BADAJOZ: El pueblo donde yo nací, Ibn Marwan tú lo conoces,...

El pueblo donde yo nací, Ibn Marwan tú lo conoces, tiene reflejos de plata en sus cielos altos, en las hojas de los olivos y en los pinchos de las de carrasca.

Es en el ocre de sus llanos y en el gris oscuro de las taramas, donde se perdía mi mirada en las mañanas heladas, y los carámbanos semejaban siniestras puntas de lanza a las que me imaginaba, hendiendo las tiernas carnes de niñas con ojos de almendra tristes y desamparadas.

Por sus fértiles planicies o sus oscuras cañadas, me confundía con el entorno y mesturaba mi realidad frágil y perecedera, con la recia perpetuidad que la Naturaleza, generosa siempre, me brindaba.

Desde la cúspide del Jacho o desde otra cualquiera, oteaba el horizonte y a mi, que aún no había visto la mar, se me figuraba como un inmenso océano donde los valles y ondulaciones poblados de encinares y de alcornocales, olivares, jaguarzos o retamares, eran como enormes olas estáticas que amenazaran con recobrar la movilidad y engullirme en sus insondables profundidades.

Puede que el culpable fuera Emilio Salgari, Espronceda y su Canción del Pirata o Marcial Lafuente Estefanía y los estragos que causaba el vaquero zanquilargo que al empujar los batientes de la puerta del saloón, imponía a la concurrencia un espeso silencio y, usando una sola bala, horadaba la frente de cuatro o cinco de los malos más malos, sin que se le alterara ni uno sólo de los músculos de su curtida cara.

Puede, que fueran las historias que nos inventábamos cuando muchachinos, sentados en corro en las perrolas de las esquinas, rememorando inconscientes, relatos que habíamos captados de los más grandes cuando creían que no los estábamos escuchando.

Luego, más tarde ya, y con conocimiento de causa, en largas noche de vigilia, perdido en el anonimato de cualquier gran ciudad de las de las Españas o de los extranjeros, recordando aquellos olores que los campos desprenden al anochecer, me impelía la necesidad de hacer una pirueta y, como quien no quiere la cosa, trasladarme en el tiempo salvando las nuevas costumbres y las distancias y volver al corro aquél, de niños con calzones cortos sujetos por un tirante con la imaginación desbocada y los mocos verdes recolgando. ¡Qué tiempos chacha!

Y es que, con estas cosas pasa, como cuando aprendes a montar en bicicleta, que una vez que alcanzas el equilibrio para no darte el batacazo, ya no se olvida nunca más. Reflejos adquiridos dicen.

Ahora, que está reventando la Primavera, tengo más nostalgia, será por eso que he empezado a emborronar este folio virtual y he dejado que vuele mi otro yo de un sitio a otro y escriba como inducido por un duende benévolo abstraído del entorno.

No obstante, que quede claro que no todo son recuerdos amables, que también hay otros que cuando vuelven, aunque sean contra mi voluntad inconsciente y consciente, rasgan mis carnes duendiles abrasando como hierro candente y dejando un regusto muy amargo en la boca.

Y lo siento Ibn, pero acabo:

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley la fuerza del viento,
mi única patria, La Mar.
Salud.