En el
aeropuerto de Barajas, el vuelo 217 con destino a Buenos Aires ya estaba listo para despegar. Las
puertas cerradas. La tripulación en sus puestos. Los pasajeros, revisando sus móviles antes de ponerlos en modo avión.
Pero el comandante no daba la orden de rodaje.
— ¿Qué pasa? —preguntó una azafata, extrañada por el retraso.
—Esperamos a una pasajera. No puedo irme sin ella —respondió el piloto, con una firmeza poco común.
La pasajera era Valentina, una niña
argentina de 9 años que venía
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