ESPEJO: Estimado Pedro Morales Moya...

CORRESPONDENCIA BUSTAMANTE 3

Al hablar de Juan Bustamante, vecino de Espejo, estoy evocando con el personaje, un conjunto de recuerdos y costumbres que se han perdido. No es frecuente que alguien vuelva a recrear ciertas ocurrencias que en tres o cuatro generaciones pasan a pudrirse en el pabellón del olvido.
Juan era un personaje singular. No era muy alto, pero caminaba erguido y esto era un tanto a su favor. No era parlanchín, pero si soltaba una frase, era como flecha que acertaba con la diana. Era legal, pero no podía resistir la tentación de pescar un par de truchas con las artes de un furtivo; eso, sin perder la compostura. Juan, para llevar a su mesa un par de peces, nunca más, apenas tuvo que mojarse. El problema estaba en pillar distraída a la Guardia Civil. En el cuartelillo de la Benemérita en Espejo, se sabía que Juan, un día al año, comía a la carta gracias al río. Y lo seguían de cerca.
Hasta el último tercio del siglo XIX más o menos, el río era del pueblo. En sus aguas la fauna era diversa y abundosa y se pescaba libremente, sin pasarse. Hasta que las leyes centralistas crearon el sistema de licencias e infracciones, con Guardia Civil por medio por un si acaso. Juan era de los rebeldes y conservó como oro en paño un esparavel, herencia de algún antepasado. Y aquellas truchas furtivas, guisadas con jamón, eran como teta en boca de un mamoncete. Todo gracias al río Omecillo, cargado de peces y crustáceos (el cangrejo autóctono, hoy desaparecido) y a su habilidad con unas migajas de astucia.
Aquel día era domingo y cuatro de los cinco guardias se fueron a oír la misa mayor, en la parroquia de El Salvador de Espejo, a las diez de la mañana. El quinto de los citados estuvo en la misa abreviada de siete. La misa mayor, cantada y con sermón, duraba una hora larga. Juan contó conmigo, un mocete de once años con ganas de aventuras. Me dijo: “anda y juega por aquí y si ves salir al guardia y toma el camino del río, corre y me avisas; tendrás tu premio”.
Juan tenía escondido, junto al río, el esparavel para las truchas y se fue para allá mientras el grueso de la vigilancia oía misa. Se percató al instante: en su territorio de pesca alguien había metido la nariz. El esparavel, escondido en una junquera, no estaba como él lo dejó. Y dedujo: “por aquí han pasado los guardias y me quieren sorprender como si yo fuera un pipiolo”. Se llevó el esparavel, lo enterró en sitio seguro y se volvió para el pueblo. A mí me dijo: “Puedes levantar el vuelo; ya está todo en marcha”. Y Juan se fue a oír media misa mayor y a que lo vieran los guardias. Pero los guardias no estaban. Se habían ido y andaban por las orillas del río buscando al furtivo. No dieron con él, pese a que lo conocían por su nombre y dos apellidos.
En la taberna de Federico, tomando el blanco dominical horas más tarde, Juan saludó al cabo: “otra vez será”, le dijo. Y el otro le respondió: “Y caerás como un zarramplín”.
Pero Juan nunca pasó por el cuartelillo, siquiera a declarar.
Pedro Morales Moya.
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Estimado Pedro Morales Moya
Hoy pensaba cómo textos escritos a mas de 10.000 km de distancia pueden provocar semejante revolucion de mentes y corazones. Cada texto que nos envía tan gentilmente, provoca en mi y en mi familia un revuelo de importancia!. Yo me convierto en lector del mensaje, mis padres en atentos escuchas. Luego se genera un hermoso debate familiar, muchas veces para darle significado a algunas palabras del castellano que no son comunes en estas latitudes, y luego con sonrisas, tratamos de ver que cualidades de las narradas, pasaron a las futuras generaciones.
Gracias por estas historias, gracias por la memoria y por la rica narración.
Nos declaramos sus avidos lectores!
Desde Argentina, abrazo con mucho afecto.
Claudio Pavlik Bustamante