OFERTA LUZ: 5 Cts/kWh

MEMBRIO: RELATOS AL ATARDECER-1....

RELATOS AL ATARDECER-1.
La leyenda del «Papamoscas» de la Catedral de Burgos.
El Papamoscas es un autómata que marca las horas. Se trata de una figura de medio cuerpo que se asoma sobre un reloj. Su mecanismo es el siguiente: todas las horas en punto abre la boca al tiempo que mueve su brazo derecho para accionar el badajo de una campana. El mejor momento para ver en marcha al autómata es a las doce del mediodía, cuando da doce golpes y abre y cierra doce veces la boca (probablemente de ahí le venga el nombre, papamoscas, ave que reciben este nombre por su habilidad para cazar moscas).
En una balconada anexa se encuentra el Martinillo, una figura más pequeña y de cuerpo entero, que da los cuartos y las medias.
La imagen actual data del siglo XVIII, cuando se sustituyó al viejo autómata del siglo XVI. El Papamoscas está situado en lo alto de la nave mayor, en el primer tramo de los pies de la basílica. Muestra una partitura en su mano derecha. Se cuenta que la figura fue una obra que encargó el rey Enrique III “El Doliente” (1379-1406), así apodado por su mala salud, el cual acostumbraba a ir a rezar todos los días a la catedral. Un día, mientras estaba inmerso en sus plegarias, advirtió la presencia de una hermosa joven. El rey la siguió. Esta escena se repitió durante mucho tiempo, aunque la timidez del monarca impidió que se dirigieran la palabra. Un día, la misteriosa joven dejó caer un pañuelo al paso del rey, quien lo recogió y se lo devolvió en silencio. Al desaparecer la mujer detrás de la puerta, el rey escuchó un doloroso lamento que se le quedó grabado en la memoria.
A partir de entonces, la muchacha no volvió a aparecer, y el rey, desesperado, la buscó por todos los rincones del templo, y, cuando trató de saber algo acerca de ella, le informaron que en la casa donde había visto que entraba todos los días, hacía muchos años que no vivía nadie, ya que todos sus habitantes habían fallecido víctimas de la peste negra. Para retener la visión de la joven el rey encargó que se fabricara un reloj para la catedral, y que una figura reprodujera los rasgos de la muchacha y que, al sonar las horas, lanzase un gemido como aquel que había escuchado. Pero el artífice no logró siquiera aproximarse a la belleza que le había descrito el monarca, y al reproducir el lamento lo que sonaba era una especie de graznido, lo que motivó que años después se silenciara.
Este muñeco es muy célebre y aparece en numerosas obras, especialmente en los diarios de viajes o las memorias de los viajeros que visitaban Burgos. Entre otros autores, hablan del Papamoscas Edmondo de Amicis, Victor Hugo, o Benito Pérez Galdós. Galdós lo cita además en sus novelas Napoleón en Chamartín y Fortunata y Jacinta. Otras alusiones literarias aparecen en las memorias de María Cruz Ebro o de Paul Naschy, en los cuentos de Ignacio Galaz o en la comedia Contigo, pan y cebolla de Manuel Eduardo de Gorostiza.
El papamoscas ha inspirado muchas coplas y canciones populares, una de ellas dice así:
El Papamoscas soy yo
y el Papamoscas me llamo,
este nombre me pusieron
hace ya quinientos años.
Desde esta ojiva elevada
contemplo la gente loca
que corre apresurada
para verme abrir la boca.
Y que contentos me miran
sin cansarse de esperar;
a los listos y los tontos
los engaño de verdad.
Porque no es el Papamoscas
el que sólo hace la fiesta,
también los que estáis abajo
y tenéis la boca abierta.