Iglesia. Retablo de la Virgen del Rosario, AHIGAL

Situado en el lado del Evangelio, en la nave central, y a pocos pasos del púlpito, este retablo tiene un sencillo cuerpo en el que destacan cuatro columnas corintias pareadas. Todas ellas presentan un acanalamiento simple y enmarcan una hornacina que acoge la imagen de una Virgen sedente. Sobre el cornisamiento se alza un sencillo ático en el que se repite la estructura del cuerpo inferior, si bien en este caso las columnas reducen a dos su número.
Aunque no disponemos de noticias sobre los artífices del retablo en cuanto a la talla se refiere, sabemos que su ejecución data de 1646. Parece ser que este retablo vino a sustituir otro anterior, que aparece citado en el año 1585 en el acta fundacional de la Cofradía de la Virgen del Rosario, al señalarse que se instituye como titular de la hermandad una “ymagen Pequeña de nuestra señora” entronizada en “El altar questa A mano yzquierda Entrando Por la puerta Principal”, que a partir de ahora pasará a denominarse Nuestra Señora del Rosario.
Como sucediera con el altar mayor, habrán de pasar años hasta que se proceda a dorar este retablo y a plasmar las pinturas de los fondos y del banco sobre el que se asienta todo el conjunto. Tal empresa se le encarga al pintor placentino Marcos de Paredes por un montante de cien ducados. De los libros de cuentas deducimos que las estimaciones contables quedaron muy por debajo del valor real de la obra. Puesto que el cumplimiento del contrato era inevitable, los excesivos gastos condujeron al artista poco menos a la ruina, razón por la que se dirige a la Cofradía de la Virgen del Rosario aduciendo su extrema pobreza y rogando un aumento de lo presupuestado en veinte ducados. Sus requerimientos son atendidos sin la mayor oposición.
El documento sobre el particular es elocuente en este sentido. Tal documento se recoge en el folio 13 vuelto del “Libro de Inventario y Visitas de 1650 a 1692”, de la parroquia de Ahigal:
“En el lugar de Ahigal a diez y nuebe días del mes de noviembre de mil y seiscientos y cincuenta, ante su señoría yllma. don Francisco Zapata y Mendoza mi señor obispo de Coria, del Consejo de su Magestad, estando en visita vio el retablo del altar de Nuestra Señora de el Rosario questá en la parrochial del dicho lugar y halló que el ha dorado Marcos de Paredes, pintor y dorador de la ciudad de Plasençia por cien ducados de vellón, en que se rremató, y respecto de haber sido obra de más costa y que los maestros se encontraron en las posturas ha perdido en ella mucha cantidad el dicho dorador, y es pobre, usando de piedad con él y habiendo tomado ynforme de el cura y ottros de la dicha cofradía, mandó su señoría illma. que se le den al dicho Marcos de Paredes veinte ducados más, de los quales confesó haber reçiuido cien reales, de suerte que ahora se le han de dar ciento y veinte reales, y mandó quel mayordomo se los pague luego de las rentas de dicha cofradía y se le passen en quenta…”.
Amén del dorado, también al citado Marcos Paredes deben atribuirse las cuatro pinturas sobre las tablas del banco del retablo. Son de una gran sencillez, aunque no exentas de belleza, a pensar del deterioro que han sufrido por el paso del tiempo y, en el caso de una de ellas, por los pinceles de algún torpe restaurador. Los extremos los ocupan dos temas marianos. En el de la izquierda se representa la visitación de la Virgen a su prima Santa Isabel. En el lado opuesto, a pesar de la dificultad que entraña su interpretación, parece plasmarse una escena alusiva a los desposorios de Nuestra Señora.
El centro está ocupando por dos retratos, que responden a Santo Domingo de Guzmán y a San Francisco de Asís. El primero de ellos se motiva por la relación del fundador de los dominicos con la Cofradía de la Virgen del Rosario. En lo que se refiere a San Francisco, no podemos olvidar que en tales fechas ejercía su patronazgo sobre la localidad.
La imagen de la Virgen del Rosario es una bella talla del siglo XVI. Sentada en el trono, mantiene al Niño en su pierna izquierda, mientras que sobre la derecha sostiene un libo cerrado. Con la mano derecha agarra un huso. Es de destacar su rostro mayestático y la plasticidad de los pliegues de las vestiduras. La peana en la que se sustenta es del siglo XVII, posiblemente esculpida con el fin de que la talla llenara en su totalidad el vació de una hornacina que no debió ser construida para acoger a esta Virgen.

José María Domínguez Moreno