A los 18 años lo envían a Bruselas a estudiar, pero sus compañeros se burlaban de él por sus modos campesinos de hablar y de comportarse. Al principio, aguantó con paciencia, pero cuando las burlas llegaron a extremos, agarró por los hombros a uno de los peores burladores y con él derribó a otros cuatro. Todos rieron, pero las burlas se acabaron y pronto con su amabilidad se ganó las simpatías de sus compañeros.
A los 20 años escribió a sus padres pidiéndoles permiso para entrar de religioso en la congregación de los Sagrados Corazones. Su hermano Jorge, de espíritu mundano, se burlaba de él diciendo que era mejor ganar dinero que dedicarse a ganar almas. Dicho hermano perdió la fe posteriormente.
A los 20 años escribió a sus padres pidiéndoles permiso para entrar de religioso en la congregación de los Sagrados Corazones. Su hermano Jorge, de espíritu mundano, se burlaba de él diciendo que era mejor ganar dinero que dedicarse a ganar almas. Dicho hermano perdió la fe posteriormente.
En 1863 zarpó en una nave hacia su lejana misión. En el viaje hizo gran amistad con el capitán del barco, el cual le dijo:
“Yo nunca me confieso. Soy mal católico. Pero le digo que con usted sí me confesaré”. Damián le respondió: “Todavía no soy sacerdote, pero espero un día, cuando ya sea sacerdote, tener el gusto de absolverlo de todos sus pecados”. Más adelante, como de manera inesperada, se cumplió su deseo. Poco después de llegar a Honolulu, la capital de las islas, fue ordenado sacerdote.
“Yo nunca me confieso. Soy mal católico. Pero le digo que con usted sí me confesaré”. Damián le respondió: “Todavía no soy sacerdote, pero espero un día, cuando ya sea sacerdote, tener el gusto de absolverlo de todos sus pecados”. Más adelante, como de manera inesperada, se cumplió su deseo. Poco después de llegar a Honolulu, la capital de las islas, fue ordenado sacerdote.
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