Dichos populares
Por un quita de ahí esas pajas: Por una cosa sin importancia, de poco fundamento.
Predicar en el desierto, como San Juan: Hablar en vano, hacer las cosas para nada, sin ningún resultado. En este caso, debemos hacer la advertencia de que cuando San Juan el Bautista predicaba en el desierto de Judea, lo acompañaba una inmensa muchedumbre que no sólo lo escuchaba y seguía sino que además, se hacía bautizar por él, con lo que queda descartada la idea de "predicar en vano".
Prender el ventilador: Equivale a hablar, contar todo lo que se sabe, con el objeto de perjudicar a una o más persona descubriendo secretos que estas personas se cuidan muy bien de guardar. La expresión completa es prender el ventilador y echar mierda para todos lados, comparando la ventilación de secretos con la actitud de acercar estiércol al ventilador para que se propague hacia todos lados.
Pueblo chico, infierno grande: Crítica a las sociedades de los pueblos pequeños, en donde todos sus habitantes se conocen y suelen propiciar grandes escándalos, precisamente por conocerse tan bien.
Pelitos a la mar: Desde tiempos remotos, el hecho de arrancarse algunos pelos de la cabeza y arrojarlos al viento ha tenido un significado de reconciliación, ya que así la hacían los griegos del período clásico (se lo menciona en la "Iliada", de Homero durante las ceremonias del rapado de corderos y el aventado de sus pelos). Y aún hoy lo hacen, por ejemplo, los niños andaluces cuando quieren sellar sus diferencias: ponen los pelos en la palma de la mano y, soplando, exclaman: "Pelitos a la mar", en alusión a que el viento habría de llevarse también las disputas hacia el inmenso mar, lo mismo que se llevaba los pelitos. Trasladada al lenguaje común, la frase mantiene su primitivo significado y se la usa para allanar diferencias. Entre nosotros, esa significación no tuvo jamás aplicación práctica, pero circulaba hace muchos años la variante Pelito pa’ la vieja, claro que como exclamación de júbilo luego de haber obtenido provecho en alguna operación ventajosa (cambio de figuritas, canicas, etcétera).
Picar muy alto: Esta es una expresión tomada del arte de la tauromaquia (corrida de toros), donde el acto de picar tiene mucho que ver con la habilidad del alanceador de toros. Pero, su origen nos remonta a una corrida de toros realizada en la Plaza Mayor de Madrid durante el reinado de Felipe IV, celebrando el día de su onomástico. Sucede que uno de los más destacados picadores era don Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana, que también era conocido por una relación amorosa con la reina. Ese día, el conde tuvo una actuación destacada, lo que hizo que la soberana exclamara: " ¡Qué bien pica el conde!", a lo que el rey replicó, con toda ironía: "Sí, pica muy bien... pero pica muy alto", sugiriendo lo excesivo de las aspiraciones del noble súbdito. El conde, finalmente, murió asesinado a manos de un desconocido, instigado o pagado según dicen, por algún cortesano ofendido o, muy probablemente por el propio rey, no sin antes haber salvado a la reina de un incendio producido en el palacio de Aranjuez, aunque había quienes sostenían que fue el propio don Juan el que habría provocado el fuego, para poder "salvar" a la reina. Con el tiempo, la expresión pasó al uso popular para dar a entender que alguien pone su mira en objetivos muy por encima de sus posibilidades.
Poner las manos en el fuego: Para explicar la procedencia de este dicho, hay que remontarse a la época en que se practicaba el llamado "juicio de Dios" u "Ordalía" que era una institución jurídica por medio de la cual se dictaminaba la inocencia de una persona o cosa (podía ser un libro u otra obra de arte) acusada de haber cometido algún delito, pecado o falta y de cuyo resultado se podía deducir qué juicio merecía ella de Dios. Muchas veces, el juicio de Dios se practicaba para aclarar una desavenencia entre dos personas. Originariamente, era una costumbre pagana practicada por numerosos pueblos antiguos -en particular, por tribus germánicas-, pero con la llegada del cristianismo, la costumbre fue asimilada por la Iglesia. Estos juicios de Dios tenían muchas formas de ejecución, pero las que más se practicaban eran las que consistían en el combate y el fuego, forma ésta que consistía en tomar hierros candentes o poner en la mano (u otra parte del cuerpo) una hoguera o lumbre: si la persona salía indemne o con poco daño de la prueba, era considerada inocente. La frase, con el tiempo, comenzó a aplicarse, en sentido figurado, para manifestar respaldo total por alguien o algo, dando a entender que uno estaría dispuesto incluso a poner las manos en el fuego, para dar testimonio de la conducta de una persona.
Poner los puntos sobre las íes: Durante el transcurso del siglo XVI, fueron introducidos los caracteres góticos en la escritura común. Entonces, los copistas -importantísima profesión en esa época- adoptaron la práctica de poner un pequeño tilde sobre la i minúscula, para evitar que la presencia de dos de estas letras seguidas fuese confundida con una "u" (como si hoy tuviéramos que escribir a mano y en letra cursiva el término compuesto antiinflacionario). Por supuesto, esta innovación no fue bien recibida por todos los escribas y por algunas de las personas letradas, de manera que comenzaron a discrepar con la medida; tanto fue así, que para muchos, la acción de poner los puntos sobre las íes no pasaba de ser una prolijidad ociosa, propia de personas excesivamente meticulosas y maniáticas del esmero. Con el correr del tiempo, este concepto fue desplazado por el que tiene la frase en la actualidad, es decir, ejecutar todo muy detalladamente, sobre todo lo que normalmente se hacía de manera imprecisa, aunque entre nosotros suele aplicarse a la persona que siente la necesidad de aclarar determinada situación porque prefiere las cosas transparentes.
Poner pies en Polvorosa: A pesar de que no puede afirmarse con certeza, todo lleva a pensar que el origen de esta expresión alude a un hecho bélico histórico protagonizado por el rey de Asturias y León, don Alfonso III. Al parecer, este monarca estaba bastante preocupado por las incursiones de los moros en su territorio y un buen día resolvió poner punto final a las tropelías de los sarracenos, para lo cual, salió a cortarles el paso a orillas del río Orbigo, en una región conocida como los Campos Palestinos de Polvorosa. Luego de una compleja, cruenta y exitosa contraofensiva del monarca astur, el ejército islámico debió dispersarse en fuga desordenada, de donde la conocida expresión poner pies en Polvorosa comenzó a aplicarse con valor de huida brusca y precipitada. Otras versiones, un poco menos documentadas, remiten el origen de este dicho -en sentido figurado- a la polvareda que levanta alguien cuando huye; también aluden a que en el lenguaje de los delincuentes (germanía) se llama polvorosa a la calle. En la actualidad, aunque un poco menos difundida, esta expresión es utilizada en el mismo sentido.
Poner sobre los cuernos de la luna: En la Antigüedad, la locución poner sobre la luna significaba alabar, ensalzar a una persona en grado superlativo. Ya en tiempos del poeta latino Virgilio se usaba esta expresión como imagen laudatoria y los autores clásicos españoles la incorporaron con el valor que actualmente conserva. Con el tiempo, la expresión fue embellecida con el poético agregado de "los cuernos", que algunos autores creían inspirada en el texto de cierta lápida que se conserva en la universidad de Salamanca y en la que, bajo el símbolo de la media luna invertida, se recuerda la memoria del antipapa Benedicto XIII, don Pedro de Luna, insigne protector de esa universidad. Sea como fuere, el dicho popular poner sobre los cuernos de la luna conservó por mucho tiempo su primitivo significado de ensalzar, alabar desmedidamente a alguien.
Ponerse las botas: Hubo un tiempo en el que el calzado era signo distintivo de la clase social a la que pertenecía el individuo. Es más: entre los romanos y los bizantinos existían normas muy estrictas al respecto y de hecho, esas diferencias se mantuvieron vigentes por mucho tiempo. De manera que, mientras las botas eran de uso privativo de los caballeros ricos y poderosos, el zapato bajo estaba reservado al pueblo llano. De ahí nació la expresión ponerse las botas, utilizada para poner de manifiesto el progreso de quien, por virtud de un golpe de fortuna, accedía al uso de las botas. Por supuesto, ese progreso sólo podía verificarse en un integrante de la clase baja ya que los nobles siempre habían usado botas. En la actualidad, el dicho conserva el mismo sentido, aunque en los últimos años ha adquirido -metafóricamente- un relativo valor intencional, quizá debido a las personas que medran en base a hechos no del todo claros o lícitos, por eso, en la actualidad, la frase se aplica por lo general, cuando la persona que ha alcanzado el progreso es sospechada de ilicitudes.
Por un quita de ahí esas pajas: Por una cosa sin importancia, de poco fundamento.
Predicar en el desierto, como San Juan: Hablar en vano, hacer las cosas para nada, sin ningún resultado. En este caso, debemos hacer la advertencia de que cuando San Juan el Bautista predicaba en el desierto de Judea, lo acompañaba una inmensa muchedumbre que no sólo lo escuchaba y seguía sino que además, se hacía bautizar por él, con lo que queda descartada la idea de "predicar en vano".
Prender el ventilador: Equivale a hablar, contar todo lo que se sabe, con el objeto de perjudicar a una o más persona descubriendo secretos que estas personas se cuidan muy bien de guardar. La expresión completa es prender el ventilador y echar mierda para todos lados, comparando la ventilación de secretos con la actitud de acercar estiércol al ventilador para que se propague hacia todos lados.
Pueblo chico, infierno grande: Crítica a las sociedades de los pueblos pequeños, en donde todos sus habitantes se conocen y suelen propiciar grandes escándalos, precisamente por conocerse tan bien.
Pelitos a la mar: Desde tiempos remotos, el hecho de arrancarse algunos pelos de la cabeza y arrojarlos al viento ha tenido un significado de reconciliación, ya que así la hacían los griegos del período clásico (se lo menciona en la "Iliada", de Homero durante las ceremonias del rapado de corderos y el aventado de sus pelos). Y aún hoy lo hacen, por ejemplo, los niños andaluces cuando quieren sellar sus diferencias: ponen los pelos en la palma de la mano y, soplando, exclaman: "Pelitos a la mar", en alusión a que el viento habría de llevarse también las disputas hacia el inmenso mar, lo mismo que se llevaba los pelitos. Trasladada al lenguaje común, la frase mantiene su primitivo significado y se la usa para allanar diferencias. Entre nosotros, esa significación no tuvo jamás aplicación práctica, pero circulaba hace muchos años la variante Pelito pa’ la vieja, claro que como exclamación de júbilo luego de haber obtenido provecho en alguna operación ventajosa (cambio de figuritas, canicas, etcétera).
Picar muy alto: Esta es una expresión tomada del arte de la tauromaquia (corrida de toros), donde el acto de picar tiene mucho que ver con la habilidad del alanceador de toros. Pero, su origen nos remonta a una corrida de toros realizada en la Plaza Mayor de Madrid durante el reinado de Felipe IV, celebrando el día de su onomástico. Sucede que uno de los más destacados picadores era don Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana, que también era conocido por una relación amorosa con la reina. Ese día, el conde tuvo una actuación destacada, lo que hizo que la soberana exclamara: " ¡Qué bien pica el conde!", a lo que el rey replicó, con toda ironía: "Sí, pica muy bien... pero pica muy alto", sugiriendo lo excesivo de las aspiraciones del noble súbdito. El conde, finalmente, murió asesinado a manos de un desconocido, instigado o pagado según dicen, por algún cortesano ofendido o, muy probablemente por el propio rey, no sin antes haber salvado a la reina de un incendio producido en el palacio de Aranjuez, aunque había quienes sostenían que fue el propio don Juan el que habría provocado el fuego, para poder "salvar" a la reina. Con el tiempo, la expresión pasó al uso popular para dar a entender que alguien pone su mira en objetivos muy por encima de sus posibilidades.
Poner las manos en el fuego: Para explicar la procedencia de este dicho, hay que remontarse a la época en que se practicaba el llamado "juicio de Dios" u "Ordalía" que era una institución jurídica por medio de la cual se dictaminaba la inocencia de una persona o cosa (podía ser un libro u otra obra de arte) acusada de haber cometido algún delito, pecado o falta y de cuyo resultado se podía deducir qué juicio merecía ella de Dios. Muchas veces, el juicio de Dios se practicaba para aclarar una desavenencia entre dos personas. Originariamente, era una costumbre pagana practicada por numerosos pueblos antiguos -en particular, por tribus germánicas-, pero con la llegada del cristianismo, la costumbre fue asimilada por la Iglesia. Estos juicios de Dios tenían muchas formas de ejecución, pero las que más se practicaban eran las que consistían en el combate y el fuego, forma ésta que consistía en tomar hierros candentes o poner en la mano (u otra parte del cuerpo) una hoguera o lumbre: si la persona salía indemne o con poco daño de la prueba, era considerada inocente. La frase, con el tiempo, comenzó a aplicarse, en sentido figurado, para manifestar respaldo total por alguien o algo, dando a entender que uno estaría dispuesto incluso a poner las manos en el fuego, para dar testimonio de la conducta de una persona.
Poner los puntos sobre las íes: Durante el transcurso del siglo XVI, fueron introducidos los caracteres góticos en la escritura común. Entonces, los copistas -importantísima profesión en esa época- adoptaron la práctica de poner un pequeño tilde sobre la i minúscula, para evitar que la presencia de dos de estas letras seguidas fuese confundida con una "u" (como si hoy tuviéramos que escribir a mano y en letra cursiva el término compuesto antiinflacionario). Por supuesto, esta innovación no fue bien recibida por todos los escribas y por algunas de las personas letradas, de manera que comenzaron a discrepar con la medida; tanto fue así, que para muchos, la acción de poner los puntos sobre las íes no pasaba de ser una prolijidad ociosa, propia de personas excesivamente meticulosas y maniáticas del esmero. Con el correr del tiempo, este concepto fue desplazado por el que tiene la frase en la actualidad, es decir, ejecutar todo muy detalladamente, sobre todo lo que normalmente se hacía de manera imprecisa, aunque entre nosotros suele aplicarse a la persona que siente la necesidad de aclarar determinada situación porque prefiere las cosas transparentes.
Poner pies en Polvorosa: A pesar de que no puede afirmarse con certeza, todo lleva a pensar que el origen de esta expresión alude a un hecho bélico histórico protagonizado por el rey de Asturias y León, don Alfonso III. Al parecer, este monarca estaba bastante preocupado por las incursiones de los moros en su territorio y un buen día resolvió poner punto final a las tropelías de los sarracenos, para lo cual, salió a cortarles el paso a orillas del río Orbigo, en una región conocida como los Campos Palestinos de Polvorosa. Luego de una compleja, cruenta y exitosa contraofensiva del monarca astur, el ejército islámico debió dispersarse en fuga desordenada, de donde la conocida expresión poner pies en Polvorosa comenzó a aplicarse con valor de huida brusca y precipitada. Otras versiones, un poco menos documentadas, remiten el origen de este dicho -en sentido figurado- a la polvareda que levanta alguien cuando huye; también aluden a que en el lenguaje de los delincuentes (germanía) se llama polvorosa a la calle. En la actualidad, aunque un poco menos difundida, esta expresión es utilizada en el mismo sentido.
Poner sobre los cuernos de la luna: En la Antigüedad, la locución poner sobre la luna significaba alabar, ensalzar a una persona en grado superlativo. Ya en tiempos del poeta latino Virgilio se usaba esta expresión como imagen laudatoria y los autores clásicos españoles la incorporaron con el valor que actualmente conserva. Con el tiempo, la expresión fue embellecida con el poético agregado de "los cuernos", que algunos autores creían inspirada en el texto de cierta lápida que se conserva en la universidad de Salamanca y en la que, bajo el símbolo de la media luna invertida, se recuerda la memoria del antipapa Benedicto XIII, don Pedro de Luna, insigne protector de esa universidad. Sea como fuere, el dicho popular poner sobre los cuernos de la luna conservó por mucho tiempo su primitivo significado de ensalzar, alabar desmedidamente a alguien.
Ponerse las botas: Hubo un tiempo en el que el calzado era signo distintivo de la clase social a la que pertenecía el individuo. Es más: entre los romanos y los bizantinos existían normas muy estrictas al respecto y de hecho, esas diferencias se mantuvieron vigentes por mucho tiempo. De manera que, mientras las botas eran de uso privativo de los caballeros ricos y poderosos, el zapato bajo estaba reservado al pueblo llano. De ahí nació la expresión ponerse las botas, utilizada para poner de manifiesto el progreso de quien, por virtud de un golpe de fortuna, accedía al uso de las botas. Por supuesto, ese progreso sólo podía verificarse en un integrante de la clase baja ya que los nobles siempre habían usado botas. En la actualidad, el dicho conserva el mismo sentido, aunque en los últimos años ha adquirido -metafóricamente- un relativo valor intencional, quizá debido a las personas que medran en base a hechos no del todo claros o lícitos, por eso, en la actualidad, la frase se aplica por lo general, cuando la persona que ha alcanzado el progreso es sospechada de ilicitudes.