Hay, después de todo, algo romántico en la decadencia de nuestro
pueblo. Cada peñarriblense que lo abandona levanta tras de sí un pequeño remolino de polvo y nostalgia. Queda una reflexión emotiva tras el apagado de las luces que nos dieron esplendor, el cese de las
chimeneas, el silencio de las voces que antes celebraban.
Hay, desde luego, algo heroico en los que se atreven a permanecer en nuestra tierra crespuscular. Tal vez el heroísmo vano de un sacrificio que no tendrá recompensa, pero precisamente
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