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ORELLANA LA VIEJA: Milord informa....

Milord informa.
¡Ja, ja! Cuanto me alegro. Lo digo por ustedes Antonio Galeano y José, Que bueno es que recordéis vuestra niñez porque al mismo tiempo hacéis recordar la de los demás, momentos inolvidables de vuestras pasadas correrías y anécdotas que bien pudieran escribirse para recuerdos de tiempos futuros.
La escuela en cuestión: La del Cementerio viejo que nosotros llamábamos, todavía esta en pie pero está para eventos culturales; unas aulas son para la peña de fútbol, otra para adolescentes de ambos sexos y otra, donde estaba el comedor es la sede de la cofradía de la Santa Cruz que tenemos en Orellana.
Bueno “Giguerolo carretero” que hago con los seis carrete –sagarra- te los mando o los hecho en el puchero un día de esto? Valiente monaguillo harías tu Antoñito Galiano.
Veo José que eres un enamorado de las tradiciones de Orellana y tus recuerdos son loables y muy buenos porque del pasado también se vive y más si se esta lejos.
Os mando un trocito de una historia que escribí el año 2008”El collar de Charneca” y en la que relato un día gira de hace sesenta años.
Una fiesta típica, costumbre inmemorial transmitida de generación en generación, es la clásica por antonomasia, celebrar el Domingo y Lunes de Pascuas de Resurrección la “Gira” o la “Función”, saliendo al campo jóvenes y no tan jóvenes de ambos sexos a disfrutar y solearse (cuando el tiempo lo permite) en esos días de espléndida primavera,
al propio tiempo que comerse una sustanciosa caldereta, lo es también el de saborear las típicas deliciosas e indispensables empanadas de Semana Santa, suculento manjar éste, requisito imprescindible en tan bulliciosas fiestas.
Desde muy temprano, empieza el jaleo para proveerse de medios de transporte, unos van en caballería (burros, mulas o caballos), otros en carros y los más numerosos en el coche de San Fernando, unos ratos a pie y otros andando, pero el caso es no quedarse en casa.
-A la sierra, a la sierra- dicen algunos
-No a la sierra no, al río al río- dicen otros
¿Por qué la preferencia de unos por la sierra?
¿Por qué el interés de otros por el río?
Muy sencillo: el ansia absurda de dividir las opiniones. El endiablado afán de la discrepancia, ¿Querían unos ir a la sierra? Bastaba esta opinión tan sencilla y espontánea al parecer, para que seguidamente surgiesen partidarios de ir al río.
Una vez puestos de acuerdo, entre las ocho y las nueve de la mañana empezaba la dispersión de las cuadrillas, algunas de éstas llevaban por lo menos un acordeón o una guitarra, o ambas cosas, que también se armaba más bulla para amenizar la “función”, no podía faltar en algunos casos una persona más mayor (hombre o mujer) de respeto que era quien se encargaba de reprimir los ímpetus juveniles y de poner orden en la comitiva.
Llegadas las concurrentes cuadrillas al sitio designado previamente, que se procuraba lo más pintoresco y sombrío posible (fuera río o sierra), a fin de que los rayos caloríficos y luminosos del sol extremeño no sofocaran demasiado al juvenil personal, se elegía el sitio apropiado y empezaban a bailar. En los intermedios los jóvenes mozos beben unos grandes tragos de rojo néctar Pitarrero a fin de reparar sus fuerzas, e invitaban, como es lo natural, a las jóvenes muchachas y algunas (no todas) aceptaban el obsequio, la mayoría no bebía por el decir de la cortedad.
Vuelta a bailar y así se pasaba el rato y el tiempo hasta las dos o más de la tarde que comenzaba el opíparo festín. Mientras se enfriaba un poco la olorosa caldereta, cada cual sacaba su aportación culinaria, para ir entrando en apetito, nunca faltaban las sabrosas lonchas del serrano jamón o el largo, cilíndrico y abultado lomo o el aristocrático salchichón o la proletaria y socorrida tortilla de patatas, entremeses como aceitunas, queso y varias fruslerías más, y los prosaicos consabidos huevos duros para la confección del refrigerante y riquísimo gazpacho Orellanense que era lo que más apetecían todos los cuerpos después del caluroso baile, dada la ya extremada temperatura de los días Abrileños.
Durante la abundante comida y bebida las conversaciones se animan, la alegría propiciada por el vino se hace más bulliciosa, la fraternidad reina, la confianza se acrecenta concluyendo algunos concurrentes como es de rigor, que terminaban por cantar cada cual lo que sabia. Quien se arrancaba por peteneras o fandangos, otros por soleares, otros por jotas o sevillanas y algún que otro por unas rancheras sentimentales Mejicanas.
Comenzaba a declinar la tarde en una de aquellas fascinadoras jornadas primaverales que coincidían con Pascuas de resurrección, algunas de las cuadrillas ya ahítas de comida y atiborradas de vino o cerveza, se disponían a recoger, entre desafinados cánticos, sus utensilios para retornar al pueblo. Comenzaba la retirada, las mulas que conducían los carros iban al galope avispadas por los desentonados cánticos y las voces, los caballos, más o menos briosos al trote; y los pobres burros a todo correr con sus alegres jinetes.

Veis esto se ha acabado porque natural mente “todo tiene su fin”
A José en Valencia y a Antonio Galeano Desde Orellana la Vieja Víctor Sanz