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ORELLANA LA VIEJA: Ambigú, ese era el nombre del bar anejo a la sala del...

EL CINE III

De todas maneras qué bien nos lo pasábamos en el cine.
¡Con qué ilusión esperábamos las tardes-noches de los domingos para ir a ver las películas que nos transportaban a lugares lejanos, a mundos insospechados y a vivir aventuras maravillosas ¡.
De niño comprábamos las entradas “de general” por el poco dinero que teníamos. Estas nos daban derecho a sentarnos en unos bancos de madera sin respaldo y que estaban colocados muy cerca de la pantalla con lo que, al terminar la película, sacabas un dolor de cuello morrocotudo de tenerlo inclinado para atrás todo el rato. Otra clase de entradas eran las “de butaca” o preferencia.
Entrabas, esperabas oyendo los eternos discos de Manolo Carocol, El Príncipe Gitano ó Los Paquiros y cuando se había llenado el cine o llegaba la hora anunciada para el comienzo, daban dos o tres apagones de luz (los avisos) y … empezaba la película. Los niños seguíamos ilusionado las aventuras de los protagonistas, los mayores hacían comentarios en voz baja o comían pipas y los novios, en las filas de atrás, hacían lo que podían amparados por la penumbra y la ocasión.
Cuando más emocionante estaba la película, llegaba el descanso. La gente se levantaba a comprar una gaseosa de las que vendía el tío “Apocho” en la taberna que tenía aneja al salón o salías a comprar un helado a la calle donde las “Barquilleras” habían trasladado el puesto cerca del cine desde la plaza donde habían estado toda la tarde. Más de una vez comprábamos un helado, sin haber estado antes dentro del cine y, con él en las manos, tratábamos de engañar al portero simulando que habíamos salido y que regresábamos para acabar de ver la “segunda parte”. Lógicamente el portero no picaba y nuestros intento, para ver lo que quedaba de la película, eran en vano.

Ambigú, ese era el nombre del bar anejo a la sala del cine. En él se servian además de las cervezas, vino y gaseosas "los caballitos" que eran unos vasos pequeñitos con vermut y sifon. ¡que bonito Antonio ¡. Un abrazo