3 meses GRATIS

ALMENDRAL: Volvió a Almendral ya despuntando el lucero y se acercó...

Volvió a Almendral ya despuntando el lucero y se acercó hasta La Fuente a preguntar a la muchacha quien era ese señor Mojastra.
La moza medio adormilada, dio un salto y se bajó del pedestal yéndose hasta el baúl de sus recuerdos, lo abrió y extrajo un libro que parecía un cuaderno de bitácoras donde, anotaba día a día todo lo que veía y oía. Se fue muy atrás en el tiempo, puso en orden sus recuerdos y le dijo:
Se llamaba Francisco Cortés Domínguez, tenía una fiel compañera llamada Casilda con apellidos de abolengo. Para su tiempo, era más letrado que el común, ella no.
Cuando la incivil, lo hicieron prisionero y en el sumarísimo, el fiscal pedía para él la pena de defunción, renunció a su defensor, solicitó la comparecencia como testigo de un clérigo que corroboró su deposición. Salvó el pescuezo, pero le cayó prisión mayor, que cumplió.
Casilda en ese periodo, con sus seis hijos, sobrevivío como loba parida, después, picapedrero en las vías del tren, machacando almendrilla, estaba su casa donde ellos estaban, arrieros de un sitio a otro, siempre autónomos, sin manijeros.
Lo demás, ya lo dijo Bernardo Vítor, amantes de los espacios abiertos, sufriendo el sol y la escarcha.
Se ajumaba cuando podía, dicharachero, jovial, trabajador, sin rencores ni animadversiones se fue apagando despacio y, momentos antes de fenecer, quizá como última voluntad, pidió a su fiel compañera que le diera para beber una latina de vino, del que tenía en la tinaja para que estuviese más fresquito.
Entonces, a la mozuela se le quebró la voz, cerró de un manotazo el libro y lo guardó fechándolo con siete llaves, se colocó bien su rosa en el moño, subió de un salto a su pedestal, adoptó su pose habitual y le dijo que se fuera a su cubil a descansar.
Salud.