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ALMENDRAL: Cuando era chico, adquirí un vicio raro raro. Para...

Cuando era chico, adquirí un vicio raro raro. Para mi que la culpa la tubo el Guerrero del Antifaz o Roberto Alcázar y Pedrín, quizá Marcial Lafuente Estefanía, o puede ser que el TBO. No sé.., puede ser que los vicios, como otras cosas, también sean hereditarios, o al menos inducidos. Mi agüelo siempre estaba dándome la tabarra con eso de que había que leer mucho y escribir despacito y con buena letra, y que al final algo se quedaba en el caletre.

Sea como sea, leer es muy difícil, además supone un esfuerzo y eso...., no gusta, ¡qué quieres que te diga mocita! Cansa.

Hay quien piensa que se debe estar informado, al menos de las cosas que piensan los escribidores por cuenta ajena en los periódicos. Que al menos no es muy complicado de entender, si, por lo menos tienes el detalle de preguntar quien o quienes son los que les pagan.

Pero luego ya, si el vicio está muy arraigado, hay quienes se interesan por lo que hay escrito en algunos libros y dejar de lado lo que se dice en otros. Vamos, que uno aprender a apreciar lo que está escrito con cierto raciocinio; aunque no se ajuste mucho o nada a lo que se decía en los que había leído hasta entonces. Como lo de los periódicos, pero algo más dificultoso, porque es más largo.

A veces basta una imagen, que, si además lleva debajo añadida una explicación, miel sobre hojuelas, pues más se amplia el horizonte.

Leer algo que no nos gusta y rechazarlo después incluso exponiendo razones en contra de la tesis expuesta, puede ser que sea ya por sí mismo un acto íntimo de libertad. Y es que puede ser que es que ya nos hemos formado un criterio propio, o quizás, porque aún somos lo suficientemente ignorantes para no saber apreciar lo poco o mucho que tenga de valor, si es que tiene algo.

En todo caso, leer, para los adictos; para quienes han adquirido ese vicio tan extremoso, suele ser un placer. Y eso que hay libros que solo tienen letras, no como los TBOs susodichos, con sus- a veces-, magníficos dibujos y con sus escenas truculentas en las que el paladín siempre rescataba a la princesa y acababa mandando a criar malvas al más malo de todos los malos.

No sé ahora mismo, si ya hay narcosalas para que los infectados con este virus tan maligno podamos ir cada día para que nos inyecten una dosis que nos sirva para calmar la ansiedad que nos produce la carencia, pero sí sé, que la oferta es amplia y variada, para todos los gustos y creencias, que los proveedores que trapichean al por menor, son hasta capaces de llamar a la puerta de tu casa para seguir alimentando ese nefasto hábito.
¡Y no los persiguen los guindillas ni nada!
¡Hasta dónde iremos a parar!

Esto se me ha venido a la olla, leyendo en el forito de La Plaza Chica, sitio ese, donde si algo impera brillando con la luz propia del entendimiento, es el sentido común, el comedimiento, la imaginación, el buen decir, y, si algo destaca, es la total ausencia de chabacanería, de inquina garrula, de pazguatería hecha letras.

Salud.