Pirañas almendralenses, almendrucos principales, buenas gentes del lugar, ¿qué os pasa que calláis, le teméis al qué dirán?
Rajad, benditos, rajad, que hasta Mauro en su sepulcro siente la losa silente que ha caído en el lugar.
Expresad vuestras ideas con entera libertad.
Eso sí, sin olvidar, que eso es un derecho que acaba donde empieza el de los demás.
En el mundo hay muchas gentes a quienes les reconforta escuchar la voz del pueblo expresarse en libertad.
No temáis ni ignoréis esa fuente, ni sus sílfides, ondinas y duendes, que esos cuatro caños son, el principio de la vida, que nace, fluye, alimenta y se va.
Pero continúa la vida y hace ahora pocas horas, que rambleando en la ciudad condal, por extraña casualidad, coincidieron tres nativos de ese pueblo singular, dos normales, y otro que tenía apariencia fantasmal; y se fueron de parranda acabando en las golondrinas, donde Pepiño y Robespierre recordaron a Espronceda y, como marinos de charcón de tía Petra y demás, se arrancaron con el pirata hasta llegar a esa estrofa que dice:
“Que es mi barco mi bandera, que es mi dios la libertad, mi ley la fuerza del viento, mi única patria el mar”, pero justo entonces, se arroja al mar el capitán de la barquichuela que no sabía nadar, y entre los tres lo sacaron de las aguas procelosas, dejándole recuperar con vinillo del Penedes junto a los muros de piedra de Santa María del Mar.
Pepiño.
Rajad, benditos, rajad, que hasta Mauro en su sepulcro siente la losa silente que ha caído en el lugar.
Expresad vuestras ideas con entera libertad.
Eso sí, sin olvidar, que eso es un derecho que acaba donde empieza el de los demás.
En el mundo hay muchas gentes a quienes les reconforta escuchar la voz del pueblo expresarse en libertad.
No temáis ni ignoréis esa fuente, ni sus sílfides, ondinas y duendes, que esos cuatro caños son, el principio de la vida, que nace, fluye, alimenta y se va.
Pero continúa la vida y hace ahora pocas horas, que rambleando en la ciudad condal, por extraña casualidad, coincidieron tres nativos de ese pueblo singular, dos normales, y otro que tenía apariencia fantasmal; y se fueron de parranda acabando en las golondrinas, donde Pepiño y Robespierre recordaron a Espronceda y, como marinos de charcón de tía Petra y demás, se arrancaron con el pirata hasta llegar a esa estrofa que dice:
“Que es mi barco mi bandera, que es mi dios la libertad, mi ley la fuerza del viento, mi única patria el mar”, pero justo entonces, se arroja al mar el capitán de la barquichuela que no sabía nadar, y entre los tres lo sacaron de las aguas procelosas, dejándole recuperar con vinillo del Penedes junto a los muros de piedra de Santa María del Mar.
Pepiño.