Total mozuela que, como en este foro del pueblo que es del pueblo para el pueblo pero que hay quienes prefieren que en el no esté el pueblo y quizá por eso no entra nadie del pueblo, causa por la cual no sólo ha caído en el mayor de los ninguneos llevado metódicamente a cabo por la élite social que se llama a sí misma avanzada política y culturalmente; a pesar de su infinita y ya muy más que demostrada torpeza totalmente exenta de imaginación, es por lo que me decido a romper las reglas por ellos establecidas, aún a riesgo de que nos quedemos tu y yo solitos en esta Filipinas reencarnada en el estéril páramo en el que lo han convertido las doñas Delicaditas y los don Ortodoxos de guardia bajo los eternos luceros alumbradores de las más altas esencias de la inconmensurable memez.
Rota la tregua digo, porque desde el veintiuno hasta aquí, esa voz que tenía que sonar vibrante cual clarinete afinado por el mejor de los maestros, no ha emitido ni un insignificante sonido, ni siquiera un leve murmullo que denote, al menos, un leve conato de vida, salgo un rato de mi madriguera y me enfrento cara a cara contigo no solo porque te quiero, sino porque me da la gana. Hago de la retórica bandera y en medio de este desierto donde no se escucha ni siquiera el aleteo de la moscarda güevera, en el que reina impunemente la paz de los cementerios repletos de ex-seres amordazados medrosos ante el qué dirán, echo sobre mi todas mis mejores y peros galas y canto y bailo fandanguillos mientras suenan los cascabeles que cuelgan de los piquillos de mi sombrero y del resto de mi indumentaria, matizados con el contrapunto del riz ras de mi esqueleto bailón exento, tiempo hace ya, de esa carne de la que me despojaron famélicos canes con dolorosas dentelladas.
¿No quieres caldo mocita? Toma tres tazas.
Salud.
Rota la tregua digo, porque desde el veintiuno hasta aquí, esa voz que tenía que sonar vibrante cual clarinete afinado por el mejor de los maestros, no ha emitido ni un insignificante sonido, ni siquiera un leve murmullo que denote, al menos, un leve conato de vida, salgo un rato de mi madriguera y me enfrento cara a cara contigo no solo porque te quiero, sino porque me da la gana. Hago de la retórica bandera y en medio de este desierto donde no se escucha ni siquiera el aleteo de la moscarda güevera, en el que reina impunemente la paz de los cementerios repletos de ex-seres amordazados medrosos ante el qué dirán, echo sobre mi todas mis mejores y peros galas y canto y bailo fandanguillos mientras suenan los cascabeles que cuelgan de los piquillos de mi sombrero y del resto de mi indumentaria, matizados con el contrapunto del riz ras de mi esqueleto bailón exento, tiempo hace ya, de esa carne de la que me despojaron famélicos canes con dolorosas dentelladas.
¿No quieres caldo mocita? Toma tres tazas.
Salud.