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MEMBRIO: BAE, linda historia ésta de "Dos amores", hubiera sido...

Buenos días amig@s, aquí os dejo algo de lectura, son publicaciones de la Revista de Extremadura.

DOS AMORES

Rafael Serrano, un mozo rebosante de vida y de salud, estaba bailando con su novia una noche de verano en la plaza de su lugar; un pintoresco lugar de la ardiente Extremadura, rodeado de apretados olivares y espesos montes de encinas. De pronto le dió un vahido, se llevó las manos á la cabeza, vaciló y fue á caer sin sentido en los brazos de otro mozo que bailaba junto á él. Alborotóse la gente, se desbarató el baile y cuatro mozos cargaron con Rafael y lo llevaron á su casa. Acudieron el cura y el cirujano, dos señores muy viejos y muy simpáticos. El cirujano pulsó y observó con calma al enfermo y se dispuso á recetar.
- ¿Qué tiene el probi, qué tiene?- le preguntó todo un coro de mujeres aflijidas.
-Que le ha cogido una hora mala,- contestó el facultativo- y dirigiéndose al cura, único entre los presentes iniciado en los tecnicismos del arte de curar, dijo en tono algo más bajo:
-Apoplejía fulminante, que vendrá probablemente seguida de una parálisis incurable. ¡Pobre muchacho! Aunque salga de la que tiene, que sí saldrá, nunca podrá ser ya nada…
Era Rafael salud y vida, fuerza y alegría; un magnifico ejemplar de mozo sano, fuerte y bizarro, arquetipo de masculina hechuras, un ensueño tentador de ardiente moza de aldea, el ensueño de Luciana, su ideal, su amor, su hombre.
Iba el mozo vertiendo como podía la vida que le sobraba: por los ojos, en miradas que calentaban como si fueran oleadas de calórico; por la boca, en un copioso charlar desbaratado y alegrador, como canto de pájaro en amores, que al que lo oía le obligaba á ocultar sus penas como si fuesen debilidad vergonzosa, miserias de almas enfermas. No sabía él del dolor ni de la muerte, ¡ni cómo había de saberlo, si su espíritu y su carne no le hablaban de otra cosa que de vida y alegría!
Antes de nacer, ya quiso dar desazones á su madre y á aquel señor cirujano, que tuvo que amargarle con el fórceps para que viniese al mundo sin dar disgustos á nadie. Lo que dijo aquel señor, después del susto: “quizás se le figurase á este angelote atocinado que no estaba todavía en buenas carnes para salir á la luz.”
Pues Luciana…! Oh! Luciana era una mujer que al acercarse á ciertos hombres, les obligaba á pensar en la ruindad de sus propias personas físicas. Ofendía sin querer. No era bella la moza con la belleza delicada que suelen cantar y delinear los poetas y los pintores; no era una concepción estética hecha carne; no era la creación de un artista espiritual empapado de idealismo, era lo que podía soñar y querer un hombre como Rafael, un pedazo de rica naturaleza en estado palpitante, planta brava de serranía, de vida recia y de aroma salutífero y escaso, prototipo de féminas guapezas, según los cánones de la estética rural, alta y robusta, blanca y colorada, de macizas carnes ardientes, que al verlas parecían frescas; una mujer para un hombre como Rafael; naturalezas que al acercarse, al fundirse, no pierden el equilibrio…
¡Oh! Aquel señor cirujano había dicho muchas veces para sí, al ver charlando á los novios á la puerta de la casa de Luciana: “quisiera yo ver un hijo de esta pareja magnífica.” Y al pasar, solía decirles:”! Adelante, muchachos, adelante… y á ver si os dais más prisita.” Y añadía mentalmente:”un favor que quiero hacer á la pobre humanidad degenerada. ¡Y flojo que es!; la profilaxis de la generación venidera…”
La cara de Rafael hablaba de amores sanos, pujantes, nobles y condescendientes; un amor que se entregaba, se daba entero, se abandonaba dormido en brazos de su sentir y del ajeno querer, que podía con él jugar, maltratarlo, acariciarlo, deleitarse en su rendida pasividad generosa, seguro de su inconsciencia. No cabía duda; la mujer sería dueña y señora absoluta de aquel alma y de aquel cuerpo, de aquella naturaleza con fortalezas de encina, soporte de nido de águila y flexibilidades de tallo de girasol, columpio de minúsculos insectos.
También Luciana le quería mucho á él, porque en los ojos del mozo, ardientes como el sol de su país, bebía ella amor á chorros, que de ellos así fluía y la mitad de su vida la tomaba respirando una especie de atmósfera de sanas virilidades que el mozo parecía difundir en torno de sí.
Pero ¡ay! que aquel viejo cirujano fue profeta. Rafael mejoró, dejó el lecho, salió al sol, y nada; convalecía enflaqueciendo y el brazo derecho, resistiendo los enérgicos mandatos de la voluntad del mozo, se movía con pereza.

PD. Que paseis buen día. Besos Membriller@s

Buenos días amig@s, aquí os dejo, otra parte de los Dos Amores.

-Yo no lo curo, dijo un día el cirujano á los padres del enfermo. Ellos no eran pobres, pero tampoco eran ricos; hicieron un esfuerzo y lo llevaron á Madrid, de donde pronto volvieron con muy vagas esperanzas de mejoría.
¡Sí, mejoría! Enflaquecer y enflaquecer. Luego llegó un día en que aquello se estacionó y después nada, ni mejorar, ni empeorar, ni la vida, ni la muerte. El brazo, una rama seca del árbol antes henchido de savia pujante y rica, y el cuerpo, digno tronco de aquella rama sin vida…
El alma de la tosca lugareña enamorada, pasó por tres distintos estados durante la enfermedad. En los primeros momentos, los de mayor peligro, se estremeció de dolor y sintió como una esposa; después, como una amante; por último, como una amiga. Y cuando supo que el cirujano había dicho: <<ni mejora, ni empeora, puede vivir así hasta los ochenta años>>, entonces ni como esposa, ni como amante, ni como amiga; antes que nada fue hembra y al sublevarse la carne, dijo la moza aturdida por la ira, que no la dejó ni oírse:
- ¡Vaya con el hombri! Pos lo que es estando asín, no sé yo cómo…
Y reaccionando de pronto, calló y se mordió aquellos labios ardientes que iban á disparar una horrible barbaridad.
El mozo amando seguía y amando mucho; pero ¡de cuán distinta manera que cuando vivía en salud! Se le había muerto la carne y el amor, sin Rafael barruntarlo, depurándose de todo instinto grosero, se le iba haciendo espiritual, platónico…El fuego le quemaba sólo el alma; no se apagaba, pero el dolor de su luz era ya otro. Se hizo romántico el mozo, romántico a su manera; y olvidando que en la vida hay también materia que habla fuerte cuando pide, no alcanzaba la razón de ciertos indirectos desvíos que iban observando en Luciana.
Él había sido algo zote por incultura, que no por naturaleza, pero ahora no lo era. Su viaje, sus largas meditaciones, sus reflexivas soledades insinuantes de enfermo convaleciente, las amarguras de aquel ocio forzado, vergonzoso para él, que era un hijo del trabajo, la nostalgia de los campos, el suplicio de asistir al total acabamiento de sus fuerzas corporales, que habían sido su vanidad y su herencia, la indiferencia con que le miraba el mundo sano y útil, que seguía trajinando sin acordarse de él, los desdenes de Luciana…todas estas cosas le hicieron ser de otro modo; dejó de ser atrevido, decidido, francote y amostrencado y se hizo más serio, más agudo, más delicado, más sentimental y más sutil pensador.
Todas las noches iba á casa de Luciana, como siempre, á pasar la velada en su querido rincón del hogar, en aquella cocinuca limpia y pequeña, la cuna de sus quereres, donde palabras de amor habían sonado muy pocas pero ricas, inolvidables, cargadas de una algo brusca ternura deleitante de aquellas que arrancan lágrimas, aturden los oídos, congestionan la cabeza y hacen estremecer las carnes con latigazos de frío.
Después aquella triste sentencia del cirujano, dieron en frecuentar la tertulia de Luciana dos mozos más, uno de ellos con propósitos no expresados todavía, pero ya comprendido por todos…El otro era un simple acompañante, el entrépete como decían en el pueblo. ¡Oh! Bien sabían ellos que la mano derecha de Rafael había muerto. ¡Pobre Rafael! ¡Qué veladas tan amargas estaba pasando ahora en el rincón del hogar, rincón de gloria potro tiempo! Allí se hablaba de todo: las noches de los domingos, del baile de por la tarde, de mozos y mozas que “se trataban” ó “se dejaban” de bodas próximas, del tiro de barra, del mozo que lo había puesto más largo…Y otras noches, del estado de los campos, de las tareas que cada cual traía entre manos, y los mozos de apuros en el trabajo ó de porfías en que habían puesto á prueba las fuerzas de sus músculos de acero. De esto último hablaba más que nadie Juan el rojo, el de los propósitos ocultos, sabidos de todos, un mocetón alto y seguido como un chopo y “más esaborío que un caldo é jabas” como Rafael le había dicho en sus hocicos muchas veces en aquellos tiempos en que Rafael decía lo que le daba la gana porque sí, porque podía hablar muy fuerte. Pero ahora no tenía mano derecha que abonara los donaires de su lengua y cada alarde del Rojo que él escuchaba en silencio, le hería más que un navajazo. Si era venganza, terrible era; si deseos de agradar á la muchacha, tanto peor.
_Hijo, vaite desempicando de allí, que se me jaci que la moza se te ajuyi cáa vez más- decía á Rafael su madre-. Rafael no contestaba.
Y Luciana seguía celebrando con sonrisas y signos de aprobación cualquiera simpleza de las que el Rojo decía, que no eran pocas ni chicas y hablando á Rafael con cierta forzada cortesía relamida que al mozo le helaba la sangre.
Y una noche, triste noche, acabó todo.
_Dí, ¿qué tienis tú conmigo, que te barrunto espegá?-le dijo Rafael á solas en la cocina, antes de que llegarán los mozos de la tertulia.
- ¿Yo? Náa, ¿qué hi de tenel?- contestó medio atragantada la muchacha.
- ¿No soy yo pa ti el mesmo de aninantis, dí?
-Como sel, ya ves tú, el mesmo cris…-dijo ella más animada y ya con cierta ironía.
-Pos altoncis, ¿por qué jacis lo que jacis, dí, por qué lo jacis?
-No sé yo qué es lo que jago…
-Endemás que lo sabis tú, Luciana: jaceli mucha cara al Rojo, que paeci que cris ya suya…
-Ni de él quiciás ni de nadie jasta ahora; y anqui lo juesi ya ves tú, pa eso son las mujeris, pa los hombris que se puean casal con ellas y sirvan pa sel casaos…
Rafael se quedó frío, mudo, atontecido. La puñalada fue horrible. Vió claro. Se habían abierto ante sus hojos las puertas del alma de la moza y al asomarse á ellas, se había sentido humillado, avergonzado del todo. Sí, vió claro. Ya no era él aquel mozo rebosante de fuerza y de salud; el que arrojaba por todas partes la vida que le sobraba; el que brindaba á la hembra un amor sano, fructuoso, exuberante y rico en vehementes energías pasionales pujantes y generosas; el de los ojos ardientes, cuyas miradas de fuego, cargadas de amorosas valentías insinuantes, infundían a la moza profundos ofuscamientos extáticos de sabores deliciosos…! Pobre hombre!

PD. Mañana, si podemos, pondremos el desenlace, a ver que le ocurre a Rafael y Luciana. Besos Membriller@s

Buenos días amig@s, lo prometido, es deuda; así que aquí tenéis el final de la historia entre Rafael, Luciana y como no, el Rojo.

DOS AMORES (Desenlace)

Ya no exhalaba su raquítica persona aquella especie de nimbo de varoniles vigores que en otros tiempos producían á Luciana momentáneas embriagueces de hembra ardiente que olfatea cerca al hombre, promesa tangible y próxima de futuras delicias inexplicables, hasta entonces solamente vislumbradas entre las nieblas de los ensueños inquietos, en noches de calenturas amorosa…
Ya no había nada de aquello. Rafael era un pobre enfermo incurable y el amor que brindaba á aquella hermosa muchacha era un amor delicado, espiritual, romántico, y la moza ya se vé, no estaba por idealismos, porque es claro, ¿para qué sirve una taza de tila en el estómago vacío de un gañán?
En los ojos de Rafael ya no bebía Luciana los decires del cariño sin palabras, las corrientes misteriosas del querer, que, rebosando en el alma y en el cuerpo, se escapaba por las ardientes pupilas en ricos derramamientos impetuosos, que anegaban el alma de la muchacha fogosa en un mar de deleites inenarrables…Los ojos del mozo seguían hablando de amor, si, pero de un amor tranquilo, melancólico, suave, limpio de carnal miseria, amor como de esposo, enfermo, que buscaba en el alma de la esposa un regazo blando y tibio donde la suya descansara de la perenne fatiga dolorosa de su vida taciturna de eterno enfermo incurable. No, Rafael no podía dar más que eso y Luciana no entendía de tales delicadezas y si las hubiese podido comprender, hubiérale parecido poca cosa todo ello para un hambre de amor como la suya. El romántico lugareño había soñado una locura; la de que una moza como aquella iba á ser fiel á un amor que ya no era fuego que encendía la sangre y abrasaba las entrañas, sino calor suave del alma de un pobre enfermo enamorado…! Oh, qué ciego, qué torpe había estado él para no haber conocido el motivo de los desvíos de la novia y su visible inclinación hacía el Rojo!
Ahora sí, ahora veía ya muy claro, pero ¡ojalá hubiese cegado antes que ver tal horror! Se le había venido encima el hermoso castillo de sus pensares y ensueños, sobre todo de sus ensueños de enfermo enamorado, que veía antes sus ojos las futuras lontananzas de la existencia sin miedo alguno, porque pensaba recorrerlas apoyado en las queridas fortalezas de una mujer como aquella, amorosa compañía en la doliente soledad que le esperaba al ocaso de la vida, que iba á ser un crepúsculo tristísimo, impregnado de amarillas sin consuelo.
Pero aquella moza ingrata y movediza, más ingrata que una loba de la sierra de su pueblo y más movediza que aquel humo que salía del hogar junto al cual estaban ambos, no quería pagar con futuros sacrificios, regalías ya olvidadas de pretéritos amores, y abandonaba al enfermo enamorado con inaudita crueldad. ¡Oh! ¡mentira parecía que aquel amor se hubiera desvanecido al soplo del primer contraviento!
Todas estas cosas, y muchas más como éstas, no podía expresarlas Rafael, que para ello faltábanle las palabras; pero las sintió su corazón y hasta las vió su cerebro, no con absoluta precisión de contornos, sino como así espumadas en las brumas de las vagas lejanías del pensar, que no era en él vigoroso ni preciso por motivos de incultura. Pero si no era hondo el pensar, allí estaba aquel sentir que estrujaba las entrañas doloridas, amenazadas de asfixia. ¡Ah! Cuando oyó decir aquello de “ los hombres que sirvan pa sel casaos,” el enfermo mocetón sufrió como un condenado. Una oleada de sangre que iba quemando, se le subió á la cabeza y se la dejó aturdida. Primero sintió vergüenza, una vergüenza sin límites, una vergüenza humillante, la del hombre á quien se infiere el ultraje más bárbaro de los ultrajes, sin que él pueda rechazarlo con una verdad consoladora envuelta con otro ultraje cualquiera; luego se estremeció de dolor, el dolor incalculable de quien todo lo ha perdido de una vez, y después como figuras de panoramas, como fuegos fátuos, como sombras de otras sombras, pasaron por su cerebro la historia de sus amores, las delicias de un ayer que se murió, los tormentos del presente, las penas del porvenir, las promesas de Luciana, sus desdenes, la figura de Juan el Rojo, una navaja, su brazo derecho inútil…todo confuso, todo en montón, todo borroso…
Y de repente, como por milagro, como si una ráfaga de aire hubiera barrido con su soplo todo aquel mundo de sombras, sintió como un chasquido doloroso en la cabeza, la barruntó despejada y se serenó. Entonces alzó los ojos y vió á Luciana allí cerca.
Pensó un momento las cosas y sintió indignación, dolor y asco. Y le dijo á la mozona:
-Ya, ya te entendí, mala mujel; lo que tú tienis es ganas de persona ¿no es verdá? Y á mí me has dejao porque no sirvo pa el caso, ¿no es verdá? Porque no pueo…Güeno, pos cásate con el Rojo, que quiciás esi te baste…
Rafael se levantó; iba á dar el último adiós al nido de sus amores, al rincón inolvidable de la cocina limpia y se lo dió sin palabras y sin lágrimas, con el supremo dolor de un alma que fuese arrojada del cielo en que había vivido, con una mirada toda turbia y un vuelco de las entrañas, que se quejaron de golpe. Envolvióse en la bufanda, vacilando, como si estuviera ebrio y con una voz ya ronca, sin timbre, sin eco, le dijo á la moza ardiente, que tenía la vista baja y la cara encendida como las ascuas del hogar:
-Quéate con Dios pa siempre…! y asín jaga contigo tu marío esto que has jecho conmigo, cuando tú tampoco pueas…!
Y despacio, muy despacio, se fue á morir á su casa
¡Oh, las madres!...

PD. Que paséis buen día. Besos Membriller@s

BAE, linda historia ésta de "Dos amores", hubiera sido más poético y romántico otro final pero la realidad es la que es.
Una lástima porque una le ha terminado cogiendo cariño al pobre Rafael.


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