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MEMBRIO: Don Paco era una de las almas de esa legión hipocrática...

Pocos como Don Paco Tejero conocían la idiosincrasia y la patología de los hurdanos; y a sus moradores entregaría su corazón ancho, su dadivosidad, sus conocimientos.

Como un Tosca de fonendos, gozoso de la segunda navegación platoniana, la más plácida y serena, según el filósofo, el doctor Tejero, don Paco, ha emprendido el último vuelo como una oropéndola. Amigablemente don Paco, ha dejado el perfil montañoso de Las Hurdes, donde su figura realzaba el perfil humano y filantrópico de las viejas Hurdes, aquella comarca de sol y sombra, tan lejana, afortunadamente de la actual, otrora imagen solanesca, quebrada, geográficamente, por el acero de las aguas cristalinas del río los Angeles. Mucha vida de don Paco transcurriría junto a ese caudal y esa estampa mugrienta de tejados entre una belleza natural de espliegos, jaras y cantuesos.

En la última visita de Don Juan Carlos a La Hurdes, quiero recordar que en 1998, comentaba con el Monarca, en los aledaños de Pinofranqueado, donde ejerció su carrera don Paco, en una tarea impagable, cuasi samaritana y uno de los últimos abencerrajes hipocráticos de ese colorista y legendario tejadillo, en el norte de la provincia cacereña.
Saludos

Don Paco era una de las almas de esa legión hipocrática que dejaría en Las Hurdes el mejor bálsamo de la condición humana; y en los nombres no me gustaría relegar al olvido a cuantos galenos dejaron en los hurdanos los efectos de la ciencia y la caricia contra la hostilidad de ese “clamor de piedras”. Aquellos Pizarro, Olivera, Vidal, don Ignacio, el desterrado Albiñana y los practicantes como don Luis Vargas y su hijo Avelino – para mí de grato recuerdo -.

Con algunos – don Paco y don Ignacio; don Luis y Avelino - palpé el pulso de la comarca plasmado en mi obra: “Las Hurdes, clamor de piedras”, cuando aún esa sombra no se había desprendido de la vieja hopalanda que la cubría y surgía como una estampa fantasmal y, sin embargo, mágica.

Pocos como Don Paco Tejero conocían la idiosincrasia y la patología de los hurdanos; y a sus moradores entregaría su corazón ancho, su dadivosidad, sus conocimientos. Aquellas noches de luna y sin ella, bien a lomos de caballo, en un principio y, más tarde, en su sencillo automóvil, desafiaba los tortuosos trechos para asistir al enfermo. Sí compartí con él como con don Luis y Avelino sus vivencias, fieles a Hipócrates en un desprendimiento apostólico. Don Paco me recordaría ciertas noches: cuando pasaban los “sputnik” rusos, por ejemplo. Aún recuerdo sus palabras: ”El satélite pasó, en tres ocasiones, sobre mi cabeza y no había llegado a la alquería de Ovejuela”. De ahí que el Rey alabase esos gestos durante nuestra breve charla.; Unos años antes, Don Juan tendría el detalle de visitar la comarca y, junto a él, estuve en la habitación donde su padre, Alfonso XIII, durmió su primera noche, el 21 de junio de 1922, en Casar de Palomero.

Todo esto me recuerda a Borges: “No hablo de años, hablo de épocas”, vivencias escritas en la agenda sepia de mi memoria. Sin embargo, lo interesante es levantar acta, mediante estas palabras, del paso de un hombre machadianamente bueno por la tierra, de su ciencia y sus manos, de su quehacer en Pinofranqueado; y aquellos visitantes ilustres: Fraga, Martín Villa, Mortes…, a los que acogió como regidor.

Un día, don Paco, como un jilguero, volaría a su Membrío natal, para recoger en sus manos los últimos rayos de la tarde, el calorcillo de unas puestas de sol, el eco de la saudade, el adiós, en fin, a la vida de Tosca. Me han dicho que nos dejado, ya viejecito, y quiero que una palabra mía sepa que es una lágrima y su figura un adiós de ocaso y, sin embargo, perenne.

J. A PEREZ MATEOS, escritor y periodista.

Saludos