Identidad extremeña. Reflexiones.
La valoración espacial que se hace de Extremadura en los distintos períodos históricos, por gentes de formación dispar, varía en el tiempo y según la mirada de quienes tratan de definirla. El desconocimiento general de su formación histórico-geográfica y de su estructura socioeconómica, y la mirada superficial acuñan una Extremadura en ocasiones indefinida; se percibe también como espacio de paso, de nadie, de frontera; e incluso su caracterización se concreta a partir de su diversidad intrarregional. A partir de unos hipotéticos rasgos particulares y de un conjunto de experiencias e impresiones personales, los viajeros pretenden generalizar acerca de una supuesta psicología de los extremeños. Percepción que generalmente obvia, sin embargo, las condiciones reales, materiales, sociales e históricas, de la región. Los primeros turistas muestran a los extremeños, por sus defectos y virtudes, de la siguiente manera:
Rasgos positivos:
Sencillos, francos, sacrificados, hospitalarios y gentes de honor y probidad.
Rasgos negativos:
Aislados, taciturnos, indolentes, atrasados, individualistas.
La perspectiva espacio-temporal
Históricamente Extremadura ha sido definida por su situación extrema, periférica y fronteriza. Un espacio apenas articulado, de acusada despoblación, de repoblación mitad castellana (la zona oriental), mitad leonesa (la occidental), que desde la «reconquista» perteneció a la corona de Castilla. De hecho, durante los siglos XVI y XVII Extremadura se concibe como su prolongación. La provincia con el nombre de Extremadura surge jurídicamente en torno a 1653 a partir de diferentes partidos y territorios de la provincia de León de la Orden de Santiago, recobrando con los Austria el topónimo y la memoria histórica de las antiguas extremaduras castellanas, leonesas, etc. Tras la conformación formal de la provincia de Extremadura en 1785, y su reconocimiento de facto con la creación de la Real Audiencia de Extremadura (1790), su existencia legal y unitaria comienza a proyectar la existencia real de un territorio donde se asienta un grupo humano con una particular historia y cultura compartidas. En 1822 se configura la división biprovincial con el régimen liberal, y la demarcación actual se establece después de la remodelación que lleva a cabo Javier de Burgos en 1833. Desde aproximadamente éstas fechas existe la idea extendida, por otra parte, que distingue entre una Extremadura Alta, que grosso modo vendría a coincidir con la provincia de Cáceres; y una Extremadura Baja, la provincia de Badajoz. Las afinidades de tales o cuales poblaciones con otras tantas de otras configuraciones socioculturales, no pone de manifiesto sino un hecho claramente perceptible en cualquier frontera cultural o política de cualquier lugar del mundo.
Hasta fechas recientes había quienes defendían la tesis, de marcados tintes esencialistas, de que la «auténtica» Extremadura se identifica con los territorios comprendidos en la mesopotamia regional, es decir, el espacio, «no contaminado», encerrado entre las dos grandes arterias fluviales, Tajo y Guadiana, que la atraviesan de este a oeste. Y no han faltado los partidarios del discurso estático que aborda la cultura como algo fósil, sin evolución, y la tradición como algo perenne.
Lo cierto es que buena parte de los problemas y el estado secular de postergación histórica de la región derivan, por una parte, de su tradicional e impuesta vocación mesteña. El mismo topónimo de Extremadura está relacionado con lo que durante siglos han sido los modos de vida más extendidos en la región: el pastoreo y la trashumancia; y con el hecho de ser una tierra de frontera, donde los ganados castellanos y leoneses venían en invierno a aprovechar los pastos de las dehesas; y con la idea, también, de que aquí parían las merinas y retornaban a Castilla cuando los pastores, a finales de primavera, extremaban, es decir separaban los corderos de las madres. Y por otra, del hecho de ser durante siglos el teatro bélico donde se dirimían las contiendas europeas de la monarquía española.
La valoración espacial que se hace de Extremadura en los distintos períodos históricos, por gentes de formación dispar, varía en el tiempo y según la mirada de quienes tratan de definirla. El desconocimiento general de su formación histórico-geográfica y de su estructura socioeconómica, y la mirada superficial acuñan una Extremadura en ocasiones indefinida; se percibe también como espacio de paso, de nadie, de frontera; e incluso su caracterización se concreta a partir de su diversidad intrarregional. A partir de unos hipotéticos rasgos particulares y de un conjunto de experiencias e impresiones personales, los viajeros pretenden generalizar acerca de una supuesta psicología de los extremeños. Percepción que generalmente obvia, sin embargo, las condiciones reales, materiales, sociales e históricas, de la región. Los primeros turistas muestran a los extremeños, por sus defectos y virtudes, de la siguiente manera:
Rasgos positivos:
Sencillos, francos, sacrificados, hospitalarios y gentes de honor y probidad.
Rasgos negativos:
Aislados, taciturnos, indolentes, atrasados, individualistas.
La perspectiva espacio-temporal
Históricamente Extremadura ha sido definida por su situación extrema, periférica y fronteriza. Un espacio apenas articulado, de acusada despoblación, de repoblación mitad castellana (la zona oriental), mitad leonesa (la occidental), que desde la «reconquista» perteneció a la corona de Castilla. De hecho, durante los siglos XVI y XVII Extremadura se concibe como su prolongación. La provincia con el nombre de Extremadura surge jurídicamente en torno a 1653 a partir de diferentes partidos y territorios de la provincia de León de la Orden de Santiago, recobrando con los Austria el topónimo y la memoria histórica de las antiguas extremaduras castellanas, leonesas, etc. Tras la conformación formal de la provincia de Extremadura en 1785, y su reconocimiento de facto con la creación de la Real Audiencia de Extremadura (1790), su existencia legal y unitaria comienza a proyectar la existencia real de un territorio donde se asienta un grupo humano con una particular historia y cultura compartidas. En 1822 se configura la división biprovincial con el régimen liberal, y la demarcación actual se establece después de la remodelación que lleva a cabo Javier de Burgos en 1833. Desde aproximadamente éstas fechas existe la idea extendida, por otra parte, que distingue entre una Extremadura Alta, que grosso modo vendría a coincidir con la provincia de Cáceres; y una Extremadura Baja, la provincia de Badajoz. Las afinidades de tales o cuales poblaciones con otras tantas de otras configuraciones socioculturales, no pone de manifiesto sino un hecho claramente perceptible en cualquier frontera cultural o política de cualquier lugar del mundo.
Hasta fechas recientes había quienes defendían la tesis, de marcados tintes esencialistas, de que la «auténtica» Extremadura se identifica con los territorios comprendidos en la mesopotamia regional, es decir, el espacio, «no contaminado», encerrado entre las dos grandes arterias fluviales, Tajo y Guadiana, que la atraviesan de este a oeste. Y no han faltado los partidarios del discurso estático que aborda la cultura como algo fósil, sin evolución, y la tradición como algo perenne.
Lo cierto es que buena parte de los problemas y el estado secular de postergación histórica de la región derivan, por una parte, de su tradicional e impuesta vocación mesteña. El mismo topónimo de Extremadura está relacionado con lo que durante siglos han sido los modos de vida más extendidos en la región: el pastoreo y la trashumancia; y con el hecho de ser una tierra de frontera, donde los ganados castellanos y leoneses venían en invierno a aprovechar los pastos de las dehesas; y con la idea, también, de que aquí parían las merinas y retornaban a Castilla cuando los pastores, a finales de primavera, extremaban, es decir separaban los corderos de las madres. Y por otra, del hecho de ser durante siglos el teatro bélico donde se dirimían las contiendas europeas de la monarquía española.
Exactamente"VIRGO", en 1833, adhesionamos por ejemplo... ahora no nod acordamos, pero si que perdimos La Alberca y Puelbla de Obando. SALUDOS.