Mocita, hoy tengo ganas de hablar de vosotras las mujeres. Creo que ya sabes porque lo he dicho muchas veces, que estoy convencido que en general, nos dais sopas con honda. En el momento del enamoramiento sois como rosas radiantes ante las que nos arrodillamos para adoraros. Luego, en una segunda etapa, debido al condicionamiento social u otras causas, nos alzamos en todo nuestro poder, y vosotras a nuestros pies, dando prioridad a nuestras necesidades y si hay hijos, a las nuestras y a la de ellos. Llevando la carga de la casa e incluso aportando más de un grano de arenas extra. Pasa el tiempo y llega un momento en que inesperadamente, os enderezáis y os ponéis en pie en plan de igualdad. Estalla el conflicto. Como necesitamos tener la razón a toda costa, ser el bueno o la buena, pues ya está, la erosión se pone en marcha hasta quebrantar lo que parecía un monolito idílico. Pasa con mucha frecuencia, que esta pugna sorda acaba en tragedia, en la que, como estamos viendo cada día, lleváis las de perder. En el mejor de los casos, si alcanzáis la libertad, acabáis perdiéndola de nuevo ante las exigencias de vuestros, nuestros, retoños, porque si algo tenéis, es que a ellos no los abandonáis por nada del mundo, aunque se conviertan sin saberlo quizá, en unos tiranos de armas tomar; bien porque los hayáis dejado ir siempre a su bola o porque están formateados así. Por eso, las que ya sois abuelas, no dejéis que se descarguen de la obligación que tienen de criar y educar a su prole echándoos sobre vuestras espaldas esa responsabilidad, aunque, como tengan que pagar un techo, me parece que lo tenéis muy difícil.
Salud.
Salud.