Volvereis con la cara morena,
que el sol lugareño
no perdona sus toques de lumbre
cuando topa a cualquier forastero,
venid acá todos:
A beber en las alas del viento
los efluvios que bajan del monte,
los aromas que suben del huerto.
A empapar en visión luminosa
la mirada en el disco de fuego
que madruga a templar con su lumbre
de la tierra los rústicos senos
a saltar en el césped tupido
de los prados tendidos y frescos,
donde crece la hierba de a vara
entre acelgas, marujas y trébo.
Gozareis el oxígeno puro
del vivir salutífero; luego
cantando tonadas
al compás de sonoros cencerros,
a buscar por las quiebras del monte,
cuando empieza a segarse el centeno,
los hilos de plata de barcéa
en penachos espléndidos
que se rizan, cuando el sol los besa,
formando sus flecos
caprichosos anillos, que vuelven
por la noche a esponjarse de nuevo.
Esta plata, que riza en las cumbres
el Sol veraniego,
es más llevadera,
y es hermosa y no cuesta dinero,
por los campos de mieses maduras,
cambroneras, matojos y brezos,
gateando entre espesos zarzales.
A buscar el vival del conejo,
y la tímida liebre en la mata,
Y la esquiva perdiz en el teso,
a caballo en potrancos cerriles
haremos encierros
de las reses que comen de gorra
en las dehesas de mis lugareños,
corriendo las vacas,
lidiando becerros,
que pagan el pato
babeando el corral de concejo.
En las casas de los montaraces,
del monte en el centro.
haremos un alto,,
celebrando el bravo paseo
los lances extraños,
los fallos y aciertos,
trasegando con calma sabrosa
en pulida liara de cuerno,
rameada a punta de navaja
con la pájara pinta en el medio,
rica leche recien ordeñada
que tempera el cansancio del cuerpo.
Y vosotros también, españoles,
que volasteis del nido paterno
que escuchó las primeras sonrisas
cuando erais pequeños.
El rincón amado
que sabe el misterio
del intenso sufrir y las lágrimas
que corrieron por él en silencio;
que fuisteis a América,
al Brasil, a la Plata y al Méjico,
buscando fortuna,
riqueza y dinero.
Por huir el trajín de una vida
llena de lacéridos:
dejad esas tierras,
venid a mi pueblo,
que en esos emporios
del mundo moderno,
no se va en los domingos a misa
no se reza el rosario en el templo,
solo quieren gozar de la vida
sin traba, ni freno,
aunque luego al morir, los arrojen
a un barranco lo mismo que a un perro.
que el sol lugareño
no perdona sus toques de lumbre
cuando topa a cualquier forastero,
venid acá todos:
A beber en las alas del viento
los efluvios que bajan del monte,
los aromas que suben del huerto.
A empapar en visión luminosa
la mirada en el disco de fuego
que madruga a templar con su lumbre
de la tierra los rústicos senos
a saltar en el césped tupido
de los prados tendidos y frescos,
donde crece la hierba de a vara
entre acelgas, marujas y trébo.
Gozareis el oxígeno puro
del vivir salutífero; luego
cantando tonadas
al compás de sonoros cencerros,
a buscar por las quiebras del monte,
cuando empieza a segarse el centeno,
los hilos de plata de barcéa
en penachos espléndidos
que se rizan, cuando el sol los besa,
formando sus flecos
caprichosos anillos, que vuelven
por la noche a esponjarse de nuevo.
Esta plata, que riza en las cumbres
el Sol veraniego,
es más llevadera,
y es hermosa y no cuesta dinero,
por los campos de mieses maduras,
cambroneras, matojos y brezos,
gateando entre espesos zarzales.
A buscar el vival del conejo,
y la tímida liebre en la mata,
Y la esquiva perdiz en el teso,
a caballo en potrancos cerriles
haremos encierros
de las reses que comen de gorra
en las dehesas de mis lugareños,
corriendo las vacas,
lidiando becerros,
que pagan el pato
babeando el corral de concejo.
En las casas de los montaraces,
del monte en el centro.
haremos un alto,,
celebrando el bravo paseo
los lances extraños,
los fallos y aciertos,
trasegando con calma sabrosa
en pulida liara de cuerno,
rameada a punta de navaja
con la pájara pinta en el medio,
rica leche recien ordeñada
que tempera el cansancio del cuerpo.
Y vosotros también, españoles,
que volasteis del nido paterno
que escuchó las primeras sonrisas
cuando erais pequeños.
El rincón amado
que sabe el misterio
del intenso sufrir y las lágrimas
que corrieron por él en silencio;
que fuisteis a América,
al Brasil, a la Plata y al Méjico,
buscando fortuna,
riqueza y dinero.
Por huir el trajín de una vida
llena de lacéridos:
dejad esas tierras,
venid a mi pueblo,
que en esos emporios
del mundo moderno,
no se va en los domingos a misa
no se reza el rosario en el templo,
solo quieren gozar de la vida
sin traba, ni freno,
aunque luego al morir, los arrojen
a un barranco lo mismo que a un perro.