Primera de feria para olvidar moza. El lote sacado de algún desecho de tienta. Desiguales y faltos de peso, tan mal presentados que parecían carneros. El maestro, barbilampiño, voluntarioso y dominando el arte, bregó hasta la saciedad intentando en vano sacar algo de provecho de astados impresentables hasta en círculos de carros.
Se jugó la piel con el primero, zahíno, manso solemne, con el izquierdo veleto caído y el otro gacho, salió al paso y calculando. Reculó del equino y se refugió en tablas buscando la querencia. Hubo que sacarlo al medio agarrándolo por el rabo. Siempre buscando cuerpo, poco faltó en un derrote para que encontrara carne y eso que le colocó en todo lo alto un par de negras rebozadas con pimentón de La Vera y verdes de los de Padrón, pero que si quieres arroz. Fue devuelto a los corrales a petición popular para que hagan pinchitos con el en el próximo evento a celebrar en La Albuera con motivo del bicentenario, por si se puede recuperar la inversión y alimentar a la vez al gentío.
El segundo, negro bragado, astifino astillado de ambos, salió de gayola deslumbrado y trotón, con las manos por delante y resoplando igual que un búfalo. En menos que te lo cuento le dio seis vueltas al ruedo y cuando al fin se paró, estaba que se caía a cachos y no hubo forma de menearlo hasta que las mulillas tiraron de el para el desolladero, pero antes, el lidiador intentó colocar en todo lo alto unos aguijones entrando a dextrosun, pero no hubo manera.
De los tres que le siguieron, ni te hablo, colorados, mas cabras que animal bravo, con tan pocas yerbas que ni aprendices eran. De yerro desconocido, daba la sensación de que habían salido a pastar a plácido pesebre. Aburrido y bostezando, el señor presidente mandó al mayoral que los devolviera vivos al campo con un rebaño de ovejas.
Del sobrero, mejor no decirte nada, porque ni siquiera vio el sol en la plaza, y el respetable, mohíno, abandonó el coso rezando a los dioses de la tauromaquia para que estas cosas no se repitan.
Salud.
Se jugó la piel con el primero, zahíno, manso solemne, con el izquierdo veleto caído y el otro gacho, salió al paso y calculando. Reculó del equino y se refugió en tablas buscando la querencia. Hubo que sacarlo al medio agarrándolo por el rabo. Siempre buscando cuerpo, poco faltó en un derrote para que encontrara carne y eso que le colocó en todo lo alto un par de negras rebozadas con pimentón de La Vera y verdes de los de Padrón, pero que si quieres arroz. Fue devuelto a los corrales a petición popular para que hagan pinchitos con el en el próximo evento a celebrar en La Albuera con motivo del bicentenario, por si se puede recuperar la inversión y alimentar a la vez al gentío.
El segundo, negro bragado, astifino astillado de ambos, salió de gayola deslumbrado y trotón, con las manos por delante y resoplando igual que un búfalo. En menos que te lo cuento le dio seis vueltas al ruedo y cuando al fin se paró, estaba que se caía a cachos y no hubo forma de menearlo hasta que las mulillas tiraron de el para el desolladero, pero antes, el lidiador intentó colocar en todo lo alto unos aguijones entrando a dextrosun, pero no hubo manera.
De los tres que le siguieron, ni te hablo, colorados, mas cabras que animal bravo, con tan pocas yerbas que ni aprendices eran. De yerro desconocido, daba la sensación de que habían salido a pastar a plácido pesebre. Aburrido y bostezando, el señor presidente mandó al mayoral que los devolviera vivos al campo con un rebaño de ovejas.
Del sobrero, mejor no decirte nada, porque ni siquiera vio el sol en la plaza, y el respetable, mohíno, abandonó el coso rezando a los dioses de la tauromaquia para que estas cosas no se repitan.
Salud.