Ofertas de luz y gas

ORELLANA LA VIEJA: recuerdos de un conserje...

recuerdos de un conserje
parte 2ª
mismos podíamos descifra la más mínima palabra, y para que en ningún modo hubiera filtraciones estos ilegibles y emborronados restos pasaban a ser destruidos o tirado posteriormente en bolsas de basura para su recogida por los encargados de retirarla.
Algunos días en que su Majestad la niebla hacía acto de presencia, su filtrante humedad hacía que los fusibles saltaran al mismo tiempo, no porque estuvieran contentos o fueran buenos deportista si no por causa de la obsoleta y vieja instalación eléctrica lo cual conllevaba que algunas aulas quedaran en penumbra, pero lo más preocupante era que no se podía hacer sonar el timbre eléctrico que anunciaba los cambios de clases y recreos. Este contratiempo lo solucione (con el reacio permiso de la dirección aunque con risitas) con una campanilla de bronce que es de suponer que alguna vez la llevara alguna cabrita colgada al cuello como adorno llamativo y sonoro para delatar su presencia, así que a las horas concretas tenía que salir al patio y zarandear furiosamente la dichosa campanilla. Esto fue una verdadera guasa porque tan inaudito acontecimiento no lo esperaban y alguno de los alumnos lo tomaron tan jocosamente que bajaban las escaleras gritando ¡beeee, beeeee!, quizás entusiasmados por el no muy habitual estridente sonido campaneril, era una de mis pequeñas artimañas creadas por mi terca voluntad, pero fue importante para obtener el resultado apetecido y que aquellas jornadas funcionaran con normalidad, no fue muy ortodoxo el invento que digamos pero funciono.
No todo fue alegría en mi paso por este centro de enseñanza. Una de las veces que peor lo pase fue un día (bastante frío por cierto) en que me encontré vinculado en una huelga de los alumnos, como responsable que era del cuidado mantenimiento y encendido de las estufas que por aquel entonces eran de leña, el día anterior las había quedado rellenas ocho en total, para ello era necesario el subir 113 escalones con una esportilla de goma en la cual se transportaban los dichosos troncos de leña para el mantenimiento de aquellas pequeñajas y raquíticas estufas, la leña la traían de no se donde y el personal del Ayuntamiento me ayudaba a entrarla a cubierto de la intemperie, aquel año llovía bastante y no se pudo entrar la mencionada leña por lo que estaba bastante pasada por agua.
Yo llegaba al Instituto una hora antes que los alumnos y profesores para que pudieran encontrarse las aulas un poquito calientes, pero aquel día cuando llegaron solo se encontraron en las aulas frío y humedad. ¡Huelga, huelga! Exclamaron algunos y empezaron a oírse las primeras reclamaciones con un gran alboroto de subidas y bajadas al patio y a las aulas, se llamo rápidamente al secretario del Ayuntamiento que tuvo a bien de mandar unos sacos de virutas y aserrín para ayudar a la combustión de los más que húmedos troncos que por supuesto no quisieron arder. El patio estaba a rebosar de alumnos que gritaban y cada uno daba su opinión al respecto, uno de ellos quería complacer a todo el mundo y para conseguirlo se le ocurrió un medio, que a falta de otro mejor, se podía utilizar, y acaso con su empleo quedarían todos complacidos.
Allá va el medio que para el sería un entero, pero que termino siendo peor el remedio que la enfermedad: Gasoil, echar gasoil en las estufas para que ardieran, otra llamada al secretario que mando dos latas repletas del tan mal oliente liquido y ayudado por varios alumnos voluntarios fuimos echando gasoil en todas las estufas que ni con esa las muy estúpidas lograron arder.
El característico olor a lápices y gomas de borrar había desaparecido de las aulas que ahora semejaban cutrichiles donde se almacena, grasas, aceites y gasoil para la reparación de coches como en un vulgar taller de mecánica. A pesar de los avatares y todo eso, creo que la huelga fue legal y justa. Todos pasamos frío aquel día.
Nunca pude soñar acto más hermoso que el llevado a cabo con mi trabajo en el centro, ni que patentice de manera más grande mi cariño por la enseñanza. Envidioso estoy porque mis pobres medios no me permitieron llevar una parte activa en la realización de ese gran acontecimiento que es la docencia pero me resigne con la seguridad de que las dignísimas personalidades que llevaban la dirección del centro sabrían conseguir poner el nombre del Instituto de Orellana a la altura que se merecía. Siempre grande, siempre magnifico.
(continuara).