OFERTA LUZ: 5 Cts/kWh

RODALQUILAR: Hace algún tiempo, en uno de los telediarios oí que...

Hace algún tiempo, en uno de los telediarios oí que era el día de los humedales y pensando en ello recordé el que existió en el Playazo. Al recordarlo se me ocurrió escribir este relato como uno más de los que escribo para mí mismo, sin pensar en publicarlo. Hoy, viendo lo triste y solitario que anda el foro del pueblo, por haberse mudado sus componentes a otros lugares de contactos más directos entre personas, he sentido pena por el foro de mi pueblo; por este motivo he decidido enviar algún mensaje que le dé alguna vida, pero para ahorrarme idear algo nuevo y puesto que ya lo tenía escrito envío este relato.

Hace ya muchos años, al dar comienzo el otoño, procedente del centro de Europa, hacia el sur, volaba una bandada de aves. Tras muchos kilómetros de vuelo, como si estuviese haciendo una gracia, un malvado con escopeta disparó una perdigonada, con tan buena fortuna, que no alcanzó a dar de lleno a ningún componente de la bandada. Pero un ave joven, que, en su segundo viaje migratorio, volaba más bajo que sus compañeras, resultó ligeramente herida, pues sólo un perdigón le rozó un ala, produciéndole una herida no muy grande, pero sí lo suficientemente molesta como para impedirle volar bien.
Poco a poco, al no poder hacer la misma fuerza con las dos alas, se fue quedando rezagada de la bandada. A las pocas horas ya no divisaba al resto de compañeras. Para colmo de males, al hacer más fuerza con un ala que con la otra, se iba escorando hacia la izquierda de la ruta a seguir. Volaba sola y se sentía, afligida, cansada, muy triste; además de desolada, estaba desorientada. En esas condiciones no podría llegar a la laguna en la que su bandada invernaba.
Por más que se fijaba en los accidentes geográficos, no encontraba los lugares por ella conocidos. De cuando en cuando, tomaba tierra para descansar y reponer fuerzas. La pobre avecilla, pensaba en sus hermanas de bandada, en sus padres, que con tanto esfuerzo la alimentaron y cuidaron cuando era un polluelo. Este pensamiento le entristecía, sobre todo al pensar que no los volvería a ver. Le producía gran congoja pensar que ellos no sabrían lo que le había sucedido, pues cuando fue herida no se dieron cuenta de nada, pues sus padres, por ser expertos navegantes y adultos de más avanzada edad, eran de los que, guiándola, encabezaban la bandada, en tanto que ella era de las que iba en la cola de la misma.
Después de volar muchísimos kilómetros, haciendo infinidad de paradas, cuando ya el cansancio había hecho mella, divisó una tierra cercana al mar, que a primera vista parecía seca y yerma, pero tenía que bajar, pues las fuerzas flaqueaban y no podía continuar.
Tomó tierra y despacio, a pasitos cortos, mirando hacia uno y otro lado, con sigilo y cierto temor, pues el paraje le era desconocido, recelosa por si aparecía algún depredador, buscó algo comestible para reponer fuerzas. Al rato, habiéndose repuesto un poco, remontando el vuelo a baja altura, comenzó a explorar el lugar.
La zona era un precioso valle que minutos antes, visto desde el cielo, le pareció un sequedal, pues realmente no había lagunas de agua dulce, ni arroyos que en sus orillas tuvieran alamedas, ni arboledas con sotobosque, pero al explorarlo de nuevo, repuestas las energías, observó que en la lejanía existía un pequeño pinar de pinos enanos, y más cercanos, en el pueblo, unos cuántos eucaliptos, unos cañaverales, algún que otro algarrobo, y alguna palmera desperdigada. Además, alrededor del pueblo, ese valle tenía huertas con verduras, higueras y otras cuantas variedades de árboles frutales, incluyendo unas moreras en un cortijo cercano a la playa, por lo cual resultó ser un lugar ideal, sin contar que en aquellos secos campos, de saltamontes, se podía hartar.
Allí, no existían lagunas, pero vio que sí había algunas balsas con agua, donde saciar su sed y poder asear su plumaje, como las de: la Mina, los Gorriones, los Albacetes, del cortijo de las Auroras, y justo después de sobrevolar un coqueto castillo muy bonito, que rodeado de una muralla con redondos torreones, tenía una torre cuadrada en el centro, vio que en las cercanías había otra balsa. Allí correría menos peligro, pues ésta quedaba más alejada de los humanos y del cortijo, al otro lado del camino que va hacia la playa.
Pero lo que más feliz hizo al avecilla, fue descubrir aquel humedal salobre que existía poco más abajo, justo poquito antes de llegar a aquella bonita playa; Playazo, debían llamarle, por lo que dedujo el ave al escuchar cómo le decía ese nombre a otro paisano, cuando pasó cerca de ella, un lugareño que, montado sobre una pequeña y renqueante moto, haciendo un ruido que no concordaba con la velocidad que llevaba por la carga que soportaba, iba a pescar en dicha playa.
Allí, pasó el otoño hasta recuperarse del todo, sin ninguna compañera de su especie, aunque no estaba en total soledad, pues tenía la compaña de otras avecillas menores, que no sólo no representaban peligro para ella, sino que además, la acogieron de muy buen grado, como la mayoría de los animales suelen hacer con sus congéneres, y de las cuales aprendió mucho sobre el lugar, pues ellas lo conocían mejor. Pero ya no era hora de reemprender el vuelo para buscar a sus hermanas de bandada, así que tuvo que pasar allí el invierno. De todas formas, en aquel espacio, se estaba bastante bien, el invierno era incluso más cálido y agradable que el del lugar donde estaba su bandada y en aquel salobral encontraba todo lo que necesitaba.
Al llegar la primavera, reemprendió el vuelo hacia el norte de Europa, invirtiendo el itinerario que había realizado para llegar hasta aquel valle. Finalizó el recorrido reencontrándose con su bandada, también recién llegada al lugar. Debido a la alegría que produjo su aparición, cuando ya la daban por muerta, al querer preguntar y saber todas a la vez, qué le había ocurrido y dónde había estado todo ese tiempo, se formó una gran algarabía. Avisados los padres, llegaron junto a ella y rozaban sus pescuezos con gran alegría. Ella, alborozada, relató lo ocurrido con el disparo, y todas las aventuras que durante ese tiempo había tenido. Les habló de la amabilidad del lugar en que había pasado el invierno, de las condiciones que reunía y del cariño que había tomado a aquella tierra, que aunque parecía muy pobre, a ella, además de tranquilidad, le había proporcionado con creces todo lo que necesitaba.