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ALMENDRAL: Dentro de un rato mocita, se van a cumplir doscientos...

Dentro de un rato mocita, se van a cumplir doscientos años ya en que los madrileños de a píe, asentaron sus plantas sobre el polvo de las calles y echando mano a la faja o al liguero las modestas modistas, tiraron de facas y tijeras y plantaron cara a los mamelucos. Entretanto, aristócratas acartonados rendían vasallaje a Pepe; hermano del campeador corso, naturalmente, con la venia del Felón y, en Móstoles, un edil carpetovetónico mandó a repicar campanas y pertrechó con chuzos aguzados al fuego, horquillas y garrotes de palo a toda la población, incluido el sacristán, al que nombró abanderado. Enseguida se lió la que se tenía que liar. El cuartel de la Montaña, los fusilamientos, La Puerta del Sol sin las uvas de Navidad y una muchedumbre igual pero dispuesta a dar la cara aun sabiendo que se la iban a partir en dos. Más tarde ya, un dieciséis de mayo de 1.811, La Albuera, donde Soult se arriesgó metiendo a sus dragones en las angosturas de los Riscos y los regatos Nogales y Chicaspiernas, pero lo hizo y obligó a los nuestros a cambiar el dispositivo entablándose el toma y daca por los llanos de Capela. Llovía y hasta granizó aquel día frío y oscuro que terminó tiñendo de rojo los campos con la sangre de unos soldados llegados desde muy lejos para dejar allí el pellejo. Unos diez mil en total.
¡Mande descanso, capitán!, que esos guerreros se nos van a quedar tiesos y yo quiero que vean a mi hijo crecer, ordenó la capitana generala catalana con su acento peculiar y, por supuesto, en castellano de Castilla que lo entendemos casi todos.
Pero hoy, también nos llegan los ecos de unos hechos que pasaron en París hace ya casi tres cuartos de siglo. El Prohibido prohibir, playa bajo los adoquines; ser realista, pidamos lo imposible; la imaginación al poder. Ya estamos otra vez tras la pancarta con el puño cerrado y cantando la Internacional por haber bajado la guardia tolerando hipotecas usurarias y trabajando por mil eurillos al mes. No molestan los cánticos, pero para que las revoluciones evolucionen a más bienestar general, hay que mantener la constancia y la presión, y no encaramarse a los sillones del consejo de administración desde donde aún emana un tufillo de los tiempos de Bonaparte.
Salud.