crónica última de Octubre, Santos y Difuntos 3ª parte final.
3ª parte
Al la mañana siguiente, día de los fieles difuntos, seis de ellos bajaban de la torre, dos que serían los acólitos encargado de ayudar a las tres misas que se podían celebrar aquel día y los otros cuatro dos de ellos escogidos por su buena voz para el canto acompañaban al cura para cantar con el los responsos haciéndolos más llevaderos y atenuando los desafinados gorgoritos del cura (encima el canto era en latín). Alrededor de las tres de la tarde se ponían en camino del Campo Santo, el cura vestido con roquete blanco y estola morada y los cuatro monaguillos, uno portaba el acetre con el hisopo, otro una botella llena de agua bendita para reponer la del acetre los otros dos eran los encargados de la talega de tela donde se introduciría el dinero de los responsos y de comunicar al párroco los responsos a decir en las próximas sepulturas: uno, dos, tres o más, cantados o rezados todo esto dependiendo de los bolsillos de los solicitantes, (casi siempre mujeres) o de la estúpida apariencia de querer asumir un protagonismo inútil en
los comentarios de los días siguientes.
Dum veriiiiii, berreaba el cura más que cantaba y así durante más de tres horas seguidas visitando tumbas una a una, solo pasaba de largo cuando el monaguillo que llevaba la talega no avisaba o cuando en la sepultura solo había una solitaria y oscilante vela dejada allí en la mañana por algún dolorido y no muy pudiente familiar.
Se ponía el sol y casi anocheciendo por fin cesaban en su latina cantinela ya en la puerta como ofrenda a todos los muertos enterrado allí cantaban un último responso quizás en agradecimiento porque hicieron posible que el cura hiciera su agosto. Llegados al pueblo casi de noche, la pesada talega era entregada en la casa del cura: Del dinero recaudado se hacían tres parte, una para la Iglesia otra para el Sacerdote y otra sería para el sacristán en caso de haberle y si no había esta parte iría a engrosar la cantidad recibida por el cura haciendo honor al dicho popular “de diez me llevo una de veinte me llevo todo”.
Una vez llegado el sacerdote con sus acólitos a la Iglesia se tocaba las campanadas de ánimas finalizando así las fiestas de Santos y Difuntos.
En los días siguientes se adecentaba, barría y limpiaban los corredores de los restos que se habían esparcido por el suelo quedando todo en perfecto estado de revista como mandan los cánones, (y el cura). Después se repartía el dinero de las limosnas más la asignación de la semana.
Una insólita costumbre a destacar era que unos días posteriores a la fiesta de Santos y Difuntos, el cura encargaba un borrego con el cual y en su casa ofrecía a todos los monaguillos una suculenta y sabrosa caldereta en premio por los servicios prestados a la parroquia en aquellos días.
La Iglesia invita a la oración, y la cruz, con que coronan los sepulcros de sus fieles difuntos, nos sugiere a ser con ellos más caritativos por medio de oraciones y sufragios.
Principio del responso. en Latín y en castellano.
Ne recorderis peccáta mea, Domine.
Dum véris iudicáre saeculum per ignem
No te acuerdes señor de mis pacados.
cuando vengas a juzgar al mundo por medio del fuego.
¡Descansen en Paz!
Desde Orellana la Vieja. Víctor Sanz.
3ª parte
Al la mañana siguiente, día de los fieles difuntos, seis de ellos bajaban de la torre, dos que serían los acólitos encargado de ayudar a las tres misas que se podían celebrar aquel día y los otros cuatro dos de ellos escogidos por su buena voz para el canto acompañaban al cura para cantar con el los responsos haciéndolos más llevaderos y atenuando los desafinados gorgoritos del cura (encima el canto era en latín). Alrededor de las tres de la tarde se ponían en camino del Campo Santo, el cura vestido con roquete blanco y estola morada y los cuatro monaguillos, uno portaba el acetre con el hisopo, otro una botella llena de agua bendita para reponer la del acetre los otros dos eran los encargados de la talega de tela donde se introduciría el dinero de los responsos y de comunicar al párroco los responsos a decir en las próximas sepulturas: uno, dos, tres o más, cantados o rezados todo esto dependiendo de los bolsillos de los solicitantes, (casi siempre mujeres) o de la estúpida apariencia de querer asumir un protagonismo inútil en
los comentarios de los días siguientes.
Dum veriiiiii, berreaba el cura más que cantaba y así durante más de tres horas seguidas visitando tumbas una a una, solo pasaba de largo cuando el monaguillo que llevaba la talega no avisaba o cuando en la sepultura solo había una solitaria y oscilante vela dejada allí en la mañana por algún dolorido y no muy pudiente familiar.
Se ponía el sol y casi anocheciendo por fin cesaban en su latina cantinela ya en la puerta como ofrenda a todos los muertos enterrado allí cantaban un último responso quizás en agradecimiento porque hicieron posible que el cura hiciera su agosto. Llegados al pueblo casi de noche, la pesada talega era entregada en la casa del cura: Del dinero recaudado se hacían tres parte, una para la Iglesia otra para el Sacerdote y otra sería para el sacristán en caso de haberle y si no había esta parte iría a engrosar la cantidad recibida por el cura haciendo honor al dicho popular “de diez me llevo una de veinte me llevo todo”.
Una vez llegado el sacerdote con sus acólitos a la Iglesia se tocaba las campanadas de ánimas finalizando así las fiestas de Santos y Difuntos.
En los días siguientes se adecentaba, barría y limpiaban los corredores de los restos que se habían esparcido por el suelo quedando todo en perfecto estado de revista como mandan los cánones, (y el cura). Después se repartía el dinero de las limosnas más la asignación de la semana.
Una insólita costumbre a destacar era que unos días posteriores a la fiesta de Santos y Difuntos, el cura encargaba un borrego con el cual y en su casa ofrecía a todos los monaguillos una suculenta y sabrosa caldereta en premio por los servicios prestados a la parroquia en aquellos días.
La Iglesia invita a la oración, y la cruz, con que coronan los sepulcros de sus fieles difuntos, nos sugiere a ser con ellos más caritativos por medio de oraciones y sufragios.
Principio del responso. en Latín y en castellano.
Ne recorderis peccáta mea, Domine.
Dum véris iudicáre saeculum per ignem
No te acuerdes señor de mis pacados.
cuando vengas a juzgar al mundo por medio del fuego.
¡Descansen en Paz!
Desde Orellana la Vieja. Víctor Sanz.