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ALMENDRAL: Moza, como en estos tiempos que corren ya no veranea...

Moza, como en estos tiempos que corren ya no veranea nadie, ya lo que se hace son vacaciones, o sea, se sustituye una actividad pautada por otra mucho más fatigosa. Son las maniobras que hace un ejército de voluntarios nómadas sin escopetas ni bombas de racimo. El almendral por el agosto se convierte en zona catastrófica donde se acaban las peladillas a las dos de la tarde y hay que rellenar el vacío entre trago y trago tabernario con conversaciones entre paisanos que hace mucho tiempo que no se ven los caretos y que casi ni se reconocen, ya que en sus recuerdos lo que hay es un muchacho o muchacha de talle esbelto y mirada pícara y cómplice.
Pero más tarde y con la fresca, en la Plaza Chica, rockeros geriátricos acudimos a la fiesta de las vanidades a la que íbamos cuando éramos jóvenes, por si volvemos a serlo y, alrededor, gente con cara de póquer que se reparten el espacio según el rol que representan, escrutan todo lo que se menea con miradas que parecen dardos aguzados al fuego mientras los muchachos y muchachas que aún lo son, escapan en cuanto tienen ocasión de la opresión de sus mayores y se refugian a la sombra y con la compañía de sus bebidas y de sus sones predilectos.
Váteres fértiles o pazguatos, se equivocan como siempre pero toman nota por si son capaces de entrelazar vocales con consonantes y plasmar sobre el papel ideas con pulso y con són, digerible para los sufridos lectores u oyentes.
Puede que ser que sea, que no entendemos todavía que la fotografía en sepia o en blanco y negro hace ya tiempo que ha sido sustituidas por las virgerias que se obtienen con las cámaras digitales y, que el milenio en que estamos, agrade a no, tiene un sin fin de novedades que ya no abarcamos, ni abarcaremos, porque estamos enquistados en un que fue que ya no es.
Somos pasado y no precisamente pluscuamperfecto, pero aún somos, con todas nuestras limitaciones, y sabemos que se aprende de los fallos, de los fracasos. Nosotros, tanta veces soberbios ya no estamos para inquinas ni rencores, pero es bueno airearlo, para que salgan a luz aquellas escenas despreciables en las que se segaba sin escrúpulos la vida de una persona en las puertas de cualquier Campo Santo mientras se oía el llanto desgarrado de un niño con dos o tres años agarrado a las faldas de su madre.
Por eso, me gustan esos freires agnósticos y mundanos que perseveran, y no cejan en su empeño de dejar para nuestros hijos y nietos testimonio de aquel desastre entre hermanos.
Salud.