LAS MATANZAS
-Segunda Parte-
Después de todo este proceso, abiertos en canal; se ataban con el sobeo o alguna cuerda por el hueso trasero, y se colgaban boca abajo. Se adornaban con el manto de grasa o manteca, colocado sobre las patas traseras y se dejaban enfriando hasta el día siguiente.
Mientras alguno hacia esta operación, otros ya preparábamos la vejiga, le dábamos aire y nos servia de balón para jugar y quitar el frío. Otra de las vejigas, se ajustaba a un bote, y con una paja atada; se subía y bajaba y sonaba como si fuese una zambomba.
A continuación nos íbamos a lavar las tripas a la Zambarrilla. Buscábamos un hoyo con abundante agua; y unos con las tripas gordas y otros con las delgadas, intentábamos hacerlo lo más pronto que se pudiera.
A veces el agua estaba con hielo gordo, y había que partirlo; pues aunque estuviese muy fría, había que aguantar.
Mientras las mujeres terminaban de lavar las tripas delgadas, y el botillo o estómago del cerdo, que era lo que mas se tardaba; los más jóvenes ya buscábamos la forma de quitar el frío de alguna manera.
Jugábamos al balón con la vejiga, a manotazos sobre la ropa; o bien jugando unos con otros, a cualquier cosa que se nos ocurriera.
Los que llevábamos puestos chancros, nos tirábamos a resbalar sobre el hielo, y alguno terminaba mojándose, al no controlar bien, y llegar al punto donde el hielo no aguantaba; y se hundía.
En tal caso la juerga era segura, y aunque cogiera un buen catarro; al regresar se hacía un buen ponche de vino y miel, lo mas caliente que aguantara, y ese era el remedio de entonces.
De regreso la comida ya estaba lista, toda vez que el ama de la casa con alguna de las abuelas, se había quedado preparándola.
Un buen cocido castellano, con lacón y las orejas del cerdo del año anterior y un buen trozo de chorizo si aún había. Siempre se preparaban unas berzas de asa de cántaro, para añadir al cocido, todo aquel que así lo quisiera; y estaban muy ricas.
Para la cena, se solían poner unas alubias blancas, que se habían adquirido al trueque, cuando se iba a vender cerezas por los pueblos del valle del Tera -dos kilos de cerezas por uno de alubias-, según estuvieran los precios del día.
También se ponía bacalao, que se habría comprado, en el comercio del pueblo; o al señor Timoteo, que venia una vez a la semana en venta ambulante, recorriendo los pueblos del valle de puerta en puerta, desde Aguilar de Tera, donde tenía su residencia.
El bacalao con patatas en una cazuela de Pereruela, estaba riquísimo. Si era solo, bien preparado estaba mucho mejor; pero resultaba demasiada cara la cena, y no había para tanto.
Aquellos años, bien fuera en el comercio de Remedios o el señor Timoteo; recogían los huevos que en cada casa sobraban, y a cambio; se le compraban otros artículos que se necesitaban.
Recuerdo como antes de comer y después, nos pesábamos para ver quien era el que había comido mas. Entre los jóvenes andábamos a porfía a ver quien había comido más o pesaba más. La rivalidad entre unos y otros, hacía que alguna vez se llegaba ha hacer una pequeña trampa.
Se guardaba un trozo de hierro entre la ropa, para lograr superar a alguno de los más glotones.
Al final todo se aclaraba y todo se tomaba a broma. Así la alegría de las familias se prolongaba más tiempo.
De esta manera, y jugando a las cartas; pasábamos el rato hasta la hora de ir para casa.
Durante la tarde, íbamos al monte mas próximo a buscar leña; para hacer la hoguera, que como tradición se hacia en la calle; a la puerta del que había hecho la matanza.
Entre todos los vecinos, que aquel día habían matado los cerdos; se andaba a porfía, a ver quien hacia mejor hoguera; pues los mozos, pasaban por la noche por todas ellas; y en la que mas durara, estaban más tiempo y siempre había más diversión.
Antes de marchar todos, se extendía la ceniza hacia los lados, y se pisaba; incluso se orinaba para apagar la lumbre que quedaba.
No obstante, si la noche estaba ventosa, se sacaba un cubo de agua y se apagaba bien.
Al día siguiente por la mañana, se libraban los cerdos de sus colgaduras del día anterior; y se procedía al despiece de los mismos.
Se separaban las piezas unas de otras: La carne para picar y hacer chorizos, y el resto, jamones, paletillas, tocino, y demás; se echaban en sal para su conservación.
Cuando se estaba deshaciendo el cerdo, siempre se cogian unos trocitos de carne para asarlos y comerlos calentitos, y sabían de rechupete.
Una vez picada la carne para los chorizos, se echaba en la artesa o dornajo. Preparaban el adobo a base de pimentón, sal y agua; y se envolvía con la carne, que dejaban macerar uno o dos días, y después se hacían ya los chorizos.
Después de curados, que buenos estaban.
Muchas familias también echaban en adobo alguna costilla y huesos; y a los dos días, se comían con patatas y sabían muy bien.
El resto de los huesos, jamones, paletillas y tocino, se echaban en sal para que se conservaran; así se iban comiendo poco a poco durante todo el año.
La manteca o grasa del cerdo, ese mismo día se picaba y se derretía al fuego en una caldera de cobre, y después se echaba en tinajas o cangilones; donde cuajaba, y valdría como condimento para las comidas, durante todo el año.
Aquellos años el aceite resultaba muy cara, (3 ó 4 Pts. litro), y muchas familias tenían que arreglarse con la manteca del cerdo.
Después de escurrir la grasa de la caldera, quedaban los coscaritos y con parte de ellos y migas de pan, azúcar o miel, se hacían los coscarones, que estaban muy ricos. Estos también se iban a repartir entre los familiares y amigos, para que los degustaran.
Con ellos hacíamos bolas, que luego íbamos comiendo de camino a la escuela.
Algunas familias con el resto de los coscaritos, y azúcar; hacían unos bollos especiales que también sabían muy buenos.
argapa
-Segunda Parte-
Después de todo este proceso, abiertos en canal; se ataban con el sobeo o alguna cuerda por el hueso trasero, y se colgaban boca abajo. Se adornaban con el manto de grasa o manteca, colocado sobre las patas traseras y se dejaban enfriando hasta el día siguiente.
Mientras alguno hacia esta operación, otros ya preparábamos la vejiga, le dábamos aire y nos servia de balón para jugar y quitar el frío. Otra de las vejigas, se ajustaba a un bote, y con una paja atada; se subía y bajaba y sonaba como si fuese una zambomba.
A continuación nos íbamos a lavar las tripas a la Zambarrilla. Buscábamos un hoyo con abundante agua; y unos con las tripas gordas y otros con las delgadas, intentábamos hacerlo lo más pronto que se pudiera.
A veces el agua estaba con hielo gordo, y había que partirlo; pues aunque estuviese muy fría, había que aguantar.
Mientras las mujeres terminaban de lavar las tripas delgadas, y el botillo o estómago del cerdo, que era lo que mas se tardaba; los más jóvenes ya buscábamos la forma de quitar el frío de alguna manera.
Jugábamos al balón con la vejiga, a manotazos sobre la ropa; o bien jugando unos con otros, a cualquier cosa que se nos ocurriera.
Los que llevábamos puestos chancros, nos tirábamos a resbalar sobre el hielo, y alguno terminaba mojándose, al no controlar bien, y llegar al punto donde el hielo no aguantaba; y se hundía.
En tal caso la juerga era segura, y aunque cogiera un buen catarro; al regresar se hacía un buen ponche de vino y miel, lo mas caliente que aguantara, y ese era el remedio de entonces.
De regreso la comida ya estaba lista, toda vez que el ama de la casa con alguna de las abuelas, se había quedado preparándola.
Un buen cocido castellano, con lacón y las orejas del cerdo del año anterior y un buen trozo de chorizo si aún había. Siempre se preparaban unas berzas de asa de cántaro, para añadir al cocido, todo aquel que así lo quisiera; y estaban muy ricas.
Para la cena, se solían poner unas alubias blancas, que se habían adquirido al trueque, cuando se iba a vender cerezas por los pueblos del valle del Tera -dos kilos de cerezas por uno de alubias-, según estuvieran los precios del día.
También se ponía bacalao, que se habría comprado, en el comercio del pueblo; o al señor Timoteo, que venia una vez a la semana en venta ambulante, recorriendo los pueblos del valle de puerta en puerta, desde Aguilar de Tera, donde tenía su residencia.
El bacalao con patatas en una cazuela de Pereruela, estaba riquísimo. Si era solo, bien preparado estaba mucho mejor; pero resultaba demasiada cara la cena, y no había para tanto.
Aquellos años, bien fuera en el comercio de Remedios o el señor Timoteo; recogían los huevos que en cada casa sobraban, y a cambio; se le compraban otros artículos que se necesitaban.
Recuerdo como antes de comer y después, nos pesábamos para ver quien era el que había comido mas. Entre los jóvenes andábamos a porfía a ver quien había comido más o pesaba más. La rivalidad entre unos y otros, hacía que alguna vez se llegaba ha hacer una pequeña trampa.
Se guardaba un trozo de hierro entre la ropa, para lograr superar a alguno de los más glotones.
Al final todo se aclaraba y todo se tomaba a broma. Así la alegría de las familias se prolongaba más tiempo.
De esta manera, y jugando a las cartas; pasábamos el rato hasta la hora de ir para casa.
Durante la tarde, íbamos al monte mas próximo a buscar leña; para hacer la hoguera, que como tradición se hacia en la calle; a la puerta del que había hecho la matanza.
Entre todos los vecinos, que aquel día habían matado los cerdos; se andaba a porfía, a ver quien hacia mejor hoguera; pues los mozos, pasaban por la noche por todas ellas; y en la que mas durara, estaban más tiempo y siempre había más diversión.
Antes de marchar todos, se extendía la ceniza hacia los lados, y se pisaba; incluso se orinaba para apagar la lumbre que quedaba.
No obstante, si la noche estaba ventosa, se sacaba un cubo de agua y se apagaba bien.
Al día siguiente por la mañana, se libraban los cerdos de sus colgaduras del día anterior; y se procedía al despiece de los mismos.
Se separaban las piezas unas de otras: La carne para picar y hacer chorizos, y el resto, jamones, paletillas, tocino, y demás; se echaban en sal para su conservación.
Cuando se estaba deshaciendo el cerdo, siempre se cogian unos trocitos de carne para asarlos y comerlos calentitos, y sabían de rechupete.
Una vez picada la carne para los chorizos, se echaba en la artesa o dornajo. Preparaban el adobo a base de pimentón, sal y agua; y se envolvía con la carne, que dejaban macerar uno o dos días, y después se hacían ya los chorizos.
Después de curados, que buenos estaban.
Muchas familias también echaban en adobo alguna costilla y huesos; y a los dos días, se comían con patatas y sabían muy bien.
El resto de los huesos, jamones, paletillas y tocino, se echaban en sal para que se conservaran; así se iban comiendo poco a poco durante todo el año.
La manteca o grasa del cerdo, ese mismo día se picaba y se derretía al fuego en una caldera de cobre, y después se echaba en tinajas o cangilones; donde cuajaba, y valdría como condimento para las comidas, durante todo el año.
Aquellos años el aceite resultaba muy cara, (3 ó 4 Pts. litro), y muchas familias tenían que arreglarse con la manteca del cerdo.
Después de escurrir la grasa de la caldera, quedaban los coscaritos y con parte de ellos y migas de pan, azúcar o miel, se hacían los coscarones, que estaban muy ricos. Estos también se iban a repartir entre los familiares y amigos, para que los degustaran.
Con ellos hacíamos bolas, que luego íbamos comiendo de camino a la escuela.
Algunas familias con el resto de los coscaritos, y azúcar; hacían unos bollos especiales que también sabían muy buenos.
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