A los pies de la Cabeza da Meda, por la que ahora trepan las altivas lanzas de los eólicos, y casi a la vista del angosto cañón del Sil, sobre el que se precipita un denso souto de
castaños, la vieja aldea es un espacio tan real que parece fabuloso. A veces, como en la imagen, las nubes suben cargadas de
agua desde el
río y poco a poco van ganando las cumbres, no sin dejarse jirones entre los robles y salpicando de bultos blanquecinos los eidos y balados, como si sobre ellos volvieran a pastar los
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