SAN JUAN DE CAPISTRANO
(23 de octubre)
Eran aquellos tiempos peligrosos par la Cristiandad, amenazada por el avance turco. La aparición del cometa Halley constituía un triste presagio.
Era entonces Papa Calixto III, un valenciano que, a pesar de sus muchos años, se sintió llamado a salvar a la Iglesia del peligro, con medios espirituales y humanos: mandó celebrar misas, hacer procesiones, tocar todas las campanas al mediodía para que los fieles rezaran el "ángelus", y organizó la Cruzada, la guerra santa.
Tres Juanes serían el alma de esta empresa: el cardenal español Carvajal, como legado; el exregente de Hungría, como jefe de los ejércitos; y el franciscano Juan de Capistrano, como predicador.
Carvajal, prudente, ordenó esperar la llegada de los refuerzos, pues era insignificante el número de soldados cristianos frente a las huestes turcas, incontables. Pero Capistrano confiaba en la ayuda de Dios y no en los hombres, y ordenó el ataque. Hunyade obtuvo aquel 14 de julio de 1456 la victoria y la liberación de Belgrado, que detuvo el peligro turco. El santo predicador, víctima de una enfermedad contraída en la Cruzada, moría el 23 de octubre del mismo año.
No era Juan de Capistrano un fanático irreflexivo, sino un personaje de renombre, nacido en los Abruzos (Italia) en 1386, que había perdido 12 de sus familiares y su casa por venganza de los enemigos. Formado en Derecho por la Universidad de Perusa, contrajo matrimonio con una hija del Conde de San Valentín, ejerció la judicatura insobornablemente en un difícil distrito de Perusa, y fue a parar a la cárcel cuando conquistó la ciudad un enemigo del Podestá o jefe de la misma.
Fallido el intento de fugarse, Juan compró su rescate y se metió a fraile franciscano (convenciendo a su esposa para que consagrase al Señor su virginidad) y se ordenó sacerdote.
Desde entonces, su vida fue un constante peregrinar por el mundo, cumpliendo misiones y ministerios encomendados por el Papa. Superiores religiosos y reyes, y una lucha ininterrumpida contra diversos errores y sectas, interviniendo también en el Concilio de Florencia. Sin embargo, la acusación de irreflexivo alargó su proceso de canonización varios siglos.
(23 de octubre)
Eran aquellos tiempos peligrosos par la Cristiandad, amenazada por el avance turco. La aparición del cometa Halley constituía un triste presagio.
Era entonces Papa Calixto III, un valenciano que, a pesar de sus muchos años, se sintió llamado a salvar a la Iglesia del peligro, con medios espirituales y humanos: mandó celebrar misas, hacer procesiones, tocar todas las campanas al mediodía para que los fieles rezaran el "ángelus", y organizó la Cruzada, la guerra santa.
Tres Juanes serían el alma de esta empresa: el cardenal español Carvajal, como legado; el exregente de Hungría, como jefe de los ejércitos; y el franciscano Juan de Capistrano, como predicador.
Carvajal, prudente, ordenó esperar la llegada de los refuerzos, pues era insignificante el número de soldados cristianos frente a las huestes turcas, incontables. Pero Capistrano confiaba en la ayuda de Dios y no en los hombres, y ordenó el ataque. Hunyade obtuvo aquel 14 de julio de 1456 la victoria y la liberación de Belgrado, que detuvo el peligro turco. El santo predicador, víctima de una enfermedad contraída en la Cruzada, moría el 23 de octubre del mismo año.
No era Juan de Capistrano un fanático irreflexivo, sino un personaje de renombre, nacido en los Abruzos (Italia) en 1386, que había perdido 12 de sus familiares y su casa por venganza de los enemigos. Formado en Derecho por la Universidad de Perusa, contrajo matrimonio con una hija del Conde de San Valentín, ejerció la judicatura insobornablemente en un difícil distrito de Perusa, y fue a parar a la cárcel cuando conquistó la ciudad un enemigo del Podestá o jefe de la misma.
Fallido el intento de fugarse, Juan compró su rescate y se metió a fraile franciscano (convenciendo a su esposa para que consagrase al Señor su virginidad) y se ordenó sacerdote.
Desde entonces, su vida fue un constante peregrinar por el mundo, cumpliendo misiones y ministerios encomendados por el Papa. Superiores religiosos y reyes, y una lucha ininterrumpida contra diversos errores y sectas, interviniendo también en el Concilio de Florencia. Sin embargo, la acusación de irreflexivo alargó su proceso de canonización varios siglos.