Yo confieso recia moza, he pecado, esa mente diabólica ha vuelto a inocular en mi alma ya de por sí perversa el virus maligno, y he vuelto a pecar. He comprado un libro y lo he leído. Me he infiltrado en el alma de su autor y he navegado por el océano de los signos sin darme cuenta de que estaba sumergido en la profunda sima donde moran unos seres que vivieron hace siglos. He hallado a mi abuela bereber en una iglesia construida con piedras labradas por canteros, que rubricaban a cincel el logro de su esfuerzo. Y ahí está la obra, aguantando imperturbable el paso de los tiempos. Refractaria a la polilla, las termitas y las carcomas. Con sus recios muros transmitiendo la sensación de estar hechos solo de viento; sin que se perciba que los peñascos que los forman, están unidos con la argamasa producto del esfuerzo, de unos hombres y mujeres sencillos que se debatían
en las procelosas controversias que brotaban a raudales de unos cerebros, que mantenían concepciones y conceptos encontrados.
El interior, vacío, está lleno con la sala de las fiestas, y la de los llantos; con el cuarto de la tierra y el del agua, con el sitio de la soledad y el de la reunión. En las oquedades, se perciben estatuas de barones y mecenas ocasionales. Todos varones, menos una o dos mujeres curtidas en el arte de darlo todo, a cambio de no recibir nunca nada.
Es la vida mocita, el pueblo llano se esfuerza y suda, y otros seres más preocupados por el brillo que emanan los oropeles, se colocan los galardones que sólo aquellos ganaron. Y en estas estamos, constatando diariamente que el espíritu humano es un invento cuyo artífice nos es desconocido. Quizá por eso, al verme con mi abuela enseguida comprendí que soy muy raro, porque aún queriendo adaptarme a su pensamiento, asimilarlo y digerirlo, me salió sin darme cuenta mi ideal de sociedad consumista y satisfecha, que propugna igualdades imposibles entre cuerpos, metas y pensamientos dispares; puede que sin hacer el mínimo esfuerzo para intentar encontrarlos y que se entiendan.
Salud.
en las procelosas controversias que brotaban a raudales de unos cerebros, que mantenían concepciones y conceptos encontrados.
El interior, vacío, está lleno con la sala de las fiestas, y la de los llantos; con el cuarto de la tierra y el del agua, con el sitio de la soledad y el de la reunión. En las oquedades, se perciben estatuas de barones y mecenas ocasionales. Todos varones, menos una o dos mujeres curtidas en el arte de darlo todo, a cambio de no recibir nunca nada.
Es la vida mocita, el pueblo llano se esfuerza y suda, y otros seres más preocupados por el brillo que emanan los oropeles, se colocan los galardones que sólo aquellos ganaron. Y en estas estamos, constatando diariamente que el espíritu humano es un invento cuyo artífice nos es desconocido. Quizá por eso, al verme con mi abuela enseguida comprendí que soy muy raro, porque aún queriendo adaptarme a su pensamiento, asimilarlo y digerirlo, me salió sin darme cuenta mi ideal de sociedad consumista y satisfecha, que propugna igualdades imposibles entre cuerpos, metas y pensamientos dispares; puede que sin hacer el mínimo esfuerzo para intentar encontrarlos y que se entiendan.
Salud.