A las siete y media, cuando mi yerno
ha salido ya a ganarse el pan,
sigo mis rezos. Me siento en la silla
de mimbres y roble, a la ventana,
a ver cómo la ciudad despierta.
Días hay que cuento en una hora mil
coches; me despisto, pierdo el hilo.
Pero siempre aparece en la cocina
mi madre ciñéndose el delantal,
ante el fuego. Siempre huelo el vaho ... (ver texto completo)
ha salido ya a ganarse el pan,
sigo mis rezos. Me siento en la silla
de mimbres y roble, a la ventana,
a ver cómo la ciudad despierta.
Días hay que cuento en una hora mil
coches; me despisto, pierdo el hilo.
Pero siempre aparece en la cocina
mi madre ciñéndose el delantal,
ante el fuego. Siempre huelo el vaho ... (ver texto completo)
De vez en cuando me miro las manos.
Es entonces cuando quiero llorar.
Empiezo allí mismo el tercer misterio,
y me consuelo pensando que ya
quedará poco, que pronto veré
al abuelo. De mi esposo no quiero
acordarme, que es muy grande la herida.
Ataviado de luz llega mi nieto,
me observa fijamente y me pregunta:
¿abuela, qué tienes en la mirada?
Nada, no tengo nada, le respondo.
Él, que es poeta y sabe del dolor
del alma, taladra mi ser entero
con una caricia cómplice. Luego,
besándome en la frente, tiernamente,
me entrega un libro, me guiña un ojo,
me llama su Dulcinea, me abraza. ... (ver texto completo)
Es entonces cuando quiero llorar.
Empiezo allí mismo el tercer misterio,
y me consuelo pensando que ya
quedará poco, que pronto veré
al abuelo. De mi esposo no quiero
acordarme, que es muy grande la herida.
Ataviado de luz llega mi nieto,
me observa fijamente y me pregunta:
¿abuela, qué tienes en la mirada?
Nada, no tengo nada, le respondo.
Él, que es poeta y sabe del dolor
del alma, taladra mi ser entero
con una caricia cómplice. Luego,
besándome en la frente, tiernamente,
me entrega un libro, me guiña un ojo,
me llama su Dulcinea, me abraza. ... (ver texto completo)