LA LENGUA Y LOS DIENTES
Por
Leonardo da Vinci
Érase un muchacho tan parlanchín que todos decían de él: «Ese habla más de la cuenta».
- ¡Qué lengua! -suspiraron un día los dientes-. No está quieta jamás.
- ¿Qué estáis murmurando? Debíais ya de saber, dientes, que vuestra única obligación es masticar lo que como. Entre nosotros no hay nada en común. ¡Ocupaos de vuestros asuntos!
Y el muchacho seguía hablando de cosas que no venían a cuento y la lengua, feliz, hallaba palabras nuevas.
Hasta que un día el muchacho, después de haber cometido una necedad, permitió a la lengua decir una gran mentira. Y los dientes, obedientes a la voz de la justicia, se dispararon a un tiempo y la mordieron.
La lengua enrojeció de sangre y el muchacho de vergüenza. Aquélla, escarmentada, se volvió temerosa y prudente.
Antes de hablar por hablar, piensa si no es mejor callar.
Por
Leonardo da Vinci
Érase un muchacho tan parlanchín que todos decían de él: «Ese habla más de la cuenta».
- ¡Qué lengua! -suspiraron un día los dientes-. No está quieta jamás.
- ¿Qué estáis murmurando? Debíais ya de saber, dientes, que vuestra única obligación es masticar lo que como. Entre nosotros no hay nada en común. ¡Ocupaos de vuestros asuntos!
Y el muchacho seguía hablando de cosas que no venían a cuento y la lengua, feliz, hallaba palabras nuevas.
Hasta que un día el muchacho, después de haber cometido una necedad, permitió a la lengua decir una gran mentira. Y los dientes, obedientes a la voz de la justicia, se dispararon a un tiempo y la mordieron.
La lengua enrojeció de sangre y el muchacho de vergüenza. Aquélla, escarmentada, se volvió temerosa y prudente.
Antes de hablar por hablar, piensa si no es mejor callar.