos segadores cada día. Como en otras recolecciones, la temporada de la siega y la era tenían la ventaja de que ganaban unos dineros preciosos para que la familia pasara el verano.
Manuel Campos Carpio
El término municipal de Torredonjimeno y el de muchos puebos del Valle del Guadalquivir estáN ocupados hoy al 100& por el olivar infinito que cubre sus lomas, llanos y vaguadas, pero a mediados del siglo XIX todavía era nuestra comarca predominantemente cerealista, con amplias parcelas y tercios (partes del total de una finca) de viñedo y olivar).
El viñedo era extenso y se producía mucho vino, pero fue atacado duramente por la plaga o epidemia de la filoxera, enfermedad que se extendió de sur a norte en España en la década de 1870, lo que dejó hacia 1880 más parcelas de viñedo libres para sembrar cereales y leguminosa, con descanso de la tierra cada tres años (barbecho). En consecuencia, el trabajo abundaba a partir del 20 de junio, fechas en las que acudían jornaleros sin empleo desde comarcas en las que apenas se cultivaba el cereal, sobre todo en las parcelas de sierra o en las de riego, dedicadas a huertas y árboles frutales. Era éstos trabajadores que llegaban y al alba estaban ya en las plazas de los pueblos a la espera de que llegase algún propietario o encargado de un cortijo con parte de la finca dedicada al trigo, la cebada, las lentejas, habas, etc., y lo contratara. Había trabajo para un mes o más en la siega y las eras hasta que se quedaba la cosecha recogida y en las parcelas el rastrojo esperaba a que llegar septiembre para ser quemado y arado.
En Torredonjimeno, el espacio tradicional al que acudían los desempleados del campo al amanecer era el rincón nordeste de la Plaza, lugar en el que están el monumento con el medallón de Augusto y el bar “El Rincón”. Conforme eran contratados los parados del pueblo y los legados de otras localidades, se iban incorporando a las cuadrillas formadas o en proceso de formación en los cortijos, preparaban sus hoces y demás utensilios y aperos, con el fin de ponerse a segar las cebadas de inmediato, y los trigos a continuación, para esquivar el daño que puede producir la lluvia abundante en una tarde de tormenta, que tumba las plantas y las pudre por exceso de humedad en poco tiempo. Los segadores se instalaban normalmente en los cortijos, en las cámaras, como en la aceituna, aunque muchas noches preferían dormir en las eras, al fresco, para evitar el “calor de horno” que conservaban las cámaras sometidas al “soletazo” durante todo el día.
Eran jornadas muy penosas los de la siega, doblados bajo un sol de justicia, que obligaba a cada cuadrilla a buscar a un niño –como el de la fotografía adjunta- que estuviera todo el día yendo y viniendo a cortijo para traer agua a los segadores que sudaban copiosamente en parcelas extensas y sin sombras. A mediodía, la casera o el encargado, hacían un buen gazpacho, que reponía los líquidos y sales perdidas por los sufridos segadores cada día. Como en otras recolecciones, la temporada de la siega y la era tenían la ventaja de que ganaban unos dineros preciosos para que la familia pasara el verano.
Manuel Campos Carpio