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ALMENDRAL: La noche pasada moza, como en mi cuchitril hacía calor...

La noche pasada moza, como en mi cuchitril hacía calor y en el entorno no se movía una paja, me acordé de mis tiempos mozos, cogí una albarda vieja que había visto días atrás por un rincón, le sacudí un poco el polvo de los siglos, me la eché al hombro y salí del poblado por el Camino Ancho.
Era mi intención dormir al raso en medio de un rastrojar, sin oír ni el ruido de los mosquitos trompeteros y sin ver nada más que el cielo estrellado. Oliendo sólo las emanaciones vírgenes del campo en este estío tórrido y sofocante. Hallé uno de mi gusto en la margen izquierda, cuando casi se acababa el llano. Calculé por la altura de la luna que sería la media noche. El cielo, raso, parecía un inmenso decorado poblado por innumerables luciérnagas cuya aglomeración se hacía más densa en dirección a Santiago y que difuminaba otras luces más artificiales. Estiré el jaldón sobre el pasto, hice almohada con una brazada de rastrojo y me quedé con los ojos como platos mirando la cúpula celeste bajo la que me cobijaba; y la luna, grande y redonda, que mirándome pícara parecía sonreír mientra que decía eso de que la cabra siempre tira al monte.
Me acordé de mis ascendentes, de sus sabias costumbres y ese sentido tan práctico que tenían de aprovechar los recursos. Así, por la noche, sacaban a los animales para que, con la blanda, aprovecharan e inflaran sus, a veces, escuálidas panzas. Daba gusto verlos cuando el sol ya empezaba a alumbrar, inflados de paja y granos tras el festín, hasta parecía que cantaban cuando les arrimábamos un cubo con agua de algún venero cercano y, con sus ojos redondos, parecían darnos las gracias. Sabios a su manera, no te mordían la mano si le dabas de comer.
Luego ya, rápidos al tajo, pues en cuanto el moreno se ponía por encima de los cabezos, no había manera de arrimarse a los matojos, ni moverse entre coscojas o jaras, porque solo su roce ya casi te despellejaba. Hasta las piedras hervían, y del suelo salía una neblina que no te dejaba ni ver un burro a tres o cuatro pasos, porque es que, además, no se habían inventado aún la anteojeras con los cristales ahumados.
Ahora ya sí, ahora es moda usarlas, así, si un edil cualquiera escondido detrás de ellas, califica a la feria agrícola y ganadera de siempre como “fiesta del emigrante”, pues no hay problemas, ya que además, es de público conocimiento sus denodados esfuerzos para que efectivamente, aquellos que un día salieron por hache o por be, se sientan como en su casa cuando atraídos por sus infantiles recuerdos vuelven al sitio donde vieron la luz la primera vez.
Salud.