Compramos energía a futuro

ORELLANA LA VIEJA: Milord informa....

Milord informa.

Parece ser que esto esta un poco adormilado ¿no?
Ami me parece que puede ser del amodorramiento que sigue a las fiestas de verano y eso que a nosotros nos queda todavía las del Cristo de la Capilla. Luego nuestra adorable juventud no tendrá más remedio que volver al trabajo unos, y a estudiar otros.
¡Que tiempos me toco vivir!: como la crónica próxima será para. ultimo de este mes he pensado subir los siguientes recuerdos de mi paso por el instituto de nuestro pueblo en el que trabaje casi cinco años. Tendréis que perdonar que solo mande la primera parte de tres de las que se compone, así no se cansaran ustedes y si alguien lo quiere ir guardando que lo haga sin problema no tiene derechos de autor.
RECUERDOS DE UN CONSERJE
“Mi paso por el Instituto”

Lo primero y para mi lo más importante es pedir a los profesores, alumnos y aquel que leyere esta revista toda la resignación necesaria para soportar la lectura de este simple “articulejo”.

¡Aleluya, aleluya, ya tenemos bedel.
Estas frases dichas en forma de canción se escucharon en el Instituto de Orellana la Vieja en las fiestas de Navidad de 1984 anunciando la noticia en la que me veía incluido por tratarse de mi contratación para ejercer como conserje en dicho Instituto.
¿Conserje?... ¡ya, ya!: conserje, bedel, administrativo, jardinero y algunas veces curandero, por no decir practicante de enfermería, ya que contado era el día que no llegara algún alumno a curarse algún rasguño o a por una cápsula de Nolotil para aliviar tal o cual dolor de cabeza o de pies (que tanto monta) y que para todo valía el dichoso analgésico.
La caja del botiquín de unos cincuenta centímetros de alto por unos no se cuanto de ancho, más parecía una cajita de juguete que un armario sanitario, pero aunque escaseaban los artículos de desinfección nunca faltaron lo más imprescindibles: El yodo, agua oxigenada, y alcohol por lo cual añadiendo un par de vendas, unas gasas, esparadrapo el Nolotil y las socorridas aspirinas ya estaba completa nuestra pequeña farmacia que recogida ordenadamente en el mini armario situado enfrente de mi mesa de trabajo se destacaba con su gran cruz roja como si de la ventana de un Quirófano se tratara. Vana ilusión.
Llegue al Instituto “Nuestra Señora del Carmen” en los últimos días del mes de Octubre de 1984
y aún recuerdo las primeras palabras del director que me dijo – esta será tu oficina, debajo de la mesa tienes un pequeño braserillo para cuando arrecie más el frío - ¡corcio! y tan pequeño pues el braserito se componía de una resistencia enrollada en espiral que no sobrepasaba los 20 centímetros en su diámetro, pero que a mi me sirvió durante cinco años hasta que salí del centro.
Yo creí que el trabajo de conserje sería solo para abrir y cerrar puertas, hacer algún recadito, llevar y traer el correo etc, pero.... si, si, encima de la mesa tenía preparadas unas doscientas veinticinco matriculas y no se cuantas solicitudes de becas que yo tenía que rellenar y quedar listas para que el secretario nombrado al efecto pudiera en ellas estampar su ilegible firma y mandarlas al Instituto Luis Chamizo de Villanueva Don Benito del que dependía el de Orellana la Vieja, después venía la ardua tarea del listado de alumnos transcritas esta listas con una viejísima maquina de escribir a la que por insólita casualidad la faltaba la mitad de la letra A mayúscula.

Lo más chocante y divertido era el día de antes de algún examen, a la izquierda de mi mesa pero enfrente teníamos un curioso artilugio (en realidad nunca supe su nombre) yo la llamaba, la multicopiadora. Tenía forma de antigua chimenea medieval se componía de dos rodillos, uno era donde se instalaba un cliché de parafina o de cera, el segundo de los rodillos se entintaba con un especie de grasa consistente más negra que “el betún ese “ y que manchaba más que los negros frutos de los morales del Zujar, una vez puesto el cliché en el rodillo superior comenzaba la puesta en marcha siempre manualmente por medio de una manivela adosada a uno de sus costados y que la hacía rotar con un ruido espantoso e intermitente parecido al de un oxidado tren de mercancías,
este ruido tan especial atraía como moscas a los alumnos que rondaban curioseando por detrás de la enrejada ventana de mi pequeña oficina por si a través de los no muy limpios cristales podían captar algunas de las palabras escritas para el examen. Este trabajo se solía hacer siempre en horas de clase para evitar la malintencionada curiosidad de algún listo y casi siempre estaba conmigo el profesor que ordenaba sacar las copias, era normal que siempre quedaran restos en la papelera de las primeras copias pero tan sumamente emborronadas por el exceso de tinta o arrugadas por los múltiples atasco de los folios que se pegaban endemoniadamente a los rodillos, que ni nosotros