Casi llegaba a la
puerta de su
casa, cuando he aquí que le sale al
camino un mendigo, descalzo, harapiento, encorvado, pidiéndole en voz lastimera, no dinero, sino algo de
comer. «Me caigo de necesidad», gemía el pordiosero, y Eudoro, tomándole de la mano: «Vente conmigo -le dijo benignamente-. Partiremos la cena... y dormirás al abrigo del temporal y de la
lluvia.»