LA CACHIPORRA (III. Continuación)
Había en casa un perro mastín precioso al que yo quería bien, lo cuidaba y casi siempre me acompañaba. Rondaba los 100 kg, 8 arrobas y media. Y eso sin estar gordo. Era muy manso, lo pisábamos los chichos y ni se enteraba, ni ladraba ni nada; nos subíamos dos a su lomo y nos llevaba tan campante –“venga, León, arre”- igual, igual que un caballo. El tío Quiscajo (no el de Quiruelas, sino otro peor) –malo y viejo como un dolor, ¡cascarrabias! Era “un quisquillas”, ... (ver texto completo)
Había en casa un perro mastín precioso al que yo quería bien, lo cuidaba y casi siempre me acompañaba. Rondaba los 100 kg, 8 arrobas y media. Y eso sin estar gordo. Era muy manso, lo pisábamos los chichos y ni se enteraba, ni ladraba ni nada; nos subíamos dos a su lomo y nos llevaba tan campante –“venga, León, arre”- igual, igual que un caballo. El tío Quiscajo (no el de Quiruelas, sino otro peor) –malo y viejo como un dolor, ¡cascarrabias! Era “un quisquillas”, ... (ver texto completo)