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MEMBRIO: Valdío, tengo una foto para tí que, algún día colgaré....

UN HOMBRE, UNA CALLE

Recuerdo del rostro de un labrador extremeño, marcado por su propia historia, de facciones áridas, pero mirada alegre –entrañable-; recuerdos de aquellos atardeceres de largos veranos, siempre de la mano de un cubo de zinc lleno de brevas “San Juaneras” y “jigos reales”, para deleite de mis caprichos.; recuerdos de aquellas “pijas” -envueltas en papel de estraza emborrachado de agua-, soterradas en las cenizas de la lumbre -en su casa, siempre en su casa-, que sucumbían al paladar de “un morenillo de pata chunga”; recuerdos de aquel hermoso carro, de culata acorta, colmado de costales de trigo hasta las estacas, en el trance de la pendiente de la calle y, él, subido en el varal, de rodillas, achuchando a sus dos mulas castañas, -pequeñas, pero leonas- y, estas, en la brega, respondiendo de manera encomiable la orden de su amo, y, recuerdos de un hombre enfundado en su chaleco negro, sentado en la puerta de la calle, con su petaca, su caldo gallina, su librillo y su mechero de mecha, liando su cigarro, enseñándonos que, hasta el drama, puede ser romántico si lo convertimos en arte.

Mis recuerdos también se fraguaron en su calle -dedicada al ministro de Hacienda, que lo fue, de la Segunda República Española, y abuelo de mi gran amigo, Javier, al que esta familia de “los Valencia”, un día en Vitoria, tuvieron ocasión de conocer en una inesperada y emotiva visita que les hicimos de tránsito hacia Santiago de Compostela, por el camino de los “impenitentes”-; de trazado recto, una pendiente pronunciada, y cortada por dos tangentes flanqueadas, cada una de ellas, por dos esquinas aguzadas; bulliciosa, llena de bonitos de recuerdos, con la algarabía de los niños y niñas corriendo sobre los vetustos y duros gorrones de cuarcita; las “abrigás”, en la primavera, con aquellas mantas de tiras terciadas sobre los respaldos de las sillas de enea, resguardando aquellas mujeres de largas enaguas y pendulantes faltriqueras, -donde se guardaban la “perra gorda y la perra chica”- cosiendo, bordando o zurciendo, ¡que más da!; aquel día del Corpus Christi, con el altar en la calle, con su trono en el centro, con su alfombra roja llena de pétalos de hermosas flores, y aquellos mantones bordados por la mano maestra…; ¡que noches las de los veranos calurosos, al son de la música de pasodoble, con aquella escoba de caña con la que aprendí a bailar! No hablo la Gran Vía de Madrid, ni tampoco de la Diagonal de Barcelona; hablo de la Calle Calvo Sotelo de Membrío.

¡“Valencia”, “Valencia”!, el cariño y el aprecio, aunque abstractos, se concretan, tienen nombres y apellidos, y yo se los profeso, muy especialmente, a aquellos/as de los que siempre los recibí; entre ellos, la familia de tu abuelo, Cándido Tejero (q. e. p. d.).

Un fuerte abrazo para todos.

Chegue que tiempos aquellos, lo recordamos con mucho cariño, tiempos de nuestra niñez, espero verte dentro de pocos días.
Saludos

Valdío, tengo una foto para tí que, algún día colgaré. Decía una canción de Bob Dylan: "Los tiempos están cambiando".- ¡y eso que lo dijo en los años 60!-. Si vas al pueblo, nos veremos; será un placer..

Saludos.