LA HABA: ¡FASCISTAS!...

¡FASCISTAS!
En este país no eres nadie ni te sientes verdaderamente libre hasta el preciso momento en que alguien te llama fascista. Ese mendruguero estalinista que responde por el nombre de Willy Toledo, cuyo mayor mérito artístico es haber enseñado el pene en After (Alberto Rodríguez, 2009), al hilo de una polémica con Miguel Bosé dio a entender con sus palabras que mi vecina y querida localidad de Don Benito es algo así como un vivero endémico y de fértil sustrato en donde brotan como hongos los fascistas. Supongo que si uno responde a este tiparraco le legitima, aunque no es menos cierto que su imagen puede ser un buen recurso para retrasar la eyaculación precoz. Creo que el ayuntamiento ni siquiera habrá pensado en nombrarle “persona non grata”, pero me dicen que no descarte todavía el que le sea otorgada la medalla de oro de la ciudad.

De ahora en adelante, cuando visite Don Benito, procuraré llevar siempre mi fascismómetro para comprobar cuántos fascistas por m2 tiene la ciudad y, por supuesto, si la calidad del linaje es de toda la vida. Es fácil deducir que los referentes del tal Willy son demócratas impolutos como Stalin, Mao Zedong, Pol Pot, Fidel Castro y tantos otros sanguinarios dictadores que bajo el siniestro símbolo de la hoz y el martillo sepultaron un bestial recuento de cadáveres muy superior al de todos los fascismos. Liados como están con el ruido en la calle, en las redes sociales y en ver quién es más radicalmente de izquierdas, el problema de todos estos hijos putativos de las peores escombreras del activismo político es que creen que se puede hacer la revolución –que sólo sirve para cambiar una casta por otra- con unas cervezas, unos porros, una ración de escrache y otra de asamblea, pero ese fascismo que ellos evocan -y que ya no existe- fundamentó su poder en la ignorancia de gente como ellos, en su cobardía y la falta de luz de todas sus ideas.

Como soy amante de todo lo políticamente incorrecto, mi consejo es que se debe de perder el miedo a ser tildado de fascista, palabra que ha perdido ya todo su sentido y que se utiliza de forma tan peyorativa como ligera para atacar cualquier pensamiento de algún personaje que se detesta. Como hacen con el rey, al que poco menos le acusan de ser el responsable de los atentados en Cataluña con la estúpida coartada de que España vende armas a Arabia Saudí, ¿qué armas? ¿La furgoneta y el cuchillo que esos asquerosos asesinos yihadistas utilizaron para matar a las pobres e inocentes víctimas? ¡Pero qué tontos y malos son, madre!

Si no te gusta el derecho de autodeterminación, eres un fascista, si crees que los países deben estar estructurado por unas leyes y regidos por un orden y unas normas de convivencia, eres un fascista, si crees que nuestro país no ganaría nada si fuera una república, eres un fascista, si te atreves a teorizar y plantear una reflexión sobre el destino funesto de España si los republicanos hubieran ganado la guerra y tienes la convicción de que el antifranquismo sólo es un negocio para la izquierda más intransigente, eres un redomado fascista. Siempre me he preguntado qué sería de la izquierda española sin el nauseabundo espantajo del franquismo, pues de ahí surge su superioridad moral y, si me apuran, todo su decálogo ideológico de los últimos cuarenta años.

Claro que nada de esto es fascismo, pero el que haya que explicarlo anticipa la imposibilidad de que puedan entenderte gente tan impregnada de sectarismo y odio. Yo, por mi parte, no necesito que venga esta tribu de cazafantasmas con sus carracas a convencerme de que no vivimos en el mejor de los mundos, lo que sí me gustaría es que se pararan a pensar en la parte de responsabilidad que tienen ellos en el asunto y si la solución que nos ofrecen es la costra del 15-M con sus perros y flautas y llamar fascista a todo aquel que no comulga con sus vitriólicas y caducas ideas. Tomando como referencia la decadente Cataluña actual, puedo citar algunas definiciones de fascismo que todos estos extremistas de izquierda aplauden con las orejas en una prueba más de su esquizofrenia ideológica.

Fascismo es proclamar patriota catalán a un terrorista al que se rinde tributo en la Colonia Güell; fascismo es impedir que la gente rotule sus negocios en el idioma que les salga de los cojones bajo la amenaza de una multa severa; fascismo es idear eslóganes como “Apadrina un extremeño” y culpar a los demás de todos nuestros males; fascismo es el adoctrinamiento político en las escuelas recuperando aquel manual franquista de la “Formación del Espíritu Nacional”; fascismo es hacer que gobierne el imperio del miedo para disponer de siervos y nunca de ciudadanos libres; fascismo es presentar como candidatos a personas que han sido juzgadas y condenadas por malos tratos, pederastia y terrorismo; fascismo es inventarse una nacionalidad y una historia para proclamar tu superioridad moral y cultural sobre el resto de los pueblos hermanos como si la mierda no estuviera anegando también todos tus estercoleros; fascismo es priorizar la emigración musulmana en detrimento de la hispanohablante para no poner en peligro el idioma oficial de la ratonera sedicionista; fascismo es saltarse todas las leyes constitucionales de un Estado miembro de la Unión Europea para inútilmente declarar la desconexión; fascismo es, en fin, convertir una marcha de homenaje a las víctimas y contra el terrorismo en un aquelarre propagandístico en favor de la independencia, politizando el dolor, ensuciando la inocencia y prolongando la sensación de vacío institucional.

Decía el poeta que todo lo que no es música se confunde con el silencio, si oyen gritar ¡fascistas!, tengan el ipod a mano.