Con la división de
España en provincias en 1833 por el decreto de Javier de
Burgos se designa a
Pontevedra como capital de su provincia por su antiguo esplendor, además de ser el centro geográfico de la provincia. Isabel II le concede en 1835 el título de ciudad. La ciudad resurge y recupera el esplendor de los siglos pasados al aparecer nuevas instituciones y servicios que trajeron población y dinero. En esta época, frente a la necesidad de contar con espacios para la edificación, la ciudad cambia su fisionomía; se derrumban las
murallas y la fortaleza arzobispal y se abren nuevas
calles, como la que conduce hoy desde a
calle de la Oliva a la
Virgen del
Camino (en la actualidad calle García Camba) o la que va desde la calle del
Comercio a la calle Michelena. Igualmente, se realizaron obras de infraestructura y saneamiento, se construyen
escuelas y hospitales, se crean o acondicionan espacios de uso público como la Alameda de Pontevedra, de Alejandro Rodríguez Sesmero, y llega el ferrocarril en 1884 y la luz eléctrica en 1888, siendo Pontevedra la primera ciudad gallega en contar con este servicio.