ORELLANA LA VIEJA: Hola a tod@s...

LA CRUZ DE TOPACIOS DE CAMPANARIO (FERIA DE AGOSTO 2013) VICTOR SANZ GALLARDO
Cualquiera de ustedes pensará al leer esta historia enrevesada y el laberinto de fantasías que en ella se cuenta, que tengo aspiraciones a un sillón en la Real Academia de la Lengua, para continuar con mi intención de escribir claro y llanamente aunque sea sin éxito. Pero no es así y es que la misteriosa influencia de nuestra suerte adquiere aspectos múltiples y formas contradictorias, nacemos llorando y
morimos gimiendo. Nuestra risa más que un reflejo de tranquilidad y regocijo intenso, es una máscara grotesca con la que intentamos disfrazar el pesar que nos abruma, ocultando el dolor, procurando buscar atenuaciones a la angustia. Desde nuestro nacimiento somos esclavos de un anhelo permanente que va siempre por delante de nosotros esquivando burlonamente las vivas ansias de poseerlo. Por todo esto sufrimos y seguiremos sufriendo por largo tiempo si no lo conseguimos, y así corremos por las áridas aristas de la pendiente, hasta caer rendidos, extenuados, faltos de calor y de anhelo, como Sísifo, para volver a empezar lo que fuimos antes de ser.
Cuenta la mitología griega que Sísifo fue el más astuto de los mortales y el menos escrupuloso. Denunció a Zeus por el rapto de Equina, hija de Asopo, por lo cual el rey de los dioses lo fulminó y lo precipitó a los infiernos, condenándolo a empujar eternamente una roca hasta lo alto de una pendiente. Apenas la roca llegaba a la cumbre, volvía a caer impelida por su propio peso, y Sísifo tenía que empezar de nuevo.
No es necesario alardear de mucha imaginación para entender la comparación del castigo de Sísifo con las reflexiones del comentario anterior y lo intrincado del laberinto del ser humano.
La cruz de topacios de Campanario es una antigua tradición llevada a cabo por los jóvenes enamorados de esta villa extremeña que, en tiempos de compromiso, regalaban esta cruz a sus novias y que ellas lucían orgullosas con sus mejores galas o cuando se ponían sus bonitos trajes regionales de labradoras de Campanario.
La historia que sigue es completamente ficticia. Sí es de justicia decir que está inspirada en algunos hechos reales acaecidos en un lapso de tiempo de sólo unos meses.
Con ella quiero recordar a las valientes mujeres de Campanario que dejaron seres queridos para venir a
formar nuevas familias con mozos de Orellana la Vieja.
Es Campanario una bonita y cosmopolita villa situada a la puerta del gran Estado de la Serena, está rodeado este pueblo de fértiles campiñas, baldíos y barrancos, fue importante enclave en el tránsito a Cancho Roano en la vecina Zalamea, por lo cual los fenicios o quizás los tartessos quedaron su impronta dejando vestigios importantes de su estancia en estas tierras, como lo acredita su presencia en la Mata.
Por la última mitad del siglo XVII vivía en esta villa un hacendado matrimonio, que tenía una hija ya casadera, y que los padres tenían asignada para casarla con el hijo de un rico ganadero, que bajaba todos los años desde las montañas leonesas para que su ganado invernara en las dehesas que este terrateniente de Campanario tenía de su propiedad en los baldíos y barranqueras junto al río Guadalefra.
Pero esta adolescente muchacha ya había comprometido (que no jurado) su amor eterno a un joven mozo que vivía con su abuelo, el cual regentaba una pequeña fábrica de jabón. Este joven (llamémosle Juan José) era huérfano de padre y madre, quedando en estas circunstancias al cuidado de su abuelo, pariente más cercano por parte materna. Juan José, de unos diecisiete o dieciocho años, trabajaba como ayudante y aprendiz con su abuelo en la pequeña empresa jabonera.
Un día el sol con sus rayos dorados se escondía soñolientamente por occidente, el cantar dulce, sonoro y placentero de la suave melodía de un jilguero y otras aves más lentas en su canto, se apagaba, agonizaba
lentamente con el día.
Lleno de encanto y dulzura en un valle fértil y ameno al que acariciaban las primeras sombras del atardecer, se encontraba esta pareja de ilusionados jóvenes que se prometían amor eterno, la mano de Juan José enredaba entre los castaños cabellos de su adorada amante. La muchacha era hermosa en su plena juventud como todas las nacidas con un perfil privilegiado, una belleza arrobadora que nacía de su aurora juvenil. Ella con su joven amigo discutía con aire marrullero, con la astucia y picardía que en las mujeres es innata. El cariñoso y enamorado preguntaba: - ¿me quieres?- -sí, te quiero contestaba ella no con mucho entusiasmo, y así extasiados en unos placenteros pero ficticios amores, unidos por el mismo

Hola a tod@s
Gracias José por poner la historia del amigo Víctor.
No es necesario decir nada del autor, solo que con magistral arte en un tema tan usado como el de un amor no correspondido consigue adornar y dar interés a esta sencilla y bella historia.
Un cordial saludo para tod@s