Con mi arado abro los surcos y con el escribo, páginas sobre las tierra de miseria y de sudor. Si, pero me pregunto beldad si es cierto que se hace camino al andar. Si no es más cierto que ya están todos hechos, trillados. Si los que los transitamos, nos vemos como humanos libertarios o como borregos azuzados por el perro del pastor. ¿Que siga la senda y calle? ¡Ni hablar del peluquin! Ahora mismo moza, me salgo a la trocha y faldeando la sierra y salvando los barrancos, las manchas de matorrales con pinchos que te desgarran las carnes, me encaramo a aquel picacho y oteo el horizonte. Si la nueva perspectiva me aclara un poco el marasmo de mis ideas, te digo, que abandono los caminos, las veredas y las autopistas asfaltadas, clavo riñones y aunque sea con las manos, inicio el descuaje del espeso follaje que obstaculiza el camino hacia adelante.
Ayer, cárnico momentáneo, hablé con un cura ya viejo que, siendo chico, vio con sus ojos de infante cómo unos seres locos derruían los conventos, las iglesias, e incluso pegaban fuego y destrozaban arrastrando por las calles, magníficas obras de arte. Después, atizaban un balazo en los sesos a los frailes más buenos porque, decían, que eran los más peligrosos. Y hacían a las monjas madres.
Es verdad que su lenguaje era florido y hermoso, que todos ellos portaban el ansia de liberarse de la negra garra que percudía todo aquello que tocara, más, no es la forma, pues, no está pero que nada bien acabar para siempre con el simple mensajero, aunque esté equivocado.
Después, ya sabes recia moza, la paz de los cementerios, la ignominia, la deshonra, yendo a tajo hecho, en nocturna cuadrilla y pertrechados de abundante munición, arropados por la negra sombra, sin distinciones entre parturientas o zagales, bien intencionados o no, ¡todos al saco! Y esta degradación moral, con la incondicional ayuda del oscuro morgaño y de unos hombres con faldas.
Por cierto, ¿se habrá borrado ya ese que hay en esa gran cruz de piedra que está frente al arrejuntamiento o, están esperando a que sea por orden del señor juez? Hoy en día, hay montones de productos químicos que lo dejan todo como los chorros del oro y, si no, la mola radial, que desbroza y abrillanta.
Salud.
Ayer, cárnico momentáneo, hablé con un cura ya viejo que, siendo chico, vio con sus ojos de infante cómo unos seres locos derruían los conventos, las iglesias, e incluso pegaban fuego y destrozaban arrastrando por las calles, magníficas obras de arte. Después, atizaban un balazo en los sesos a los frailes más buenos porque, decían, que eran los más peligrosos. Y hacían a las monjas madres.
Es verdad que su lenguaje era florido y hermoso, que todos ellos portaban el ansia de liberarse de la negra garra que percudía todo aquello que tocara, más, no es la forma, pues, no está pero que nada bien acabar para siempre con el simple mensajero, aunque esté equivocado.
Después, ya sabes recia moza, la paz de los cementerios, la ignominia, la deshonra, yendo a tajo hecho, en nocturna cuadrilla y pertrechados de abundante munición, arropados por la negra sombra, sin distinciones entre parturientas o zagales, bien intencionados o no, ¡todos al saco! Y esta degradación moral, con la incondicional ayuda del oscuro morgaño y de unos hombres con faldas.
Por cierto, ¿se habrá borrado ya ese que hay en esa gran cruz de piedra que está frente al arrejuntamiento o, están esperando a que sea por orden del señor juez? Hoy en día, hay montones de productos químicos que lo dejan todo como los chorros del oro y, si no, la mola radial, que desbroza y abrillanta.
Salud.
