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MEMBRIO (Cáceres)

Viernes Santo
Foto enviada por El baleares

¡Calla… parece que están cantando por los altavoces del Ayuntamiento ¡
… en la puerta de la sacristía se acumulan hombres que desprende aromas de “ jabón de olor”… otros de “jabón de hacer”. Ya le habían advertido esta mañana sus madres y esposas que se tenían que lavar bien con agua del pozo. Rápidamente nos vestimos con la sotana negra, que está al final de las perchas – debajo de la escalera - que circundan la sacristía porque soy el monaguillo del incensario. Vengo tarde porque he ido a la ... (ver texto completo)
Esos son los dolores que cantabamos en la novena de la Santisima VIRVEN en Membrio, cuando eramos niñas hace mas de 35 años, pero a mi no se me olvidan.
Hasta mañana si Dios quiere.
Besinos pa tosssssssssssssssssss
Quise decir...
SANTISIMA VIRGEN, la emoción me confundio...
Esos son los dolores que cantabamos en la novena de la Santisima VIRVEN en Membrio, cuando eramos niñas hace mas de 35 años, pero a mi no se me olvidan.
Hasta mañana si Dios quiere.
Besinos pa tosssssssssssssssssss
-Y por el matador, ¿no reza usted? -interrogué cuando nos detuvimos ante el bello pórtico de la catedral.

- ¡También debo hacerlo! -exclamó miss Ada, después de vacilar un instante.

Emilia Pardo Bazán
-Ese hombre -balbució miss Ada-, dos años después..., asesinó a Nasaredino... ¡Sí, el mismo perdonado!... Ya ve usted cómo no hay en el mundo sino una verdad, que es la verdad de Jesús... Para un cristiano, sería sagrado el hombre que supo perdonar siquiera una vez. Y yo, desde entonces, particularmente estos días de Semana Santa, rezo siempre por el que me regaló una vida; imploro a Dios como imploré al rey absoluto, que al fin me escuchó y se ablandó... Tal vez sea una ilusión rezar por Nasaredino, ... (ver texto completo)
Al llegar aquí guardó silencio la inglesa, y yo sólo acerté a preguntar:

- ¿Y qué fue del hombre a quien usted salvó?
No sé lo que respondí. Debieron de ser extremos de júbilo tales, que el grave y pálido rostro del sha se iluminó con una fugitiva sonrisa, y su mano derecha, salpicada de mi lloro, que resplandecía sobre las sortijas de piedras, se extendió en imperativo ademán, comprendido instantáneamente por los que torturaban al desdichado ya cubierto de sangre. No era sólo la vida, era la libertad lo que le otorgaba aquel gesto mudo, y en el exceso de mi alegría echéme a llorar otra vez...
-Levántate, extranjera. Serás complacida. Te regalo la vida de ese perro.
No sé lo que dije al sha: primero creo que le anuncié una cruzada de las naciones civilizadas contra sus reinos y su poder, y le vaticiné venganzas humanas y cóleras del Cielo; mas como el tirano permaneciese impasible y aun firme y aferrado a su crueldad, una inspiración me sugirió que la causa de Jesús ha de sostenerse por medio de la piedad y de las lágrimas, y arrojándome de súbito a los pies de Nasaredino, cogiendo sus manos llenas de anillos magníficos, las besé, las mojé con llanto, las sujeté, ... (ver texto completo)
El grito que exhalé debió ser terrible; como que se detuvieron los verdugos, y Nasaredino me fulminó una ojeada severa, tétrica, imponente. Otra mujer se hubiera acobardado; pero una inglesa, en caso tal, saca de su orgullo de raza y de su cristianismo fuerza bastante para no arredrarse, aun cuando se le viniese encima el mundo.
-No te niegues a mirar. Lo que sucede ahí no es farsa, sino la realidad misma. Persuádete de lo fácil que es padecer resignadamente y hasta con gozo. El papel de tu Profeta lo está desempeñando a lo vivo y sin protestar un «babista» condenado a muerte... Ya le verás crucificar después.
Por lo mismo no quería verle; me conmovía demasiado. El silbido de las cuerdas y de los látigos rasgó el aire; escuché cómo sonaban al herir la carne viva, y hasta oí un sofocado gemido, que semejaba involuntario... Y la voz del sha, su acento de mando grave y, sin embargo, cortés, me obligó a atender, a pesar mío, diciéndome en inglés, con irónica entonación:
llevaba los negros cabellos crecidos y partidos en bucles, y en la escena de la tentación, dialogando con Eblis, había tenido acentos llenos de dignidad, de desdén y de dulzura conmovedores hasta para los que no entendíamos los conceptos. Ahora, amarrado a la roja estela, con el torso desnudo y el rostro respirando un entusiasmo misterioso, una sed de sufrir, revelábase, sin duda, como trágico genial: tanta era la verdad de su ficción, la expresiva fuerza de su actividad.
Al principiar el acto cuarto, que debía ser el último, el actor que desempeñaba el papel de Jesús apareció atado a una columna de jaspe; empezó la escena de la flagelación, que desde el primer instante me crispó los nervios. Supuse que se trataba de un juego escénico; pero así y todo, salté en el asiento y me tapé los ojos con el pañuelo disimuladamente. Era el actor un hombre joven, como de unos veintiocho años, de noble tipo semítico;
Era indudable que el papel de traidores lo desempeñaban los enemigos de Jesús, lo cual se traslucía hasta en el modo de vestirse y de caracterizarse los actores, siniestros y feroces, antipáticos de veras.