Manooolo, ¿a que no nos mojas?, decían gritando los muchachos en el parque, mientras hacían muecas y burletas al jardinero que, paciente, a veces los complacía echándole un roción de agua con la manguera que usaba para regar las plantas, con el natural alborozo, carrerillas y algarabía. Esta, tenía más gorullos y ataduras que el tubo de escape del seiscientos de un cacharrero, por los que se escapaban hilillos de agua que terminaban formando charcos en los que ellos se metían pateando para que salpicara a los otros.
Luego, vuelta a la rechufla y al remojón y a las carrerillas por los paseillos que separaban los macizos de rosales y otras plantas.
En el ambigú que había en la puerta del cine de verano, los más grandes tomaban botellines de cerveza de la marca Mahou, que era la moda y que entraba como el agua, -según decían- haciendo posturitas y hablando fuerte para que les oyesen las mozas que paseaban de una punta a la otra del empedrado que remataba el recinto, delante del cine y al lado de la casa de don Arturo. Por debajo se deslizaba la poca o mucha agua que llevara del Tardama. En el paseo que había junto a la tapia de las escuelas, había tres o cuatro bancos de hierro colado con formas retorneadas y, cuando se sentaban las mujercitas en edad de merecer enseñando las rodillas y un poquito de muslo las más osadas, los muchachos pasaban mirando con el rabillo del ojo y comentando con picardia, lo buena que estaba citranita o menganita.
En la salida, "el cojo", estaba siempre con el carrillo de los helaos que ponía en un cucurucho y que había que comerse enseguida porque cuando los separaba de la barra de hielo, se derretían y chorreaban poniendo la camisa limpia y remendada echa una pena, con la consiguiente bronca al llegar a casa.
La fuente tenía las paredes forradas de baldosines de color verdoso y la mocita, me parece que ya la habían desposeído de su báculo y de su cabeza.
Salud.
Luego, vuelta a la rechufla y al remojón y a las carrerillas por los paseillos que separaban los macizos de rosales y otras plantas.
En el ambigú que había en la puerta del cine de verano, los más grandes tomaban botellines de cerveza de la marca Mahou, que era la moda y que entraba como el agua, -según decían- haciendo posturitas y hablando fuerte para que les oyesen las mozas que paseaban de una punta a la otra del empedrado que remataba el recinto, delante del cine y al lado de la casa de don Arturo. Por debajo se deslizaba la poca o mucha agua que llevara del Tardama. En el paseo que había junto a la tapia de las escuelas, había tres o cuatro bancos de hierro colado con formas retorneadas y, cuando se sentaban las mujercitas en edad de merecer enseñando las rodillas y un poquito de muslo las más osadas, los muchachos pasaban mirando con el rabillo del ojo y comentando con picardia, lo buena que estaba citranita o menganita.
En la salida, "el cojo", estaba siempre con el carrillo de los helaos que ponía en un cucurucho y que había que comerse enseguida porque cuando los separaba de la barra de hielo, se derretían y chorreaban poniendo la camisa limpia y remendada echa una pena, con la consiguiente bronca al llegar a casa.
La fuente tenía las paredes forradas de baldosines de color verdoso y la mocita, me parece que ya la habían desposeído de su báculo y de su cabeza.
Salud.