Despabila mocita, que ya llegan los poetas, esa culebra multicolor compuesta por chuchos famélicos que andan con la pata coja y van con la lengua a rastras. Entre ellos algunos músicos de la legua, titiriteros, escapados de galeras; danzarinas obesas con cara de muy reviejas, hombretones de cartón piedra, pizpiretas pecosas enseñando sus luengas piernas, alcahuetes y alcahuetas; virtuosos de las letras con el tarro hecho agua como modorras ovejas, multitud mundana y montaraz desacostumbrados a encallar en barras.
Abocan desde Nogales por el camino de Las Esterqueras y vienen con carros con toldos remendados de mil colores arrastrados por mulos viejos, que si parasen, arrasarían los melonares. A escote pagaron puentazgo al alto señor de Feria, que les dejó paso franco pero vigila por medio de sus sicarios, que tan abigarrada marabunda no arrase con sus bienes preciados; siervos, yuntas, zagalas ligeras de cascos deseosas de aventuras, frutales si los hubiera o hubiese y alguna que otra unidad de sus numerosas piaras. Acompañan su cansino andar con rítmicos sones de panderos y charangas, cucharas y envases vidriados conteniendo anís de Azuaga. Cantan, ríen, se pelean por quimeras vacías, lloran con lágrimas falsas y bailan. Sobre todo bailan. Bailan y cantan para quienes gustan de oír aquello que les agrada. Si pagan.
Vamos vamos, que nos perdemos la instantánea que perpetuará en el tiempo el sublime encontronazo entre lo sólido y lo vano. Corre, deja ya de acicalarte echando en tu faz colores, que pareces indio cheroki preparándose para el combate contra los casacas rojas del otro lado del charco. Agila, antes que los de Valverde se junten con los de Alconchel, cierren filas e interpongan barreras de fuego para impedirles el paso.
Ya están aquí recia moza, ¿aquél renco calvo de las perfiladas napias y con anteojos cuadrados, no es Vericuetos?, ¿el niño al que castigó el maestro con catorce palmetazos en sus manos tiernas por salir corriendo de la fila que lo llevaba a la clase de catequesis? Si mujer, el que no volvió al día siguiente, ni al otro ni a los demás. Bueno es igual, pretérito, ahora que siga la juerga.
Salud.
Abocan desde Nogales por el camino de Las Esterqueras y vienen con carros con toldos remendados de mil colores arrastrados por mulos viejos, que si parasen, arrasarían los melonares. A escote pagaron puentazgo al alto señor de Feria, que les dejó paso franco pero vigila por medio de sus sicarios, que tan abigarrada marabunda no arrase con sus bienes preciados; siervos, yuntas, zagalas ligeras de cascos deseosas de aventuras, frutales si los hubiera o hubiese y alguna que otra unidad de sus numerosas piaras. Acompañan su cansino andar con rítmicos sones de panderos y charangas, cucharas y envases vidriados conteniendo anís de Azuaga. Cantan, ríen, se pelean por quimeras vacías, lloran con lágrimas falsas y bailan. Sobre todo bailan. Bailan y cantan para quienes gustan de oír aquello que les agrada. Si pagan.
Vamos vamos, que nos perdemos la instantánea que perpetuará en el tiempo el sublime encontronazo entre lo sólido y lo vano. Corre, deja ya de acicalarte echando en tu faz colores, que pareces indio cheroki preparándose para el combate contra los casacas rojas del otro lado del charco. Agila, antes que los de Valverde se junten con los de Alconchel, cierren filas e interpongan barreras de fuego para impedirles el paso.
Ya están aquí recia moza, ¿aquél renco calvo de las perfiladas napias y con anteojos cuadrados, no es Vericuetos?, ¿el niño al que castigó el maestro con catorce palmetazos en sus manos tiernas por salir corriendo de la fila que lo llevaba a la clase de catequesis? Si mujer, el que no volvió al día siguiente, ni al otro ni a los demás. Bueno es igual, pretérito, ahora que siga la juerga.
Salud.