MEMBRIO: "UN PUEBLO QUE NUNCA SE ACABA.- 63...

ANDARES VERANIEGOS DE LOS LABRADORES EN “LOS HORNOS Y REHOYOS”.

Llegando el verano los labradores preparaban los utensilios para la dura temporada que se acercaba, “LA SIEGA, LA SACA Y LA TRILLA”. Hoces y dedales para la siega. Carruajes con los ejes engrasados con estacas y sogas para la saca. El trillo, liendros y cribas para para la era.
En casa del labrador eran conscientes que, de la matanza, había que apartar o reservar para la campaña del verano, chorizo, lomo, tocino…. También había que ir haciendo acopio de garbanzos y otros alimentos básicos, ya que el labrador, cuando empezaba con la siega y hasta que terminaba con la era, se desplazaba al campo y no regresaba en varios días para reponer las fiambreras, alforjas y el costal con el pan.
Los garbanzos con chorizo y tocino y el aguaillo eran el alimento básico de los labradores en verano y calorías tendrían que tener porque el labrador, trabajando de sol a sol con temperaturas muy altas, jamás se vio rendido ante el duro trabajo de la siega, la saca y la trilla.
De agradecer era la sombra de las encinas y chaparros en Los Rehoyos cuando se pasaba cerca de ellas en la siega. Pero no siempre era así porque en Los Hornos no había más sombra que la que proporcionaba el sombrero de paja. Ante tanto calor, el barril siempre estaba cerca para echar un trago de agua fresca; siempre puesto a la sombra, unas veces bajo una encina, hacinas, gavillas, retamas…….
Para cocer los garbanzos, hacer sopas o café en la siega, se hacía una hornilla preferentemente en un terreno arado si estaba cerca, por ser el lugar más seguro para evitar incendios forestales. De no ser así, se hacía en el rastrojo. En la mayoría de los casos la hornilla era de uso colectivo, ya que al estar varios labradores próximos en la labor, se elegía un lugar para que todos estuvieran más o menos a la misma distancia para su uso.
Cuando se hacia la hornilla, concurrían los labradores que en ese momento ya empezaban a operar en lugares próximos. Una vez elegido el lugar, si era en el rastrojo con azadas quitaban el pasto, maleza……formando un cerco que podría rondar los cuatro o cinco metros y en el centro se hacia la hornilla. Esta era redonda y entorno a un metro de diámetro, en su interior había una pared hecha de piedra sobre piedra y de una altura aproximada a los cincuenta centímetros; sobre la pared se echaba tierra para darle seguridad y evitar que con facilidad pudiera salir fuego de la hornilla. Se dejaba una abertura para acercarse a la lumbre para los diferentes menesteres, una vez hecha, los labradores traían leña para el gasto de varios días.
Ya estamos en la SIEGA, funcionando la hornilla con la lumbre y los pucheros arrimados al fuego. Sucesivamente se acercaba un labrador con el barril para ir echando agua a los pucheros que pudieran necesitarlo y también para mantener vivo el fuego.
Llegando la hora de comer los labradores se iban acercando a la hornilla para llevarse su correspondiente puchero, y si coincidían más de uno siempre había un rato para la tertulia, y no menos cuando iban segando unos cerca de otros. De vez en cuando enderezaban el cuerpo estirándolo y con la hoz se rascaban un poco la espalda para sentir alivio, porque para ir segando había que ir con el cuerpo inclinado o jorobado y al mismo tiempo decían: ¡Que calor, como lo lleváis compañeros!, y la repuesta era: Vamos tirando que no es poco.
Duro era el trabajo del labrador pero nunca les acompañó la amargura, siempre en sus labios había una sonrisa y un ADIÓS para todo hermano y daba igual si era membrillero, porretero o algún vaquero o pastor de tierras lejanas.
Cuando los labradores recogían su puchero de la hornilla o en el cerco de seguridad, limpiaban la olla con un ramo de retama para quitar las brasas que pudieran estar adheridas exteriormente a la misma, y como estaba caliente, usaban un plato o cazuela para transportarla con comodidad sin quemarse y para tener más seguridad ante posibles incendios en el trayecto desde la hornilla al lugar donde comían. En todo momento durante el verano tenían muy presente tomar medidas de seguridad para evitar hechos desagradables.
El lugar para comer era la sombra de una encina o la de un sombrajo que el labrador habían hecho con palos y retamas. También se hacían junto a una hacina clavando unos palos adecuadamente y encima una o dos mantas.
“Aguaillo, aguaillo…………….. agua, cebolla, ajo, sal, vinagre y pan duro en una cuenca y tal vez recién venido del pueblo con tomate, pepino” y en este caso sería gazpacho, cuatro cucharadas de garbanzos y una de aguaillo para que pasen mejor los garbanzos y de vez en cuando un buen trago de agua fresca del barril y un mordisco de pan.
Una vez terminada la comida, la siesta era de necesidad para descansar un rato y dormir, porque las tardes se aprovechaban segando hasta llegar la fresca y por las mañanas se madrugaba tanto que aún se veían las estrellas. El labrador necesitaba la siesta a la sombra, pero también la necesitaría todo animal viviente en aquellos lares, ya que en estos momentos desaparecían y no se oían ni las moscas, excepto las chicharras que no paraban de cantar en las retamas y también eran una excepción las lagartijas que entraban en el sombrajo a comer los restos de comida caídos al suelo y en ocasiones les dábamos de comer hasta con las manos por lo simpáticas y mansas que eran.
Si estaba sólo el labrador, le tocaba hacer todo, segar, el puchero, el aguaillo….pero si le acompañaba la labradora, ella hacia el aguaillo mientras traía el puchero y buena ayuda que tenían, porque algunas segaban igual o más que ellos y se notaba por lo mucho que avanzaban segando, quedaban atrás al que estaba sólo.
La mujer le ayudaba preferentemente en las tareas de verano si no tenían que atender a hijos pequeños, personas mayores u otros menesteres.
Llega hoy la hora de terminar de segar, hay que cenar y después hacer la cama para dormir, ¡Ay la cama!, un montón de rastrojo en el suelo y encima una manta. No hacía falta nada para taparse y, mientras llegaba el sueño, a contar las estrellas oyendo cantar al mochuelo y al alcaraván.
Una vez terminada la siega, empezaba la SACA llevando los haces en el carro con las estacas puestas para que cupiera el mayor número posible de haces en cada viaje a la era y allí se formaban los jazcales de trigo, cebada, avena y el más pequeño de centeno, que con la paja y sin las espigas se hacían colchones para las camas.
Cuando se daba por terminada la saca, empezaba la TRILLA formando la parva de trigo, cebada o avena. Empezaba a funcionar el trillo arrastrado por la yunta. Cuando la parva estaba trillada, se amontonaba y a esperar a que hubiera viento. Luego con el liendro se lanzaba a lo alto y caía el grano separado de la paja, una vez terminada esta tarea el grano era cribado con la criba para que quedara más limpio.
Estando el montón de grano disponible para envasar y transportar, se entregaba lo que correspondía al dueño de la finca y el resto se hacía en costales y se cargaban en el carro para llevarlos a la comarcal o a las trojes.
Terminada la trilla sólo quedaban montones de paja, se ponía una red sobre las estacas del carro para llevar la paja al pajar y cuando este estaba lleno se llevaba al huerto para que allí la comiera la yunta.
El labrador trabajaba para su sustento y el de su familia pero de su trabajo también se aprovechaban las aves y todos los animales de aquellos LARES, palomas, pardales, perdices, codornices, cogutas, liebres,………………y que casta tendría el labrador que nunca les reprochó que comieran de su trabajo.
No podemos dejar de nombrar a un hombre que nos visitaba en todas las labores y era transportador de conversación amena y nos alegraban sus vistas, el guarda de la hoja, Joaquín con su perrito Paco que en muchas ocasiones se sentaba con los labradores junto a la hornilla en tertulia tomando un café o en algún descanso.
Llegó la hora de despedirse de la era con el último carro lleno de paja y con la satisfacción de que en ningún momento hubo accidentes graves o percances.
Daremos gracias en esta TIERRA SANTA, a la ENCINA GRANDE que estaba en lo más alto de aquellos LARES y era visible desde todos los rincones, como una VIRGEN en su pedestal que con su manto protege en todo momento a sus hijos ante cualquier adversidad.
Se terminó la cosecha y se hace balance de si ha sido buena o mala y, aunque hubiera sido buena, era difícil oír decir al labrador “Ha sido buena y estoy satisfecho”, por eso en las tertulias si alguien se quejaba por algo se oía decir: “Te quejas más que un labrador”.
Llegó la hora de colgar el sombrero de paja hasta el próximo verano, que ya no hace falta su sombra y de coger la boina del baúl, que es mejor para el invierno porque abriga la cabeza y ahora que hemos terminado nos despediremos con un saludo propio de ellos: “Adiós, que te vaya bien”.
¡Jesús, Jesús……………….. a mí me gusta la siega cuando se ha terminado”.

VIRGO.

"UN PUEBLO QUE NUNCA SE ACABA.- 63

Nos haces"VIRGO" de echar mano al "Cuaderno Costumbrista", que dice así:

"En los Hornos los labradores eran más de la muitad de Membrío y laotra mitad de Salorino; el caso que quiero contar es que, unos señores de Salorino conocido por los Hermanos Remedios que eran cuatro; tenían una carreta cargada de paja... ¡claro esta!, mirando para Salorino y medio para salir a la mañana siguiente de madrugada para Salorino como era lógico; el caso es que a media tarde pasó un "polvorino" o "remolino" de aire; con tal fuerza que la puso mirando para el río Salor. Y a otro labrador (omitimos ewl nombre), tenía una manta encima del sombrajo y la levantó el "remolino" con tal fuerza y fue caer volando a la Dehesa de Sacristanía", que dista de la Era de Los Hornos, unos 2 kilómetros". "Adiós que te vaya bien, no... nos vemos el próximo domingo. SALUDOS.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Todo eso debió ocurrir cuando ya no estaba. A los labradores no les preocupaban los remolinos y si las tormentas que si se formaban riachuelos en la era podían llevarse la parva al Salor.


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