AOSLOS: Carlos Paramio Aquí os envío unos poemas que escribí...

Carlos Paramio
Aquí os envío unos poemas que escribí en y para Aoslos:



AOSLOS


Y la mañana se abre
Entre rayos de luz, fresco de nieve,
Y el canto del zorzal en la penumbra
Del viejo arroyo.
Golpea el viento
Las hojas de los robles, muge el toro
Con las astas clavadas en el aire.

. . .

Ya no es el surco
Ni el sudor de la siega la alborada,
Cambiáronse los turnos de la tierra
Y el color de los huertos,
Hundiéronse los yermos en caminos,
Secáronse las vegas,
Y las huellas que un día alimentaron
El sueño de la parva,
Quedáronse atrapadas en la cima
De la desnuda sierra, altar y fuente
De un pueblo que se la ropa en el silencio.

. . .

El frío de la sierra da en la frente
Del viejo campesino, por la calle
Avanza lentamente la vacada,
El eterno pastor silba en la loma,
Se oye un perro ladrar
En los muros del prado, el sol se mira
En el pardo tejado de la iglesia.

. . .

Hubo una escuela de esperanza llena
Y un maestro rural, sabio y amigo,
Hubo fogones con olor a sebo
Y colores de luz en las ventanas,
Hubo guitarras
Que cantaron la paz de las estrellas,
Hubo una guerra que sembró de noche
El campo y la sonrisa de los niños.

El trabajo era duro y la semilla
Escasa para el hombre.

. . .

Aún quedan unas gotas de rocío
Junto a la peña gorda. Ya despiertan
Los ecos de la umbría
Olor a manzanilla en la solana.
Y en el radiante espejo de las eras,
Aquella polvorienta superficie
Que regó con su luz doradas mieses,
se baña Somosierra en el letargo
Y mis ojos descansan.


NOCHE DE ESTíO

Como carbón encendido
En la cresta de la loma,
Un cielo cárdeno asoma
Por donde el sol se ha escondido.

La tarde azul de verano
Se repliega lentamente,
Y una cortina incipiente
De estrellas baja hasta el llano.

Tiempo de estío en la aldea,
Noche de paz que palpita;
La gente sale y pasea
Mientras la plaza, chiquita,
De niños se colorea.



LA VIEJA CAñADA

Hacia arriba, siguiendo la cañada,
Todo es una maleza de ancho espino;
El tiempo fue implacable y el destino,
Ahora, la hace estar triste y callada.

Sólo, de vez en cuando, la vacada
Ramonea a lo largo del camino;
Sólo el roble precoz y el viejo pino
La riegan con su sombra perfumada.

¡Qué silencio más dulce, qué profundo
Palpitar de la tierra a nuestro paso,
Sierra arriba, hasta dar casi en el cielo!

¡Cómo cambia la historia en este mundo,
Cómo se hace sentir en el ocaso
Tanta melancolía y tanto anhelo!


LA FUENTE DEL EJíO

Siguiendo la calleja hay una fuente
Que despierta al calor de la mañana;
Bajo un fresco verdor la Gandullana
La besa, y un zarzal cubre su frente.

Manantial de la sierra que doraba
Un agua cristalina y transparente;
Recuerdos del ayer, cuando la gente
Con cántaros de sol a ella bajaba.

Cuántas penas de amor allí quedaron
Prendidas al cristal de la reguera,
Cuántos sueños de luz se derramaron.

Y ahora, ya lo ves, en la ribera
Sólo duerme el silencio que dejaron,
¡aromas y color de primavera...!


OTOñALES

Frío viento y agua nieve
En el perfil de la sierra;
Tarde oscura, eterno ocaso,
Hondo clamor en la tierra.

Abajo, en los robledales,
Una cortina de espesa
Y helada bruma se extiende
Hasta llegar a las eras.

Los árboles se desnudan,
El ancho campo se pliega,
Y entre los huertos renace
Un paisaje de hojas secas.

Una plaza solitaria,
Un pueblo de calle abierta,
Un hogar, cualquier hogar,
Donde la luz todo llena.

El tiempo pasa de largo
Alrededor de la mesa;
En el fogón, un madero
De viejo roble se quema.

Un fuelle aviva la lumbre,
Y una llama azul violeta,
Como duende, se escabulle
Por la negra chimenea.

Y cuando cierra la noche
Y las nubes se descuelgan,
Comienza a cantar la lluvia
Sobre el lomo de las tejas,

Bajar por los canalones,
Engordar en las aceras
Y correr hacia el arroyo
Por rincones y callejas.

Todo un mundo palpitante
Que de la calle nos llega
A través de los cristales
Y el resquicio de las puertas.

Sólo al abrigo de casa,
Junto al fuego, sin apenas
Otra cosa que el silencio,
Soñamos paz tan inmensa.

Y despiertan los recuerdos
Cual si el ayer hoy lo fuera,
Soledades y esperanzas,
Otoños y primaveras...

Ilusiones que quedaron
En el jardín de la ausencia,
O en los ecos de la infancia,
O en el alma del poeta.

Eterna melancolía,
Aunque por un día sea.
. . .

En el fogón de la lumbre
La brasa chisporrotea,
Y de su vientre se escapan
Una miríada de estrellas.

Tarde oscura, eterno ocaso,
Hondo clamor en la tierra
Donde fermenta la vida,
Latir en las callejuelas.

Garabatos de ceniza
Sobre el cielo de la aldea.


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