ORELLANA LA VIEJA: sentimiento que siempre iba encadenado con sus besos,...

sentimiento que siempre iba encadenado con sus besos, no notaron descuidados que sus tiernos requiebros y juramentos rebotaban en unas rocas que allí cerca existían, y que muy pronto recogió con presteza sus promesas y con carcajadas locas las lanzaba hasta otra peña que más lejos se encontraba, la cual riendo, riendo, las devolvía con el viento y así rodando, rodando de peña en peña y saltando poco a poco fueron muriendo entre aromas de jaras, cantuesos y retamas, quedando muy lejano el recuerdo de sus tiernos juramentos y sus besos.
Aquélla que alocadamente prometió un amor eterno se olvidó, se olvidó prontamente, y con esta efímera promesa jugaron los ecos de los barrancos y los vientos del sur, obrando con saña fiera, desgarrando el corazón de Juan José.
Al poco tiempo ella marchó para lejanas tierras de León y desde allí escribió una carta a Juan José, decía así "Lo siento mucho Juan José pero yo no estuve enamorada de tí, quizás fuera la fogosidad de mi juventud la que me llevó a prometerte tantas cosas que sabía no llevaría a cabo, intenta olvidarme y vive otra vida lo mejor que puedas".
Era una tarde de finales del mes de mayo. Grises y negros nubarrones vagaban por el espacio arrebatando al cielo extremeño su azul diáfano. Un confuso remolino recogía el principio del huracán, entre opuestas corrientes de aire, los restos de polvo y hojarascas de en medio de las estrechas calles de Campanario.
En uno de los barrios más apartados de esta villa había una casa de humilde aspecto que sentaba sus cimientos muy cerca de una pequeña factoría de jabones. Tendido en un lecho, con el estertor de fatigosa respiración y las huellas de la muerte grabadas en su rostro, yacía Juan José, agobiado por esa traidora enfermedad del mal de amores que a tantos seres lleva a la sepultura. Sentado a la cabecera del enfermo el pobre abuelo, imagen muda del dolor, cruzaba sus callosas manos mirando al cielo en auxilio de su protección y suplicó:
"Virgen de Piedra Escrita, Santa madre de Dios, haz que mi nieto recupere la salud y te prometo comprarte una joya de topacios para que la luzcas permanentemente en tu corona".
Las sombras de la noche iban extendiendo su manto de negrura sobre la campiña. El toque vespertino de la oración oyóse en la cercana torre de la Iglesia. Un relámpago en forma de zig-zag cruzó el ennegrecido espacio y el trueno retumbó imponente, perdiendo su eco en los barrancos del Guadalefra.
De seguido el aguacero cayó fuerte, estrellándose al ser empujado por el furioso viento, sobre las tapias de la casa.
El enfermo abrió los ojos y cogió entre las suyas una mano del abuelo: - ¿Lloras?- le preguntó.
-No hijo, no. ¿Cómo te sientes? -Mejor, pensé que las horas de mi vida estaban contadas, pero Dios es justo y bueno y tendrá piedad de mí.
El llanto ahogó la garganta del abuelo y las lágrimas cayeron sobre la frente del enfermo. - ¡Desgraciada, desgraciada!- repetía el abuelo entre sollozos.
-Sí, me engañó, dijo Juan José; pero le tengo compasión. ¡Cuántas veces me dijo, "te quiero"! y después me convencí de la falsedad de sus palabras. Eso nos pasó a nosotros, por eso se desvaneció nuestro amor y se rompieron nuestras relaciones; creímos amarnos el uno al otro, y nos engañamos a nosotros mismos, hasta que nos convencimos de que lo que nosotros creímos era amor, sólo era simpatía. La adoré, porque era el embeleso de mi alma inocente. Yo pequé, más confieso mi culpa, dejé de querer a mi familia, a mis amigos, porque creía que mi corazón era pequeño para ella. Un día dudé y me convencí que jugaba con esa pasión, el golpe fue terrible, mortal, me fallaron las fuerzas para luchar, pedí al cielo en incesantes ruegos acortara mis horas de sufrir, y el cielo, más benigno que ella, está escuchando mis súplicas mitigando mi dolor.
Juan José dejó caer a un lado la cabeza, y como arrullado por los lejanos sonidos de los truenos y la débil luz de los relámpagos, se quedó dormido.
Pocos meses después Juan José quedó restablecido totalmente de su enfermedad y dos años más tarde se casaba con una excelente y hacendosa moza de la misma villa de Campanario. Pues allí, entre los gratos perfumes de las flores, empezaron los amores de aquellos dos seres, que se comprendieron y que más tarde fueron el uno para el otro.
En el ínterin el abuelo había encargado un costoso aderezo en forma de cruz latina para la corona de la
virgen, como prometió, y una pequeña cruz de topacios para regalar a la novia de Juan José, que ella llevó en el día de su boda.
Siendo muy mayor el abuelo murió años después, y algunos días en la estación del otoño se acercaba al
Camposanto el joven matrimonio, con dos pequeñuelos, uno varón y otra hembra; ésta rubia con cabellos dorados y brillantes como rayos de sol, moreno de ojos claros y serenos él.

Anochecía en un día cualquiera y paseaba por el campo mi soledad de noctámbulo. Los grillos y las cigarras entonaban la última y monótona sinfonía de sus amores de aquel día. A lo lejos, un ave nocturna ululaba también su amorosa desazón. Las flores, los cantos de los pájaros, las sonatas monocordes de los animales en la noche, de los grillos, las cigarras, la fosforescencia de los gusanos de luz, todo no se produce más que por y para el amor. Amor como si fuera la única religión de la naturaleza, el único fin que cumple, la sola misión de su existencia: la de eternizarse a través de nuevos seres, que cumplen inconscientemente los únicos fines por los que la naturaleza los creó, a cambio de un menguado y fugaz placer, con el que seduce y engaña a sus víctimas.
Pero mientras más y más se alzan majestuosamente las flores sobre sus verdes tallos, para mejor recibir en sus cálices el beso de la luna, de una luna hermosa y serena que brilla en noches de abril y mayo, las flores y los claveles se besan románticamente, los arroyuelos siguen riendo, y su risa es alegre y juguetona como risas infantiles, la floresta continúa con sus fantásticos idilios, el viento sigue meciendo con acompasada lentitud las copas de los árboles y sus hojas producen un sordo rumor que es delicioso.
¡Todo es luz! ¡Todo es regocijo! Por eso hay que cantar y hay que reír porque es primavera y es causa de alegría. ¡Oh!, la primavera, madre de las flores y de los amores...
Orellana la Vieja, junio del año 2013.