Un matrimonio residente en Centroamérica se trasladó a Madrid en febrero de 1973 y adoptó irregularmente a una niña. Un año después realizó idéntico viaje y se llevó un niño. En ambos casos, los bebés procedían de la clínica San Ramón de Madrid, dirigida por el doctor Eduardo Vela Vela.
Las tramas de adopciones ilegales 'exportaban' bebés al extranjero
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"Un contacto confió a mis padres: en España es muy fácil adoptar"
"La monja me bañó en agua helada. Y mi padre gritó: ¡Me llevo a mi hija ya!"
El matrimonio, formado por un industrial estadounidense y una mujer de origen centroamericano, ardía en deseos de tener hijos. Pero llevaban cinco años sin conseguirlo. Requirieron ayuda a un amigo mexicano y durante un tiempo estuvieron intentando adoptar un bebé en México. Fracasaron.
"Un contacto en México les dijo a mis papás: 'En España es muy fácil adoptar a un niño'. Y les enlazó con un cura español, con el que hablaron por teléfono", recuerda ahora Isabela (nombre supuesto). A través de ese sacerdote llegaron hasta el doctor Eduardo Vela Vela, director de la clínica San Ramón de Madrid. Así pusieron en marcha la operación encaminada a lograr el sueño. Finalmente, en febrero de 1973 fueron avisados de que en breve habría una niña disponible en Madrid. Resulta imposible saber si la parturienta dio su consentimiento para ceder a su bebé, ya que no hay constancia documental de ello.
Los padres adoptivos volaron hasta España y en la clínica San Ramón les fue entregada una niña nacida, según el registro, el 22 de febrero de 1973. "Mi padre, ya fallecido, me contó que llegaron a San Ramón y una monja les mostró a la niña, que era yo. Pero les dijo que solo podían verla y que volvieran dos o tres días más tarde. Mi padre se negó y exigió llevarse a la niña inmediatamente. La monja les invitó a ver cómo me bañaban y se quedaron anonadados cuando vieron que me metía en una pila de agua helada. ' ¡Yo no me voy sin mi hija! ¡La quiero ya!', gritó mi padre. Y entonces le entregaron a la niña", declara Isabela.
La red montada en torno a la clínica San Ramón, ubicada en el 143 del paseo de La Habana, arregló todo el papeleo: la chiquilla fue inscrita como hija biológica de la dama centroamericana, y, tras solicitar el correspondiente pasaporte en la Embajada de su país en Madrid, fue sacada de España sin contratiempos.
En aquellos años, en España era casi imposible tramitar la adopción plena de niños por parte de ciudadanos extranjeros, ya que eso suponía un largo y complejo proceso de adopción internacional. Así que la trama tomó el camino más fácil: borrar a la madre biológica de un plumazo y hacer constar que la niña había salido del vientre de la madre adoptiva. Una apropiación... y listo. O un robo, como varias asociaciones de afectados prefieren denominar a este ardid.
La pareja ya tenía a su hija, pero deseaba incrementar su familia... y así se lo había hecho saber a sus contactos. De pronto, recibió en septiembre de 1974 una llamada: en la clínica San Ramón había un niño disponible. La esposa del industrial estadounidense estaba visitando a unos familiares en Israel y, sin pérdida de tiempo, voló hasta Madrid para recoger al bebé. "Mi mamá viajó sola y, según me ha contado, en esta ocasión tuvo más problemas con el papeleo por parte de la Embajada", cuenta Isabela. No obstante, consiguió salir de España llevando consigo a Mauricio (nombre supuesto), un niño nacido el 25 de septiembre de 1974. Como en el caso anterior, el doctor Vela certificó que el chiquillo era fruto de su vientre.
Cuatro años después de haber adoptado en España a Mauricio, esa mujer se quedó embarazada y dio a luz a un niño. Al final, su sueño se había hecho realidad. "Los dos adoptados hemos sido tratados por mis padres igual que este, sin la menor distinción, y hemos tenido una vida muy feliz", recalca Isabela.
Aquella niña y aquel niño -hoy adultos- han sabido desde que tuvieron uso de razón que no eran hermanos de sangre, ya que sus padres adoptivos les explicaron que habían sido adoptados. Lo que no sospechaban ni Isabela ni su hermano Mauricio eran los turbios vericuetos por los que ambos habían sido llevados desde España a Centroamérica. Ella creía que la clínica San Ramón era una especie de hospicio donde iban a parar los expósitos, los bebés abandonados por sus progenitores. Ahora saben que fueron robados... Y eso les hace daño.
Las tramas de adopciones ilegales 'exportaban' bebés al extranjero
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"La monja me bañó en agua helada. Y mi padre gritó: ¡Me llevo a mi hija ya!"
El matrimonio, formado por un industrial estadounidense y una mujer de origen centroamericano, ardía en deseos de tener hijos. Pero llevaban cinco años sin conseguirlo. Requirieron ayuda a un amigo mexicano y durante un tiempo estuvieron intentando adoptar un bebé en México. Fracasaron.
"Un contacto en México les dijo a mis papás: 'En España es muy fácil adoptar a un niño'. Y les enlazó con un cura español, con el que hablaron por teléfono", recuerda ahora Isabela (nombre supuesto). A través de ese sacerdote llegaron hasta el doctor Eduardo Vela Vela, director de la clínica San Ramón de Madrid. Así pusieron en marcha la operación encaminada a lograr el sueño. Finalmente, en febrero de 1973 fueron avisados de que en breve habría una niña disponible en Madrid. Resulta imposible saber si la parturienta dio su consentimiento para ceder a su bebé, ya que no hay constancia documental de ello.
Los padres adoptivos volaron hasta España y en la clínica San Ramón les fue entregada una niña nacida, según el registro, el 22 de febrero de 1973. "Mi padre, ya fallecido, me contó que llegaron a San Ramón y una monja les mostró a la niña, que era yo. Pero les dijo que solo podían verla y que volvieran dos o tres días más tarde. Mi padre se negó y exigió llevarse a la niña inmediatamente. La monja les invitó a ver cómo me bañaban y se quedaron anonadados cuando vieron que me metía en una pila de agua helada. ' ¡Yo no me voy sin mi hija! ¡La quiero ya!', gritó mi padre. Y entonces le entregaron a la niña", declara Isabela.
La red montada en torno a la clínica San Ramón, ubicada en el 143 del paseo de La Habana, arregló todo el papeleo: la chiquilla fue inscrita como hija biológica de la dama centroamericana, y, tras solicitar el correspondiente pasaporte en la Embajada de su país en Madrid, fue sacada de España sin contratiempos.
En aquellos años, en España era casi imposible tramitar la adopción plena de niños por parte de ciudadanos extranjeros, ya que eso suponía un largo y complejo proceso de adopción internacional. Así que la trama tomó el camino más fácil: borrar a la madre biológica de un plumazo y hacer constar que la niña había salido del vientre de la madre adoptiva. Una apropiación... y listo. O un robo, como varias asociaciones de afectados prefieren denominar a este ardid.
La pareja ya tenía a su hija, pero deseaba incrementar su familia... y así se lo había hecho saber a sus contactos. De pronto, recibió en septiembre de 1974 una llamada: en la clínica San Ramón había un niño disponible. La esposa del industrial estadounidense estaba visitando a unos familiares en Israel y, sin pérdida de tiempo, voló hasta Madrid para recoger al bebé. "Mi mamá viajó sola y, según me ha contado, en esta ocasión tuvo más problemas con el papeleo por parte de la Embajada", cuenta Isabela. No obstante, consiguió salir de España llevando consigo a Mauricio (nombre supuesto), un niño nacido el 25 de septiembre de 1974. Como en el caso anterior, el doctor Vela certificó que el chiquillo era fruto de su vientre.
Cuatro años después de haber adoptado en España a Mauricio, esa mujer se quedó embarazada y dio a luz a un niño. Al final, su sueño se había hecho realidad. "Los dos adoptados hemos sido tratados por mis padres igual que este, sin la menor distinción, y hemos tenido una vida muy feliz", recalca Isabela.
Aquella niña y aquel niño -hoy adultos- han sabido desde que tuvieron uso de razón que no eran hermanos de sangre, ya que sus padres adoptivos les explicaron que habían sido adoptados. Lo que no sospechaban ni Isabela ni su hermano Mauricio eran los turbios vericuetos por los que ambos habían sido llevados desde España a Centroamérica. Ella creía que la clínica San Ramón era una especie de hospicio donde iban a parar los expósitos, los bebés abandonados por sus progenitores. Ahora saben que fueron robados... Y eso les hace daño.